«Espero que no hayas llorado perpetrando esta porquería», me dice mi profesor de escritura mientras tacha en el texto adjetivos que estorban, subraya repeticiones y decide que el personaje de la niña sobra. Ya ves, precisamente el de Marta, la de las graciosas trenzas con tanta gracia trenzadas. Dejando el tufo de su aliento en el aire y el papel sobre mi mesa, se va hacia la pizarra arrastrando los pies y rascándose el grasiento y casposo pelo. El día que toque realismo sucio se va a enterar.
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