El mes de Junio, en algunos lugares de Sudamérica puede llegar a ser muy frío. Así fue cuando la trajeron del hospital, aquella mañana helada .

Toqué sus manos y las retiré enseguida. Creo que esperé encontrar dos pequeñas brasas y en cambio encontré dos cubitos de hielo.

Pobrecita, era muy pequeña.

Era un milagro que estuviera viva. Después de meses internada, lograron salvarla recurriendo a la última esperanza: la sangre de su padre.

Su madre la puso delicadamente en la cuna que había sido de sus dos hermanas mayores y le dio palmaditas suaves para que se durmiera, abrigandola con una mantita de crochet.

– Así estará calientita- dijo en voz bajita para no despertarla.

Me mandaron a prepararle leche con maicena , porque eso le ayudaría a ponerse fuerte, así que le hice una botellita de casi cuarto litro y por mi cuenta le agregué miel.

Pasaron los días y la niña se puso sana y vivaz.

Era preciosa. Gordita, risueña, muy alegre.

Cuando la llevé por primera vez al colegio, la señorita maestra le preguntó cuál era su nombre y la niña le respondió sonriendo: – me llamo Rozana-.

Por mucho tiempo habló con la z en vez de la s, lo cuál la hacía más graciosa.

Rossana era habilidosa en la cocina. Le encantaba hacer pizzas y buñuelos.

Muchas veces la sorprendí preparando las meriendas para sus hermanas, que ya eran tres, pues había nacido otra niña.

Yo adoraba verlas jugar en el patio de la casa . Corretear a los conejos de su padre, juntar higos hacia el fin del verano, bañarse en el agua de la lluvia porque deja el pelo sedoso y bonito.

El mar siempre fue tu íntimo amigo, seguro le contabas tus secretos y él respondía acariciandote los pies con sus brazos de espuma y caracoles.

Cuando entregaron las cartas que dejó nadie quiso abrirlas, ¿para qué? si ya sabíamos todo, y lo que no, lo intuimos y hasta lo inventamos.

Pero siguiendo con la vida que recuerdo, su intención o su proyecto había sido tener hijos. Porqué le gustaban mucho los niños y cuando se hizo mujer, se ocupó de cuidar a sus sobrinos.

Una vez, conversando a la sombra de la higuera en verano me dijo: – ¡hay Alma, no sabes cuánto me gustaría ser madre!, aunque no me case nunca, pero es mi sueño-.

– Ya llegará tu príncipe, tienes que ser paciente -.

Recuerdo que me miró y largó una carcajada, – ¿príncipe? Te pasas, eso no existe-.

A veces era así, descreida, no esperaba que le pasarán cosas lindas, no tuvo una juventud plagada de besos ni abrazos. Veía a través de los ojos de sus hermanas como tenían ilusiones ,mientras ella buscó entre los rostros deseados quién le amara. Se fue dejando arrastrar entre las horas turbias de las tardes invernales, dejándose arropar por la soledad de los que sueñan poco para si, pero sonríen y juegan y encuentran su lugar entre los niños de la familia grande.

Los días pasaban sin retorno, las idas y venidas entre juntas de colegios y fiestas infantiles, llenaban los segundos inmediatos.

Nadie le preguntó si quería o si podía. Daban por descontado que » la tia» siempre estaba dispuesta a lidiar con criaturas a veces enfermas o impertinentes. Pero nunca la escuché quejarse. Jamás.

Hasta que entendí que estaba hecha de pelo de muñecas, de rueditas de camioncitos de juguete, de helado de menta y de jarabe para la tos.

El viento implacable del sur le pintó la cara de rosado y le bajó el dobladillo de las faldas. Le puso un delantal sucio de harina y le escondió las ganas de vivir.

La lluvia le empapo las manos suaves y la invitó a saltar sobre los charcos. Pero ella no quiso ir nunca. Decía que mejor sola que mal acompañada, queriendo justificar su falta de suerte.

Aún cuando el monstruo llegó a su vida estuvo sola.

Aún cuando me quería convencer que estaba todo bien y que estaba engordando así porque ya no corría detrás de los niños cómo cuando eran pequeños.

Bien sabía yo su verdad oculta, sus sonrisas fingidas y su alegría muerta.

Por eso aunque dolió como nada, no sé porque no me sorprendió su partida.

Y yo tampoco quise leer su carta por temor a ver algo que pude haber pasado por alto.

Rossana pasó por nuestras vidas como si nos la hubieran prestado un rato y luego se volvió a su lugar, a donde pertenece y donde es mamá de muchos hijos, donde se ríe porque quiere y donde el amor es la fuerza que todo lo sustenta.

Me quedó una foto de tu Facebook, donde te dejo flores todos los días, mientras veo tu mirada en tus sobrinos, amada hermana.

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