Quizá tengas razón. Al fin y al cabo me lo he buscado yo sola, eso fue lo que me dijiste, ¿verdad? Sí, esas fueron tus palabras exactas cuando me viniste a buscar a la comisaría. Claro, seguro que para ti fue un esfuerzo enorme dejar tu cerveza en la mesa y coger el teléfono, escuchar que tu hija necesitaba que la recogieran y tener que levantarte de ese sofá donde pierdes miserablemente tu tiempo cada día. Cuéntame, tuvo que ser humillante para ti, estoy convencida, encontrarte a tu amigo en la puerta y que te contara lo que pasó, que te lo contara como yo se lo había contado.
-Yo no sé porqué montamos todo éste jaleo- te escuché decir. -Los chavales son así, joder, ¡yo con su edad era incluso peor!
Y a tu amigo parece que le hizo gracia.
Te molestó, ¿verdad? Te picó en ese orgullo que tienes encontrarte en esa situación. Eso sí, el pensamiento de que todo era culpa mía tuvo que aliviarte mucho.
No me miré en un espejo, no pude hacerlo hasta después de unos días, pero pude verme reflejada en tus ojos cuando entraste donde yo estaba. Despeinada, con el maquillaje corrido después de llorar. Esa camisa que tanto me gustaba, había perdido todos sus botones, y yo intentaba cerrarla, cubrir cada centímetro de piel que dejaba al descubierto. La falda, esa falda que me volviste a recordar lo corta e indecente que te parecía, estaba llena de tierra, o barro, no lo sé. Las medias rotas y sólo un zapato. El otro no he podido encontrarlo. Aunque lo hiciera, no creo que fuese capaz de volver a ponérmelos.
Me miraste, sí, pero ojalá no lo hubieras hecho, porque pude ver cómo desaprobabas lo que veías.
-Papá…- estaba a punto de volver a llorar.
-Sube al coche- Eso fue lo que me dijiste. Ni un abrazo, ni una muestra de que te importaba como estaba, lo que me había pasado. Claro, se me olvida que todo era culpa mía, no merecía ni abrazos ni buenas palabras.
Recuerdo que hablabas durante el camino de vuelta a casa, pero te confieso que no tengo ni idea de lo que me dijiste. Tonta de mí, lo único que tenía en la mente eran esos repugnantes abrazos de ese chaval que tan bien te cae. Sus labios y su lengua pegados a mí, sus manos apretando mis muñecas. Su asqueroso aliento por mi cuello.
Cuando llegamos a casa, mamá, tu estabas recogiendo la cocina, como cada noche después de que papá cene. Murmuraste algo y viniste hacia mí secándote las manos.
-Anda, sube a ducharte, cariño- me dijiste mientras intentabas que mi pelo volviese a su sitio habitual, en lugar de la maraña en que se había convertido esa noche. -Una mujer tan bonita como tú no puede ir así, con esas pintas- El caso es que lo dijiste con una sonrisa sincera, y con la intención de relajar el ambiente. Como si lavarme el pelo fuera a hacer desaparecer tantas cosas. Pero una mujer tiene que estar siempre bonita.
Ojalá hubiera podido arrancarme la piel cuando me duchaba, ojalá me hubiera podido limpiar esa sensación que tenía en todo mi cuerpo de haber sido invadido. Ojalá me hubiera muerto en ese momento.
Pero en lugar de eso, bajé a la cocina. Necesitaba a mi madre, necesitaba aquel abrazo que ya me habían negado hacía un rato. Y te escuché, mamá, hablando por teléfono con la vecina.
-Si el problema es que yo no sé si van a poner una denuncia. Que también es mala suerte que la niña le rompiera la nariz de un codazo, que sino la cosa se habría quedado en nada.
Sí, lo reconozco, un cosquilleo de satisfacción me recorrió entera al recordar la cara de ese chaval que tan bien os cae llena de sangre. Pero me tuve que obligar a reprimir la sonrisa, sobre todo cuando recordé lo que me habéis enseñado toda la vida: que siempre hay que poner la otra mejilla, que una persona como Dios manda no se alegra de las desgracias ajenas y mucho menos las causa. Soy una vergüenza para vosotros, mamá. Le rompí la nariz por un motivo muy egoísta. A quién se le ocurre hacer que aquel chaval me soltara de una vez y sacara de dentro de mí su asqueroso miembro.
-No lo sé- seguías tú al teléfono -El chico la quiere mucho, seguro que se arreglan y en unos días ya no nos acordamos de ésto. En fin, mira a ver si le dices a tu hijo que no cuente nada por ahí, que lo que ha pasado en la comisaría se quede en la comisaría
Se me olvidaba. Lo más importante eran las apariencias. Si yo me duchaba y ese chico, el policía que me encontró, no decía nada, sería como si nada de ésto hubiera pasado.
Quise contártelo, mamá, quise que, por un momento, te pusieras en mi piel y vivieras, aunque solo fuera un poco, la angustia que yo acababa de vivir. Intenté contarte cómo había salido a pasar un rato con ese chico que me empezaba a gustar. Cómo después del cine nos quedamos sentados en las escaleras de atrás, hablando tranquilamente. Y cómo sus manos, que al principio solo acariciaban la mía, empezaron a desplazarse por otras partes de mi cuerpo.
Te lo prometo, mamá, no me levanté de allí en ese momento porque recordé, como me has enseñado, que una mujer tiene que ser coqueta y complaciente, que las quejas no están bien. Como haces tú con papá. Por eso cuando empezó a besarme y a tocarme, a pesar de que yo no quería que lo hiciera, no dije nada. Y el siguió, y siguió, a pesar de ver mis lágrimas. Cuando me arrancó la camisa me quejé, le dije que parase. Lo sé, tenía que haberme callado, quejarse no es ser complaciente, no es ser una buena novia. Como haces tú con papá. Y todo lo demás sucedió demasiado rápido. Él consiguió tirarme al suelo y ponerse encima de mí.
-No seas tonta, si lo estás deseando- Creo que en ese momento fue cuando me manché la falda y me rompí las medias. Sus manos tocaron partes de mí que yo no quería, partes que como llevaba esa falda tan corta e indecente, no le costó encontrar. Si es que tenéis razón. Fue todo culpa mía.
Entraste en la cocina, papá, enfadado. Yo lloraba, intentando que mamá me entendiera.
-Si no fueras a la calle con esa ropa que te compras, no te pasarían éstas cosas. Es tu novio, ¿no? Si vas al cine con él y te vistes así, el muchacho ¿que otra cosa va a pensar? Pero claro, a las chicas de ahora os encanta provocar, os parece muy divertido, y en cuanto os tocan un pelo os volvéis todas unas mojigatas. Más te vale que su familia no te denuncie por agresión.
-Acabo de hablar con la vecina, me ha asegurado que su hijo no contará nada. A ver si así nos olvidamos del tema.
Estoy segura de que se os olvidará. Como cuando un niño empuja a otro en el patio, se le regaña en su momento pero después se concluye que son cosas de niños. Ojalá se me olvide a mi también, porque no ha sido para tanto. Simplemente, por un momento creí que una persona tiene derecho a decidir qué ponerse sin pensar en si eso provoca a alguien. Creí que «basta» significaba lo mismo para todos. Incluso llegué a creer que una violación sería más grave que una agresión en defensa propia, que las apariencias y el silencio no contaban en éstos casos.
No se puede ser más tonta, está claro que la culpa es solo mía.
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