En un pasado inyectaron sobredosis de veneno en lo más profundo de su tan gigantesca existencia, abriendo sin piedad sus entrañas y desgarrando sus más hermosos paisajes que exaltaban su majestuosa belleza. Se introdujeron hasta lo más hondo de su esencia arrancando los bellos bosques que resaltaban su impetuosa femenidad que la caracteriza; llena de vida unos años atrás. Poco a poco la hemos convertido en ese lugar en el que nunca quisimos pertenecer, ni mucho menos, vivir; cubierto de suelo desértico, cabalgando sobre el sinfín de polvo que genera la tierra seca y arriba ya no hay cielo azul, ya no hay majestuosas aves volando, ya no. En cambio, se ha desvanecido a un color oscuro imitando la noche aunque aún fuera de día, un cielo que inspira temor al observar sus tinieblas.

Ya no hay aves con las que años atrás soliamos suspirar al escuchar sus tranquilizantes cantos, no hay árboles vivos, tampoco hay agua clara y anhelada, no hay montañas gigantes o animales hermosos, el oxigeno es casi prohibido, cuesta respirar; ya no hay personas con deseos ecónomicos, son irreconocibles. Se cambiaron a monstruos horripilantes vigilando desde el oscuro cielo sus presas favoritas sobre la tierra, el agua es roja cubierta de restos putrefactos provenientes de cádaveres de animales y de los mismos humanos, del horizonte van llegando seres extasiados de su inmundidad, el ser humano se encuentra con la peor apariencia posible, sólo quedan unos cuantos.

Las gotas de agua han comenzado a caer. Está llorando, el lugar donde estamos ahora, no importa cuál sea, llora. Y derrama lágrimas rojas, dolientes e hirientes. Causadas al trascurrir los años. ¡Cómo duele el extrañar el paisaje de antes! La tierra está brindando dudas, cómo es posible que ahora la tierra y el infierno se hayan combinado o ¿nunca existió el inframundo debajo del mundo como creiamos?, siempre fue este lugar habitado de humanos, el paraiso del diablo. La tierra llora ahora, se nota porque del cielo caen gotas, suplicando y anhelando su pasado, imposible recordarlo; esta selva que parece mentira abraza con su hirviente lava.

La existencia del humano ya no importa en absoluto, es una especia más en vía de extinción. En los momentos de ahora no se sabe para que se vive, aunque son más fuertes los sentimientos, también es más fuerte la desilución. Ya no es buen lugar para habitar, no es vida cuando se vive para esconderse del mal, de la muerte. La tierra está llorando, es un infierno literalmente: el sol oculto en tinieblas quema e incendios en todos lados, cadáveres tirados como basura de un pasado.

Sobre la piel seca de un niño casi deformado se resbalan difícilmente gotas rojas desde lo más alto, confundiendose con lo que parece, son lágrimas del aquel cuerpesito en tan mal estado. Cuerpos deshidratados, arrugados, maltratados, desnutridos. Se vivió muy mal hace unos años, se hizo todo lo contrario a lo que la tierra nos suplicaba, ahora sigue siendo victima igual, pero también hacemos parte de este inevitable mal.

Este mundo oscuro donde habitan los más desgraciados, por antes ser los más malvados no nos pudo enseñar nada, pero nos hizo luego pensar y arrepentirnos de todo lo que hicimos por creernos dueños del lugar. Es la realidad, se necesitó la extinción de la existencia en la tierra, para aprender a apreciar lo que realmente significa no estar tan mal.

Está llorando, la tierra llora y en esta lluvia roja se puede notar, cómo sufre, cómo añora su verde paisaje, su claro mar. Está llorando y lloramos por nunca antes haber logrado evitar que el mismo infierno junto con sus tinieblas se apoderara con nuestro permiso, nuestro no antes apreciado hogar.

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