Una mañana al despertar, entre el espejo y el alma,

un relieve ya conocido, la arrugada frente

que sopla la arena en el desierto. Tome

de costumbre, el afán que todo lo tiene,

nada y todo había cambiado en los otros.

Supe de pronto, que me estaba haciendo viejo.

El tiempo fue mi talón de Aquiles,

la soberbia del más fuerte, mi

cota de malla.No conocí

felicidad ecuánime, ni sobres

del amor lejano. No conocí

mujer alguna que en el ocaso

su sombra reflejara mi alma,

ni tragedia prospera que habituó

la vejez; el último peldaño de la madera podrida.

Yo fui uno de esos en el que el oro

brillo en los ojos, corrió en la venas

amo en el alma, murió en la espera.

Yo camino hace media muerte

la faena con el sudor de mis años.

Su rutina, las calles, el parque

estudiante, los vacíos teatros,

el viejo amor de los burdeles,

el oro de la catedral, las palomas,

su gente, el humo de cigarrillo,

el semáforo controla peatones,

la música sin espíritu de los arrabales

le quita la poca gloria al burgués.

Aprendí a robarle con la astucia

del que nada quiere a la ciudad

y a sus locos, la paciencia. Ahora

sé a dónde voy, y me demoro,

a paso lento, como no queriendo

llegar o como no queriendo partir,

dejo lugares sin sombra ni memoria,

para no arrastrar las huellas del tiempo,

que como las olas del mar vuelven a la playa,

entristecen los recuerdos que la espuma emana.

Ahora presto atención al sabor del café, a las

formas de las nubes, al llorar de los niños.

La lluvia me hace correr al calor de un techo.

Un mendigo pide una moneda, una mujer

se acerca y le pasa, yo espero en el único

asiento solitario de la taberna, mientras

otros ríen, y eructan y juegan piezas de domino.

Recuerdo el camino de regreso, a casa,

allí me espera la soledad en ansia de ruina.

Las rejas, el zaguán, el arabesco en la ventana,

la frescura del jardín, la cerradura sin seguro.

Adentro las mágicas formas del esfuerzo;

la biblioteca de libros sin leer

el enchape de plata pura de la cocina sin comer

el mármol de la cama de las noches sin dormir.

El vacío del corazón sostenido en un hilo,

de llanto, que me dice que aún estoy vivo.

De los entrañables tiempos idos a la risa

me avisan del miedo a la muerte.

¡Oh, muerte! ¡Muerte! ¡Muerte!

De la vida solemne a la seguridad de cada

amanecer, de cada noche, de cada día,

deja caer el olvido agónico del memorial

espejo de los años, y el tiempo de sus años.

Ya solo me espera, la muerte, vestida de poca

felicidad, que alcancé en el final del juego.

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