Respira profundo y bota.
Inspira y relaja.
Las murallas comienzan a ceder y el porvenir a recaudar su sitio.
Adelante y hacia atrás, despierto en el pasado y soy el presente y somos el futuro todavía ausente.
Lo que canta el bosque afuera lo repite el viento y así le menean a la luna la cola para que conquiste al lago y al tiempo.
Ya no hay más segundos por ganar o perder.
En la pieza la luz está apagada y los olores suben y bajan, el espacio se aprieta y dilata, la sangre se hacina muy baja.
Y cambia la historia y sube la vida mendiga susurrando la necesidad de conocerte, de conocerme, de apretarme y romperme para otras piezas cocerme.
Me ahínco y tú aprietas, y yo volteo para torcerme.
El viento frío ha llegado a verte, aunque el verano te pinta de fuego rebelde y enjuaga tu luna de cualquier rastro obediente.
La cabra grita en mi vientre.
La vida se junta a la muerte de quien fui hace menos de un día y no seré de nuevo nunca más.
El dolor se asoma y masca las horas, minuto tras minuto el mundo no rota y los músculos se vuelven jirones de algodón descosido.
Se prolonga mi cuerpo a medida que se encoge y angosta la carne,
se propaga el silencio.
Y todos miran.
Pocas manos me buscan a escondidas, el clamor ha llegado y se lleva el disimulo, el misterio se repliega y empieza a venir el calor al rumbo.
La sangre se mete en nuestra cuerda de vida para acompasar los ritmos en que tú y yo no hemos hecho una desde el primer día.
El desalojo me cuesta y no porque titubee mi vehemencia, sino porque le temo a la soledad de mi vientre sin inquilinos.
Quiero conocerte y a la par mi cuerpo se quiere quedar contigo,
hemos estado juntas por tanto tiempo que ya no sé como se siente no tenerte conmigo.
Pero testigo seré de tus proezas, tu mano tomaré y caminaré siempre cerca.
Sonrío.
Serás tú por siempre y mía nunca más,
y eso duele, pero lo deseo. Tu libertad es el regocijo de mis anhelos.
Grito porque se deshilachan mis universos,
lloro por que te vas de mi adentro,
río porque te tengo conmigo,
temo, no ser lo suficiente para tus tiernos abrazos.
El alarido rompe el cielo de la madrugada y a las cuatro cincuenta haces tu entrada.
¡Qué injusto es todo para las otras tiernas criaturas! ,
no hay niña más poderosa, valiente y bella que la que se encuentra adormilada en mis abrazos y ha dejado mi cintura.
Celosos están los ojos que no puedan contigo llenarse y las manos que de cerca no puedan cuidarte, los pies que no puedan de atrás escoltarte.
Amanda, Amanda,
pequeña mujer de nadie de pestañas largas y carácter de tierra y fuego,
que tu poder encienda al cielo de enero.
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