Los domingos y “fiestas de guardar”, allí nos congregábamos los hermanos. Éramos cuatro y el lugar; la cama de nuestros padres.
Acudíamos temprano, con alegría y en peregrinación desde nuestro dormitorio atravesando el pasillo en fila india. El mayor, con sigilo, abría la puerta del dormitorio y, los otros tres, lo seguíamos con disciplinada comparsa. Cuándo por fin habíamos traspasado el umbral de la puerta, nuestro hermano mayor se acercaba a nuestra madre y le susurraba algo en el oído (con los años supimos que musitaba un “buenos días mamá”). Ella abría los ojos y sonreía. Luego, con el mismo ceremonioso sigilo, saltábamos sobre ella y los cuatro nos colocábamos entre nuestros progenitores. Papá, se movía, hasta el borde del colchón, dejando el máximo espacio para nosotros.
Todavía, si cierro los ojos, puedo revivir aquellos momentos; sabanas tibias (el calor de los cuerpos de nuestros padres dejaban su huella), suave aroma de colonia, cosquillas producidas por el roce de la barba de papá al obsequiarnos con besos y carantoñas de buenos días, mimos y caricias de mamá… Después; batalla de almohadas y tras la lucha, sin cuartel, de risas y griterío la huida de mamá (¡siempre se daba por vencida!), en dirección a la cocina. Al poco rato; la voz de mamá con la orden explicita “el desayuno está listo” y los cinco corriendo al lavabo para asearnos; lavado de manos, cara y cepillado del pelo. Tras papá, los cuatro hermanos, emprendíamos una nueva aventura; seis personas apretujadas alrededor de una pequeña mesa de cocina, saboreando un tazón de leche, tostadas y mermelada y risas y por supuesto, cariño.
El tiempo nos hizo crecer, poco a poco pasamos de la niñez a la adolescencia y después fuimos adultos. Ellos, mis padres, envejecieron, hace tiempo que nos dejaron para dormir su sueño eterno, a mí no sé cuánto tiempo me resta para poder irme a su lado, todavía tengo un hilo de vida, pero deseo que llegue el día, cuento con más de ochenta años y creo que ya es el momento de volver a reunirnos. Ansío encontrarme con ellos, retozar entre sus cuerpos, sentir cosquillas con los besos de mi padre, deleitarme con los mimos de mi madre y reír para siempre. Por toda la eternidad.
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