La fatiga de los materiales

La fatiga de los materiales

Luis L. Lehnhoff

14/09/2019

Un crepitar del armario:

acerco el oído madera adentro.

Al poco

escucho un himno silencioso

entonado por algún fantasma vegetal.

Un grito seco y sostenido

aunque bello en su exactitud.

Un canto de fiereza inerte

un llanto de olivo

desarbolado.

***

Respiro la luz del laboratorio

su olor a cloro raspa la piel.

Entre las muestras, un tejido

canceroso

de alguien muerto

hace lustros.

Es cuanto queda de él

una etiqueta

un nombre.

Y la certeza de que las células

amotinadas

siguen multiplicándose.

***

Descuartizada

en el chino de la esquina

(un segundo de incredulidad).

Levanto la garrafa de plástico

y leo los ingredientes:

medusa, sal y agua.

Así ha acabado

tu vuelo venenoso

de mariposa marina.

Troceada

como un espejo

roto.

***

No recuerdo ni un solo cumpleaños

sin aquellas varillas de fósforo.

Refulgían

con luces y chispazos.

Pero los artificios

duran solo

lo justo.

El tiempo que la pólvora

convertía esa ilusión

de ojos deslumbrados

en simples alambres

ardientes

que quemaban los dedos.

***

Hablo y aparece mi hermana

«Tienes la misma voz que papá»

«Creía que lo estaba escuchando».

Me intriga esa voz que no recuerdo.

Murió cuando era muy pequeño

y la voz es lo primero que se olvida.

Imposto una voz ausente

habla por mí

sin que pueda rebelarme

me acompaña

esta voz de segunda mano

esta invocación del pasado.

***

Amanezco

con el día degollado

en los cristales.

Con los ruidos ciegos

aún exigiendo confianza en los sentidos

busco a tientas mis defensas:

la camisa sin planchar, los huesos entumecidos

la frente de lunes laboral, los zapatos fríos.

A la habitación, cerrada, ascienden las voces

de la calle, su realidad urgente.

El fragor de un mundo que insiste:

las sirenas de la policía

el grito de un niño

los pasos del vecino de arriba.

Y aquí me sospecho: mecánico, artificial

sonriente.

Fuera de cobertura.

***

Guardé tu voz

como un extraño ámbar.

Entonces, un día

activé el buzón del móvil.

Ahí estabas, riéndote

«date prisa»

«vas a llegar tarde», decías.

Lo escuché varias veces

salí hacia donde me citabas.

Y allí te encontré, esperándome

como si los años no fueran

más que un preludio de tus ojos.

***

La radio amarilla

de mi madre muerta

me cae en el pie.

Dolor.

Cosas así pasan

al ordenar un garaje.

Que la radio que reunió nuestras fechas

esa que quién sabe cuántas noticias

desvaneció en el aire

cuántas canciones

me caiga en el pie.

La recojo y la sostengo

entre las manos:

Ahora me recorre por dentro

intenta ajustar

el dial adecuado.

***

La mujer que amé sigue enviándome correos:

«¿Do you want to fuck like a world champion?»

Alguien ha esclavizado la voluntad

de su procesador, que escupe cada día

miles de ofertas para mejorar

el sexo en el planeta.

Ella no sabe nada de todo esto

de su ordenador zombi, de las ofertas

hechas con su nombre, de mis pensamientos.

Hay algo extraño en este tipo de

despedida.

***

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