El cielo grisáceo se quiebra con el crujido de los polos en descomposición. Muertos vivientes, de pútrida y perfecta normatividad, deambulan infelices al ritmo de los tambores.Las ventanas se empañan de hastío y los coches, torpes gigantes de humo, circulan con pesadez. En el barrio de los poetas y los comediantes, fastuosos pisos vacíos se extienden por doquier. Sin embargo, en un polvoriento sótano, irredentos revolucionarios ultiman los preparativos de su alzamiento.

Sus armas, las palabras.

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