El Ávila, nuestra montaña, sigue ahí. Sigue vestida de verde infinito. Los cielos de enero la consienten y le otorgan esa luz esperanzadora que solo perciben los detallistas, los que se detienen a admirarla, los que se sienten arropados por su belleza.
Son pocas las postales que podrás encontrar de Caracas porque los turistas ya no pasan por aquí. Ni siquiera vienen los caraqueños que se fueron a buscar un mejor porvenir. Hay mucho silencio en esta ciudad que más nunca será la misma, una urbe que se ha desdibujado, pero que se empeña en buscar otros colores.
A pesar de todo y de todos, el Ávila sigue ahí. Es el único que no miente, que se muestra en todo su esplendor y que está intacto a pesar de los males que se instalaron, desde hace dos décadas, en Venezuela y que ocasionaron una de las más grandes diásporas del mundo.
Hay tantos venezolanos regados por el mundo. Centenares de caraqueños que no ven su Ávila. Hasta las melancolías se empacaron en una maleta. Por eso te envío esta postal, para que sepas que el Ávila no se muda, como tampoco tu corazón si esto llegó a conmoverte.
OPINIONES Y COMENTARIOS