Lástima que no haya billetes para maniquíes…Con lo que ahorraría la agencia ella podría volar en primera. ¿Como podía pagar lo mismo el vecino gordo?
Maniquí… así la había llamado el diseñador.
“¿Pollo o pasta?”; “nada, gracias”, replicó. Aquel gordo se pegaba al coger su bandeja. El roce la agitó. Sus cincuenta kilos se perdieron más en el asiento.
“¿Te gustó Nueva York?”; unos enormes mofletes la miraban inquisitivos.
Ella permaneció impasible recordando la sentencia: “Ese maniquí no sirve. Demasiada vitalidad.”
El gordo desistió y siguió comiendo en silencio.
El maniquí sonrió en secreto. Ya iba por buen camino.
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