Los cuatro scherzos de Frédéric Chopin

Los cuatro scherzos de Frédéric Chopin

¿Cómo se debe vestir la seriedad si el scherzo’ (la broma) se pasea con oscuros velos? —apuntaba Robert Schumann ante la oscuridad y el dramatismo de los cuatro scherzos de Chopin.

—Es la ironía del tempo, la arruga en la tersura —asevera ella.

—No, no has entendido nada —responde él—. Es el capricho de un movimiento caótico al compás de un baile disciplinado, el charco de tinta que empapa el texto sobrio en la pulcritud de un folio.

—¿Acaso para ti ahora soy solo un capricho? ¿Una mancha de tinta?

—No, no. Ahora no estamos hablando de nuestra relación. Ni de mi vida. Hablábamos de la tuya. Y apura el cigarro, que hemos dejado las copas en la barra.

—¡Qué más da! Yo en mi vida o mi vida en ti. Espera, ya entro.

—En este sitio cada vez hay más críos.

—No, es que tú cada vez eres mayor. En relación…

—¡Bahh! Sí, eso sí. Ehhh… hablábamos de tu vida en relación al resto del mundo.

—Las verdades ofenden —con ojos pícaros, se mofa ella mientras sorbe el último trago de la copa de ginebra.

—Pues tú no quieres entender la tuya —le pincha él bajando la mirada—. No entiendes lo que quiero decir. Eres un vinilo en una casa con radiocasete, un piano de cola en un local con música disco, un bureau del Barroco en un salón del Ikea.

—¡Ahh! Ahora crees que no voy acorde a los tiempos. Sí, quizá debería haber nacido en pleno siglo XIX entre poetas suicidas o las pinturas atormentadas de la Alemania romántica. Estoy pasada de moda…

—Pues, por tu empeño en negar la realidad, bien podrías ser una artista del Romanticismo. Pero, no, no, no. Solo eran metáforas. Te quedas en la superficie. Busca la esencia.

—Ahora no busco la esencia. Creí que era yo la retorcida, la que siempre daba una vuelta de más al discurso, a la realidad…

—Y lo eres. Solo que no lo aceptas y por eso te impones no entenderlo.

—Entonces, ¿la conclusión es que realmente soy una inadaptada? Pídeme otra copa, por favor.

—¿Nos pone dos copas más de lo mismo, por favor?

—Tenían ehh, ¿un Gin Tonic y un Whiskey con hielo?

—Exactamente.

—Marchando.

—A ver, decías que eres una inadaptada. Yo no he dicho eso. ¿Una inadaptada en dónde?

—¿En dónde? ¿Cómo crees que voy a saberlo si soy yo la que no encuentra su lugar? La que no se siente de ningún sitio, la que no encaja ni colocando un taco con taladro o un pie con calzador.

—Ergo, depende de la pared donde pretendas colgarte o el zapato donde quieres que quepan tus pies.

—Ya empezamos con el relativismo lógico.

—No estoy hablando de metafísica. Me refiero a que eres una nota discordante en la partitura equivocada pero el colofón del concierto apropiado.

—¿Apropiado? Pues dime dónde puedo escuchar ese concierto.

—No, no, no. No lo encontrarás porque tú eres parte de ese concierto.

—¡Mierda! Se me ha caído la mitad de la copa —refunfuña ella mientras se seca con una servilleta el escote de la blusa—. Creo que ahora eres tú quien se está volviendo loco. Espérame un segundo. Tengo que ir a limpiarme esto.

—¿Había cola? Casi me duermo encima de la barra.

—Perdona, tenía que retocarme. ¿No vamos a ir luego a esa fiesta?

—Yo creo que ya estoy bastante servido. Podríamos dar un paseo. Hace una noche para caminar… ¿Pido la cuenta?

—Venga, sí. Necesito un poco de aire y fumarme un pitillo. Te espero fuera.

—Bueno, ¿por dónde iba? —le pregunta mientras guarda la cartera en el bolsillo trasero del vaquero.

—Creo que por el concierto —se burla ella—. Y explícate porque sigo sin entenderte.

—A ver, esto es simple: si eres una nota, tendrás que formar parte del concierto, ¿no? ¿Hasta ahí me entiendes?

