Como no extrañar, el olor de aquel café mañanero, que me bebía antes de que cantara el gallo. Ver a mis paisanos tocando el arpa, las maracas y el cuatro, mientras esperábamos «la carne en vara», bailando joropo, con nuestras alpargatas y aveces tumbados en nuestras hamacas.
Y se despiertan mis papilas gustativas al pensar en el «dulce de coco», que llevan las mujeres negras, envueltos en sus pañuelos de colores, acomodado tan perfectamente en sus cabezas, tan perfectas y hermosas como ellas, mientras tararean alegremente melodías de «calipso» típicas del Callao.
Pero, como olvidarme de «las fresas con crema», más dulces que la sonrisa de un niño andino, donde el tiempo no pasa, donde viajo a la Venezuela de antier, llenándome de alegría, sus montañas nevadas y sus lagos cristalinos.
Ese olor a mar que me calma, y el sabor de aquel «pescado frito», que es más fresco, que el río que desemboca en las playas de Cuyagua que me refrescan el alma.
Ahogando las angustias, en el » agua de coco», esos que caen de palmeras, tal altas y tan abundantes por esas tierras, donde el pescador bajo su sombra descansa, disfrutando del ocaso.
Aunque en busca de mejor vida, parti lejos de mi tierra, no puedo olvidar el olor de mi vieja y su incalculable paciencia, cuando cada mañana llena de cariño nos hacia una «arepa», para que comenzara mi día con ánimos y fuerza.
Y si algún día la tristeza, inunda mis navidades y de casualidad pudiera olvidarme de como hacer un pan de jamón. ¡Que me regresen a Venezuela! que será por falta de amor.
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