«Lástima que no haya billetes para maniquís«, se repetía una y otra vez.
Desde que se sabía con uso de razón, había declamado para familiares, amigos, vecinos y desprevenidos visitantes, soñando en ampliar el círculo de admiradores con la única limitación de las dimensiones físicas que el orbe impone.
Su anhelada oportunidad se había hecho realidad con la necesidad de expansión de una compañía local; prueba que abordó con la misma ansiedad que le había acompañado en la espera.
Preguntó por el director, y en un susurro escuchó la frase que no dejaba de martillear en su cabeza.
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