—Venga, sí. Te sigo. Pero vayamos por aquella acera. Quiero ver el río.

—La señorita manda. —Y le coge de la mano para cruzar la calzada.

—Soy una nota… —Le suelta la mano y apoya los brazos sobre la balaustrada mientras se asoma al cauce del río.

—Sí, eres una nota y eres parte del concierto. Y es ahí donde radica la clave. —Le tira del brazo hacia sí para que le mire—. Eres tú quien debe crear ese concierto.

—¿Crearlo yo? Esto sí que es bueno, un contenido que crea su propio continente.

—No podrías haberlo explicado mejor.

—¡Venga ya! —Se gira de nuevo hacia el caudal—. ¿Has visto la luna cómo se refleja en el agua?

—Sí, Catalina es la que crea las mareas –aduce él con sarcasmo.

—Y la que enciende la locura de los… Esto no es un océano pero dos locos creo que aquí podría encontrar…

—Hablo en serio. No puedes quedarte sentada esperando a que algo venga y encaje contigo como un puzle.

—¿Lo ves? ¿Entonces crees que yo soy el problema? —le reprocha ahora de frente—. Crees que tengo que cambiar. Amoldar mi pieza al resto.

—No, no. Tú eres parte del todo, del puzle final. Pero hay que girar las piezas.

—¡Uff! Entonces puedo estar probando hasta el infinito. Jamás lograría montar ese puzle.

—Ese puzle, no. Tu puzle. Y en realidad es un finito porque tú ya eres, tú ya estás. Las posibilidades no son infinitas, pero tú eres… Quien tiene que creer la idónea.

—¿De verdad tengo ese poder? –satiriza ella.

—Ahora empiezas a entenderme. Pero no te burles de mí.

—No, creo que no he entendido nada. Soy un capricho, una mancha de tinta, un vinilo, un piano de cola, un bureau barroco, una nota discordante y la pieza de un puzle. ¿De verdad crees que puedo extraer algo de todo esto?

—Te olvidas del colofón en el concierto.

—Vale. Lo acepto. Soy una nota. Pero soy una nota sin pentagrama ni Clave de Sol. No hay partitura que valga. Sinceramente Fer, ni siquiera sé tocar un instrumento.

—Eres tú quien ha de crear la partitura. Hay notas que dominan sobre las demás, que crean, ehh…, el resto del baile.

—Bailar sí sé. Pero necesito música.

—La que tú crees.

—Te lo repito. Tú habrás estudiado en un conservatorio pero yo no sé nada de solfeo. Sé lo que es una blanca, una negra, una semicorchea… pero ya ni siquiera sabría interpretar con flauta una de esas plegarias que tocábamos en el colegio.

—No te hace falta ninguna flauta, ni descifrar ningún pentagrama. Solo incitarlo.

—¿Incitarlo? ¿Y cómo se incita un pentagrama? —pregunta mientras se da la vuelta y se sienta sobre la barandilla en diagonal a Fer.

—Me refiero a…. Inspirarlo. La partitura. La melodía.

—No entiendo cómo alguien puede crear una canción sin conocer las notas.

—Con una basta.

—La mía

—Sí, la tuya, Luk —le asegura mientras se acerca y se sitúa frente a ella.

—Pues no estoy segura de cómo suena la mía.

—Ni falta que hace. Solo tienes que dejarla vibrar. No presionarla —le advierte despacio y casi en un susurro—. Sin anticiparte ni retrasarte, eso desboca el resto de la composición.

—Creí que era una nota libre, que debía dejarla sonar —postula ella mientras se quita la diadema del pelo.

—Y lo eres pero en el tiempo justo. No pretendas conseguirlo todo aquí y ahora. Hasta una nota ha de tener paciencia. Por muy fuerte, muy alta que venga, ha de esperar su turno en el pentagrama.

—Ves, siempre lo mismo, esperar… —recela ella, mientras agacha la mirada.

—No tienes que esperar, Luk. —Se acerca de pie a sus piernas—. Solo… No dejar de sonar. —Ahora se miran de frente-. La felicidad no es un fin, es un medio. Si la conviertes en una meta jamás la hallarás.

—¿Y tú crees que ahora estoy sonando?

—Yo creo que ahora suenas tímida y ronca.

—Ahh, ¿sí? ¿Tímida y ronca?

