El caos más absoluto se había adueñado de la computadora Hewlett Packard del oficial administrativo del ayuntamiento de Rebuznal de los Asnos.

En la Unidad de Control la actividad era frenética. Una sobretensión estaba provocando un excesivo calentamiento del transformador y un riesgo real de que los condensadores electrolíticos explotasen y esparciesen su candente líquido por toda la estructura, como si de una erupción volcánica se tratase. El bit jefe de la unidad, un uno espigado como una lombriz y gesticulante hasta lo grotesco, escupía órdenes a los ceros para que verificasen el estado de los componentes implicados. Los ceros corrían como locos de aquí para allá, incapaces de digerir el volumen de órdenes que su jefe les vomitaba en las mismísimas narices. Mientras, los unos, patricios ellos, miraban sin inmutarse cómo en la Unidad Aritmético-Lógica la actividad era más agitada todavía. Allí, el debate de los bits matemáticos se centraba en el quid de la cuestión, en el origen del problema. Si el transformador —razonaban— se calentaba y el fallo no estaba en la fuente de alimentación, como parecía desprenderse de los últimos chequeos, pudiera muy bien ser que la causa fuese externa, debido, con toda seguridad, a un exceso de voltaje en el suministro. Si ese fuese realmente el motivo, la comunidad estaría irremisiblemente perdida, porque al oficial administrativo no se le ocurriría apagar el equipo y consultar con el servicio técnico. Bueno, intuían que sí lo haría, pero a toro pasado, cuando el PC hubiese reventado.

—¿Puede alguien decirme cómo podemos comunicarle a ese zopenco que apague el ordenador antes de que le explote en las narices y nos lleve a todos por delante? —balbuceó el bit jefe de la Unidad de Control, dándoles un respiro a los sofocados ceros.

—Sabes perfectamente —hablaba ahora el bit jefe de la Unidad Aritmético-Lógica— que eso no es posible. No hay forma de comunicarse con el operador desde el interior. Eso tendría que hacerse desde el exterior, con algún periférico como un teclado, una memoria externa o algo parecido y nosotros no estamos en posición de hacerlo. Estamos vendidos a nuestra suerte porque el administrativo, con las luces que tiene —encendidas o no— no se va a dar cuenta del problema ni cuando se le empiecen a explotar las bombillas encima. Lo tenemos muy crudo.

Mientras tanto, un número incalculable de ceros y unos —ahora éstos se implicaban en ayudar, advertido el peligro— estaba intentando refrigerar el transformador y los condensadores colindantes por todos los medios que tenían a su alcance. Era verano y afuera, en la calle, la temperatura era tan alta que permitiría freír huevos en las mismas aceras. El calor en el despacho del oficial era insoportable, pues, o no funcionaba el aire acondicionado, o era tan torpe que no sabía conectarlo. Los bits, de haber tenido que respirar para subsistir, hubiesen quedado pajaritos allí mismo.

—Creo que hay una posibilidad —se atrevió apenas a susurrar un insignificante cero—. Las miradas de estupor de todos los asistentes convergieron en él.

—¿Y bien? —El jefe de la Unidad de Control le conminó a seguir, no sin cierto recelo.

—La CPU de nuestro amigo tiene siempre conectada una unidad externa de memoria. Lo sé porque en mis ratos libres la he explorado con mis amigos y nadie, salvo nosotros, ha reparado en ella. La hemos encontrado por casualidad, jugando… al escondite —se ruborizó—. Creo que sería factible una migración, dada la capacidad con la que cuenta, aunque debo advertir que un fallo en el suministro o un hipotético apagado de la unidad por el oficial en el momento de la migración abortarían el trasvase con resultados devastadores.

El jefe de la Unidad de Control escuchó con atención al atrevido cero y permaneció meditando durante un momento. Al fin dijo:

—Haga los preparativos para la evacuación inmediata. Por cierto ¿Cuál es su nombre?

—Digit1090x105, señor.

—Bien, Digit…. como se llame. Buen trabajo.

—Gracias, señor.

* * *

—¿Braulio?

—¿Eh?… ¿qué?… Disculpe, Sr. Secretario, me he quedado traspuesto transcribiendo el informe para la mesa de contratación. Tendrían que prohibir trabajar con este calor. Es curioso pero en este rato he tenido una extraña sensación, algo parecido a un sueño: Una gran multitud de personajillos indefinibles se daban de bofetadas por abandonar el PC a toda costa. ¿Lo ve ud. normal?

—Anda que tienes imaginación… ¿has acabado ya? —dijo el Secretario ajustando las gafas y apoyándose en el PC para leer en la pantalla.

—Sí, ahora mismo se lo imprimo.

—Venga, que ya están entrando. Por cierto, este PC está que arde. Apágalo y mañana llamamos al servicio técnico.

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