الظلام (Al-Dalam)

الظلام (Al-Dalam)

JCA (José)

15/03/2020

Realizando un esfuerzo desmesurado por el camino que habían recorrido, Yassine consiguió desplazar aquella gran roca, creando una obscuridad absoluta en el escondite que habían improvisado. El joven, de quince años y su hermana pequeña, Nawal, escapaban de la ciudad Siria de Kobane buscando la libertad de la soñada Europa, aquella que podría darles la posibilidad de vivir. El régimen del comandante militar Abu Ayman Al-Iraqi, perteneciente al nuevo Estado islámico, que controlaba ahora todo el territorio de la ciudad, había destruido su hogar y, con él, matado a todos los miembros de su familia, excepto a su hermana.

No se veía nada, Yassine buscó a tientas a su hermana, asegurándose de que se encontraba a salvo, seguidamente, alzó los brazos intentando averiguar el espacio del lugar. No disponían de mucho, apenas lo suficiente como para caber ellos dos en anchura o profundidad y apenas poder ponerse de rodillas en altura.

En el exterior aún se escuchaban, no muy lejos y amenazantes, las típicas camionetas de una conocida marca japonesa utilizadas para transportar al ejército.

Nawal, a pesar de sus recién cumplidos seis años, había aprendido que, para no revelar la situación en la que se encontraban, debía permanecer en absoluto silencio y sería su hermano quien le diera una señal para poder romperlo.

Según los cálculos de Yassine, y gracias al trayecto que su padre le hizo guardar en mente antes de que la guerra empezara esperando que nunca tuviera que recorrerlo, aún quedaba medio día de camino para llegar a la frontera. El problema era que la zona estaba siendo completamente barrida por los guerrilleros, y debían aguardar a que se encontrara despejada.

El joven se acercó a su hermana, quien temblaba intensamente por el cansancio y la humedad y la cubrió con sus brazos. No podía verla, por lo que le era imposible consolarla con aquella sonrisa suya que tanto adoraba la pequeña; sin embargo, sí que pudo susurrarle algo al oído, con un tono lo suficientemente bajo como para que únicamente ella pudiera escucharlo :

–Tamassaki (Aguanta).

Las horas pasaban y las camionetas seguían escuchándose. La oscuridad creaba una sensación de agobio que Yassine contenía difícilmente para no transmitirla a su hermana. No sabía cuánto tiempo llevaban en aquel lugar, ni tampoco cuánto necesitaban para poder salir en seguridad, pero el hambre comenzaba a hacerse sentir. Nawal tenía fiebre, lo notó cuando le pasó la mano por la frente, y eso le hacía preocupar mucho, pero no había otra opción, tenían que esperar.

Toda aquella oscuridad y silencio hizo que los dos hermanos cayeran en un sueño profundo. Fue unas horas más tarde que Yassine se despertó asustado por las voces de dos soldados que se aproximaron al lugar.

Están ganando terreno, debemos atacar –Apuntó uno de ellos en árabe.

No te preocupes, contamos con la ayuda de Dios.

Aquellas frases dejaron a Yassine pensando en lo que podía estar pasando fuera del escondite. ¿Quién estaba ganando terreno? ¿Acaso habría una oportunidad de poder volver a su ciudad? Muchas preguntas son las que atormentaron la mente del muchacho, pero la frase de su padre, militante del partido político PKK, quedó grabada en su memoria :

«Si algún día nos pasa algo, huye. Viaja hacia Europa, no mires hacia atrás

La intensa oscuridad y silencio volvió a hacerle entrar en una fase de sueño poco a poco, mientras abrazaba a su hermana, quien seguía durmiendo plácidamente.

Al cabo de unas horas, Nawal comenzó a tiritar intensamente, Yassine despertó empapado en el sudor que su hermana desprendía. El exterior parecía más tranquilo, no se escuchaba nada y el joven empezó a preguntarse si sería el momento de salir, sin embargo, sabía que no podría ir muy lejos con su hermana en aquel estado. La acarició tanto como pudo, rodeándola con sus dos brazos y esperando que no fuera nada serio; pero el estado de Nawal no mejoraba a medida que pasaban las horas, la fiebre seguía aumentando y el tiempo que llevaban en ayunas dejaban a la hermana de Yassine muy débil.

A pesar de saber que no debía hablar, Nawal quebrantó las reglas que había respetado desde que huyeron de casa.

–Ahibuk ya ‘aji (te quiero, hermano).

Yassine no pudo evitarlo, las lágrimas salieron de sus ojos sin previo aviso, apretó a su hermana contra su pecho, deseando que todo aquello fuera solo un sueño. Tenía la sensación de haber fracasado como hermano, como hijo, como nieto; ya nadie quedaba de su familia, estaba él solo ante el mundo, un mundo en guerra, inhumano, escalofriante y repudiado, pero debía hacer caso a las palabras de su padre y no mirar hacia atrás.

Besó a su hermana por última vez en la frente, ya inerte, sin pulso, mientras rezaba la oración: «Inna lil-lahi wa inna ilaihi rajioune» (A Dios pertenecemos y hacia Él es nuestro regreso).

Lo siento hermanita, siempre estarás conmigo.

Yassine buscó la roca que utilizó para cerrar el escondite y, con aún más esfuerzo que para colocarla, consiguió desplazarla y abrir el camino hacia el exterior. Nunca antes había sentido una sensación de libertad tan importante, respiraba el aire llenando sus pulmones y tuvo la impresión de no haber disfrutado de ese privilegio en su vida. Volvió a cerrar con la roca el lugar, creando así una tumba para su hermana. Vigiló el lugar, comprobando que nadie pudiera descubrirle, y continuó su camino, rumbo a Europa, solo, pero lejos de la oscuridad (Al-Dalam).

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