Marcelina murió viajando

Marcelina murió viajando

Canni

05/03/2020

Una mujer llega en el año 1995 de Bolivia a la Argentina porque el hambre la atosiga. Así comienza una historia que es finalmente la historia de miles. Se sube a micros, viaja, camina junto a su esposo, consigue trabajo, sueña con ayudar a la familia que dejó atrás. Tiempo después carga a su pequeño para llevarlo al hospital. La arrojan del tren junto a su hijo y son asesinados bajo argumento xenófobo: “vienen a robarnos el trabajo”. Así comienza una historia que es finalmente la historia de miles.

Marcelina Meneses nació en 1970, en la ciudad boliviana de Cochabamba y 25 años y más de 2500 kilómetros más tarde se instala al sur de la Provincia de Buenos Aires, en la localidad de Ezpeleta. El 2001 fue un año devastador para la Argentina y el fantasma de la miseria que acechaba a Marcelina en su país de origen, llega finalmente al país de destino. Producto de una feroz crisis económica, iba a producirse en diciembre un estallido social, que provocó la renuncia del entonces Presidente, Fernando de la Rúa. Durante esta crisis, fueron asesinadas por las fuerzas de seguridad, 36 personas En ese contexto y unos pocos meses antes de aquel estallido, Marcelina iba a recorrer sus últimos 22 kilómetros. Esa era la distancia que separaba su hogar de la estación de Avellaneda. Iba a llevar a su hijo al Hospital Fiorito. No llegaron a destino.

Muchísimas personas habían perdido sus ahorros, producto de las medidas económicas despiadadas que el Gobierno argentino había impulsado. El desempleo alcanzó ese año cifras históricas y las filas para conseguir trabajo eran larguísimas. El Estado murmuraba al oído de los medios de comunicación cómplices, lo mismo de siempre, que los culpables de la falta de trabajo eran los extranjeros que provenientes de países limítrofes venían en busca de empleo. La prensa maldita, amplificó ese discurso que muchos repitieron y así, el odio racial salió de paseo.

Marcelina se subió al tren de la línea Roca la mañana del 10 de enero. Era verano y hacía calor. Tenía a su hijo en brazos y cargaba además varios bolsones. El tren estaba atestado de gente como cada día. Nadie le había cedido el asiento, así que viajaba parada. A punto de descender, rozó a una persona con alguna de sus bolsas y ese infierno que habita dentro de algunos seres, se desató. “boliviana de mierda, ¿no mirás cuando caminás?”, gritó un pasajero de saco marrón. “Volvete a tu país”, dijo otro y el reguero de odio y mierda se extendió. Y se extendió tanto que la empujaron junto a su bebé del tren en movimiento. Ella tenía 30 años y su hijo apenas 10 meses.

Un testigo que luego lo contó todo en los tribunales, intentó mediar, antes que la muerte llegue. “Che, tengan más cuidado, es una señora con un bebé”, y le respondieron: “qué defendés vos, si estos bolivianos son los que nos vienen a quitar trabajo. Igual que los paraguayos y los peruanos”. Otro acusó “¿Vos qué sos? ¿Antipatria?”.

Julio César Giménez, fue la única persona que contó lo sucedido. El resto, un tren entero calló, omitió o mintió. La empresa que tenía en ese entonces la concesión de esa línea ferroviaria, intentó comprar el silencio del testigo. No pudo hacerlo. Esa vez, ganó la dignidad. Solo esa vez, porque el crimen aún permanece impune.

El 10 de diciembre de 2019 se cumplieron 19 años del asesinato de Marcelina. Nadie está preso. La culpa y la responsabilidad de aquella muerte, se sientan en el despacho de un juez, de los presidentes y de los empresarios; se sientan a comer en la mesa de casa y en el asiento de un tren; hablan por televisión y con el vecino y marcan al migrante como el chivo expiatorio de un sistema perverso y cínico.

Viajes que inician repletos de esperanza y amor y culminan en miradas de rencor y odio. Así comienza una historia que es finalmente la historia de miles.

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