VIAJE A LA PACHAMAMA

VIAJE A LA PACHAMAMA

Rubén Mera

08/09/2019

Recuerdo borrosamente a través de la neblina del tiempo y de la corrosión del pasado distante, aquellos arrebatos de optimismo que, víctima de mi ingenua juventud, me invadían frecuentemente. Ésos, los he ido abandonando por el camino, golpe a golpe, piedra a piedra. La realidad había que afrontarla, este viaje venía complicado. Ya me lo habían diagnosticado mis angelitos de la guardia. «Viejo loco, que bicho te picó, si vas a la Pachamama, allí te quedarás, incrustado de cabeza entre dos piedras Incas, bien profundo en el abismo». Ellos no entienden que esos pequeños problemas mundanos me tienen sin cuidado. «Boludo», fue el epíteto más dulce que me propinaron.

Los menguados residuos de amor propio que por ventura hayan quedado atrapados en algún recóndito rinconcito de mi vapuleado cuerpo fueron más fuertes que la prudencia conquistada a porrazos a lo largo de los años. Y boludo viejo loco me quedé. Así que partí, mochila a la espalda, adarga antigua, corazón de acero, piernas desgastadas y la frente muy alta, a conquistar la inconquistable Cordillera de los Andes. Para colmo de males, allá arriba en la majestuosa cordillera, rodeado de sobrecogedores picos nevados e intimidantes abismos sin fondo, no hay GPS ni 3G ni carajo alguno que ayude a la orientación, a no ser mi aguzado olfato de sabueso viejo, un refinado instinto de sobrevivencia y la tenue esperanza de una buena suerte que no siempre me es favorable.

Fuimos a Cabanaconde, una aldea que quedó olvidada en la cordillera de Los Andes. Es como viajar al pasado. Íbamos a explorar el cañón más profundo del mundo, el Colca. Salimos temprano con Chris, henchidos de euforia y energías, cámaras prontas para disparar.

Entonces el escalofriante cañón se impuso. «Aquí mando yo», rugió.

—¡Uuups…! ¡Hay mamita! Quién me mandó, debería haber escuchado a mis angelitos de la guardia.

Pero ya era tarde para arrepentimientos. Marcha tortuosa, demoledora. Mi cuerpo exigía un engrase y cambio de aceite. Las bajadas no se caminan, se saltan, y al pisar abajo, las rodillas crujen, los tobillos rechinan, las vértebras gruñen, eso en el jubiloso caso que el fémur, la tibia y el peroné hayan quedado en una única pieza indivisible. A las cuatro horas avistamos nuestro destino bien profundo a la distancia.

De pronto, ¡zás! mis zapatos empiezan a deshacerse y yo a resbalar y caer. Chris, con su indomable espíritu periodístico, no perdía oportunidad de documentar mis caídas con la cámara.

—Nada personal tío, apenas para honrar la verdad. —repetía con siniestra sonrisita socarrona, y yo, el culo todo aboyado.

Esos contratiempos no quitaron interés a la travesía. El embrujo del lugar, la soberbia de la montaña, la magnificencia del paisaje, producían un éxtasis inexplicable que impulsaba a continuar. La soledad era impresionante, la montaña, imponente. Los abismos infinitos poseen una indescriptible atracción fatal. No contemplábamos apenas un paisaje hermoso, nos habíamos introducido dentro de esa magia de la naturaleza, formábamos parte de ella.

Llegamos, zapatos desechos y yo también. Pero había que volver. Sin zapatos y sin piernas, volver antes del anochecer era una utopía. Decidimos pernoctar allí, pero no quedaban cuartos disponibles. Tentamos alquilar mulas pero ya todas habían salido. Pasar la noche a la intemperie, a -10°, no era una opción. Llegan dos mulas. ¡Estamos salvados! O eso creímos. Roy Rogers y el Llanero Solitario mulegando los senderos de la Pachamama.

Rebeca, la mula de Chris, terca como una mula, iba empacada, negándose a avanzar. Gertrudis, mi mula, la empujaba clavándole el hocico en el culo, cosa que enfureció a Rebeca.

Anochecía, que da pavor en la cordillera, cuando aparecen los espíritus de la montaña. Yo me preguntaba si las mulas estarían equipadas con visión nocturna, infrarrojos o laser. Rebeca se exasperó y empezó a lanzar mordiscones a diestra y siniestra. Una dentellada furtiva casi rebana un pedazo de Chris, que consiguió eludirla a duras penas. Rebeca empujó a Gertrudis hacia el despeñadero. Gertrudis corcoveó como potro furioso. Para salvar su vida, dio un salto felino sin tomar en cuenta la salud de su pasajero. Yo, que no tengo talento para domador, me vi flotando en el aire a 4.000m de altura. Yo estaba 50% vivo, eso si caía del lado del camino. Si caía hacia el otro, todavía estaría rodando cuesta abajo. Acudieron recuerdos de infancia como le sucede a los condenados a muerte. Evocaciones que habían quedado enredadas en los entretelones del olvido afluyeron frescas a mi memoria, tan nítidas que las veía en 3D, las oía, las olía y las tocaba. La primera pelota de fútbol y aquel golazo que metí y los aplausos de mi papá. Me corrió el chihuahua de la vecina, cómo ladraba ese mastín asesino. Entonces todo se puso oscuro y yo estaba en una posición muy incómoda y de repente una luz enceguecedora y una voz: «Haga fuerza señora». Estaba presenciando el momento de mi nacimiento. «Varón», fue todo lo que dijo la partera, y era todo lo que había que decir, pues vine completito, con bracitos y piernitas y todo lo demás que hay que tener para ser un bebé normal. Quise mirar la cara que puso mi papá al verme, pues siempre sospeché que él habría preferido una nena; pero me quedé sin saberlo, el culo se me estrelló contra una piedra y terminaron los recuerdos. Rebeca corrió desbocada.

—¿Estás vivo tío? —preguntó Chris, sin poder volverse para evaluar daños y perjuicios.

Yo pensaba, luego existía.

—Si Descartes está correcto, estoy vivo.

—¿Te rompiste un hueso tío?

—No, apenas un poco magullado.

Ese fue tan sólo un día más en la historia. Otra espléndida experiencia de viaje añadida.

Nos despedimos en el aeropuerto. Flotaba en el aire el recuerdo vivo de paisajes gloriosos y el nostálgico sentimiento de querer volver algún día. Fue un viaje extraordinario, repleto de emociones, sustos y placeres, un épico paseo por la historia de América. Este viaje quedará firmemente grabado en los anales de mi memoria. No fue apenas un viaje más. ¡Fue un viaje a la Pachamama!

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS