CATARATAS DE IGUAZÚ

CATARATAS DE IGUAZÚ

Manuela O.

06/09/2019

Las colas llegaban hasta la plaza. Era 1992 y el cine todavía atraía a masas. Encontré sitio en primera fila. ¡Que nadie se interponga entre la pantalla y yo!, ejem … ¡Soy la protagonista! Río y lloro como los personajes… aquel día también me mojé. Las gotas de las cataratas salpicaban mi cara. La película era «La Misión».

Al salir, aún con el rostro húmedo, dije a Carlos: «Iremos a ver las cataratas de Iguazú«. Habíamos estado dudando entre París y Egipto, pero esa visión decidió mi viaje de novios.

Semanas después, todavía con las sensaciones de la boda, volamos a Brasil. Aterrizamos en Salvador de Bahía y recuerdo sus calles coloridas, me impresionó el Candomblé con sus raíces africanas y vibré con el son de la Capoeira y esos cuerpos jóvenes y fibrosos retorciéndose en el aire.

Río de Janeiro me deslumbró desde el cielo, su belleza y sus contrastes. Reconocí lugares que antes visité en el cine (el eco traía el grito de Copito de Nieve llamando a Marisol); las favelas que descienden de la montaña como gusanos apiñados buscando agua. Y esas inmensas playas de mar embravecido de nombre que suena a música y ron: Ipanema y Copacabana.

Al final llegó el principio: Iguazú, destino deseado. Verde, agua, arcoíris… y de nuevo, lloré. ¿Fue lo que esperaba?¿La belleza en una pantalla tiene parangón al natural? ¿El calor, los turistas, gritos y correrías de niños acaso no contaminan la más sublime naturaleza?

En el matrimonio y en el viaje mejor no idealizar. Disfrutadlos día a día, vividlos y hacedlos únicos.

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