“Lástima que no haya billetes para maniquíes” se lamenta el modista.
Desde el final de la cola de facturación se produce un efecto curioso: en la fila frente a él, el tiempo transcurre lento y espeso como la miel que gotea; sin embargo arriba, en los relojes, los minutos corren raudos como regueros de montaña, las manecillas navegando prestas entre los números.
–Como pierda el avión por tu culpa –le susurra a la cara inerte que le mira desde el carrito–, al próximo vuelo te dejo en tierra y me compro otro cuando llegue.
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