—Déjate llevar.

—Llevar. ¡Qué bonito suena! Dejarme llevar cuando me dirijo al trabajo en un tren atestado de hormigas, cuando hablo y me apagan la voz o cuando regreso a casa y me he quedado muda.

—De ti depende aligerar esa mochila de ruido ajeno para que no te oprima el pulmón y tu voz pueda salir.

—Ya. Liberar la carga, disminuir el peso… ¿Y cómo se hace eso, señorito experto en musicología?

—Sonando, repiqueteando, tintineando —le dice suavemente mientras le coge las manos.

—¿Tú alguna vez me has escuchado? Quiero decir… no esta nota tímida y ronca, sino… esa de la que hablas. La original…

—Percibo la vibración de esa nota desde que advertí que llegabas, en la distancia. Y la escucho cada vez que me acerco a ti. Y podría sonar contigo. Y bailar. —Pierde la vista en el río—. Si dejaras que mi nota se sumara a la tuya en la misma sintonía.

—Pero ahora… no estás hablando de mí. Estás hablando… De ti.

—No, estoy hablando de tú y yo, de yo y tú. Si sonamos juntos también podríamos bailar. Pero tú no alcanzas a escuchar la música. Por eso siempre crees que digo estupideces.

—¿Quieres decir que…? —pregunta tímidamente.

—Quiero decir que tú eres la nota que vibra y que hace que yo suene. E incluso la que podría hacerme bailar. Porque yo de música entiendo pero de baile…

—La que tendría que bailar entonces soy yo.

—No, sigues sin entenderlo. Sonaríamos y bailaríamos los dos.

—¿Los dos?

—Tú no sabes sonar sola y yo no sé bailar solo.

—¿Yo necesitaría un intérprete y tú un coreógrafo?

—No, no necesitaríamos nada. Tenemos las notas, la música y el baile. Solo tenemos que hilar todo el proceso de forma… Natural —le explica mientras le coloca el pelo detrás de la oreja—. Es solo un puzle que necesita que sus piezas estén juntas.

—De tal forma que el continente encuentre su contenido.

—Y el contenido su continente.

—Pero Chopin…

—¿Qué pasa ahora con Chopin?

—Bueno, tú dijiste que los scherzos de Chopin fueron publicados de forma independiente. ¡Los cuatro! Podían sonar solos…

—¡Uf! Luk. El scherzo no es en realidad más que el minueto clásico. Formaba parte de una gran obra: una sonata para piano, una sinfonía, un cuarteto…

—No el scherzo de Chopin. Tú mismo dijiste que un scherzo es autónomo respecto a cualquier otro género.

—Luk, la misma palabra lo dice. Scherzo significa ‘broma’ en italiano. No lo digo yo, lo dicen los libros de música clásica. Eran piezas ehh… Juguetonas, con un ritmo más rápido dentro de otra composición.

—¿Pero no eran oscuras y dramáticas?

—¡No! Solo las de Chopin… Y en contraste con el scherzo clásico, quiero decir, original. Los scherzos de Beethoven eran alegres, o no, no todos, no lo sé…

—Tristes o alegres los de Chopin sonaban solos.

—¿Acaso has escuchado algún concierto de Chopin?

—¿Cuenta la Marcha Fúnebre?

—¡Ves! Ahí lo tienes. Aunque la gente solo conozca la Marcha Fúnebre, en realidad esta pieza formaba parte de una sonata para piano compuesta por cuatro movimientos y uno de esos movimientos, exactamente el que precedía a la Marcha Fúnebre, era un scherzo. —Fer se agacha y apoya el brazo sobre la balaustrada, casi abatido—. Mira, Luk, claro que una nota puede sonar sola pero si la escuchas dentro del todo al que pertenece, del que ella misma forma parte, el que ella misma ha contribuido a crear, te aseguro que va a brillar de un modo que jamás podría dibujada en un pentagrama vacío.

—Entonces, no me importa ser un scherzo de Chopin. ¿Me enseñarás el resto de su obra? Quiero decir… los otros movimientos que acompañaban a los scherzos.

—La obra completa.

—¿Y mi pentagrama vacío?

—Acabas de pintar la Clave de Sol. Déjate sonar y el resto de las notas se dibujarán solas.

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