No soy yo el hombre

no son mi pasos
ni mi voz
ni mis brazos largos y delgados.
No es el aire el que acaricia mi rostro
son todas las manos de los de antes
que por ratos viven
y mueren luego entre las tierras
donde se esconden hace tiempo.
No suspiro, no puedo suspirar
el corazón ha escapado de mi pecho
ha dejado un agujero vacío y oscuro,
habitan allí murciélagos
y cantidad de bichos raros
que no hacen más que comerme
las carnes amargas que quedan de mis restos.
No es la noche la que me da miedo,
son tus besos:
los tuyos, los que me queman si me acerco.
Son tus delgados dedos
y tu cabello
y tus ojos de color de cielo
es tu voz,
tus piernas y muslos
tu espalda blanca desértica
tu cuello
tus pequeños pechos
es cuando duermes y no sueñas
es cuando caminas en las madrugas
y te muerdes los labios
y gritas
y dices que mueres, pero no mueres
vives más que nunca
te aferras a las maderas del mundo
aunque sean ellas la que un día
no te dejaran escapar de la misma muerte
–siento en mi lengua el sabor dulce del engaño–
No soy este el que escribe
soy el de antes.
Descorro las telas grises del cuarto
y un perro merodea el jardín
tal vez, sea la muerte que olfatea mi cuerpo
o el tuyo, o el de mi madre, o el de mí hermano.
Es la muerte, huele a muerte
tiene los ojos de la muerte,
pero no tengo miedo
siento una extraña alegría en mis dedos.
Escribo, no soy el hombre
ni son mis pieles estas
ni mi voz
ni mis piernas
ni mis costillas, ni mis ojos
no es el alma la de mis adentros.
El aire toca mi cuerpo
o son las caricias de una mujer desconocida.
Cae una piedra de lo alto de una casa vieja
miles de ojos detrás de los arcos se encienden.
Hace frío en los estrechos pasadizos.
No es mi tierra, no es mi vida.
-La muerte deambula a mi costado como un perro faldero todas las noches-

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