Y así como nada, un día escogido al azar decidí emprender un viaje, impulsado por un anhelo de amor que me quemaba el pecho, solo serían tres días, era consciente de que no quedaría conforme ni con un millón de días, pero algo es peor que nada. Así subí a un autobús, en contra de todos los consejos y las advertencias que me habían puesto de por medio y solo con el corazón en a favor.
Vivo en un lugar caótico y la verdad es que muchos lo pensarían hasta tres veces antes de tomarme el atrevimiento de hacer lo que hice. Mi destino no era tan lejano, pero las circunstancias siempre me habían esquivado esta oportunidad, así que tuve que buscarla yo hasta que de una manera u otra me vi camino a una ciudad de la que solo conocía su nombre y solo a una de sus habitantes. Una verdadera cruzada por el amor.
Hace mucho tiempo que no viajaba y durante cinco horas volví a ser testigo de la belleza de mi país, Venezuela, mi amada tierra, herida pero imponente en cada uno de sus esquinas. Fue un viaje revitalizador y refrescante para mi alma y mi mente, para la reflexión y relajación, aunque por otro lado estuvo lleno de ansiedad, porque cada vuelta de daban los cauchos del autobús significaba que estaba más cerca de ver a mi amada.
Montañas y valles tan verdes que parecían fosforescentes y a lo lejos la sombra que hacían las nubes sobre los valles, quizás no sea la gran cosa, pero admito haber quedado bastante maravillado. Luego de atravesar las montañas, una ciudad me golpea de frente y fue cuando tuve la certeza de que había llegado momento. Una mezcla de infinitos sentimientos me invadió, dentro de mí luchaban la ansiedad y la paz que me generaba el estar finalmente aquí y poder verla.
Recuerdo haber soñado con ella la noche anterior, no es que haya podido dormir profundamente, pero en algunos pasajes mi mente pudo pintar lo que más deseaba en el oscuro lienzo de mis ojos cerrados, su cuerpo femenino, sus inconfundibles gestos y su voz que aún mantiene un hilo infantil. La obra maestra de mi mente, alimentada únicamente por mi más grande deseo.
No viajé a una ciudad, sino a una persona y las personas tienen sus vidas propias, por lo que tuve que esperar hasta las ocho de la noche sentado en la cama del hotel hasta que ella estuviera libre, a pesar de haber llegado al mediodía, cosa que solo hizo que mis nervios se acrecentaran. En esa cama pensé un millón de cosas, quizás ella se había arrepentido y me estaría dando largas o tal vez todo haya sido una gran mentira, pero mientras yo jugaba al profeta del desastre mi teléfono sonó y del otro lado estaba su dulce voz dándole pie a una noche que sería más que memorable.
Acordamos encontrarnos en una pizzería que estaba junto a su edificio, por lo que la fortuna me jugó una mala pasada y ella llegó primero que yo sin remedio alguno para que yo pudiera al menos pensar que iba a decirle. Sin saber ni como saludar abrí la puerta del cielo y ahí sentada en una de las sillas del paraíso estaba ella, un ángel solitario a la espera de su más temido demonio, un demonio que personificaba sus deseos más profundos, deseos que ella trataba de reprimir, pero que saldrían a flote inevitablemente.
Con un tímido saludo me siento frente a ella y todo el mundo a nuestro alrededor desaparece, entramos en nuestro mundo secreto, donde estamos en confianza,donde todos los secretos y tabúes se caen, dando paso a una avalancha de sentimientos que nos golpea en la frente. No es hasta ese momento cuando nos damos cuenta de la realidad, pues no es un sueño, estamos frente a frente conversando con la misma naturalidad con la que solemos hablar por teléfono día y noche, con la misma naturalidad que nos hizo enamorarnos. El mismo amor que me quitó el apetito, pero ella inmutable terminó comiendo lo suyo y lo mío.
En una familiaridad muy extraña y peculiar me sentí en casa, justo en lugar donde debía estar, a pesar de estar en una ciudad desconocida y con una persona a la que había visto una vez en mi vida, pero de la que conocía hasta la cantidad de pelos que crecían en su cabeza.
De un momento a otro me encontré en puertas de un apartamento muy lindo y moderno, era su lugar y lo reconocí de inmediato por estar muchas veces en las innumerables fotos de su infinita sonrisa. Todo surgía con naturalidad, una conversación amena, tranquila y fluida, como si de dos amigos de toda la vida se tratase, pero yo en mi incesable deseo por ella me concentraba en memorizar cada centímetro de su cuerpo en mi mente, estaba loco por ella y poco a poco empecé a notar que ella también lo estaba por mí, hasta un siego lo habría notado, se sentía una atmósfera de complicidad contenida en una burbuja que moría por reventar en un beso que acallara todos los deseos ocultos y así sin más me vi sentado en un sofá, envuelto por su cuerpo e inundado por sus labios, un beso rompió la burbuja, pero también rompió toda racionalidad que aún se creía capaz de detener este improperio. No fue inercia, fue amor y pasión que durante tanto tiempo estuvieron acumulándose y que en un momento de alineación cósmica encontraron un desahogo infinito, aunque no tan infinitas como el amor entre estas dos almas flotantes.
Y así como pasó, desapareció y me fui actuando como si nada hubiese pasado, cuando en mi interior sabía que había sido el momento más glorioso de mi vida, con ganas de volver a vivirlo un millón de veces más y reviviendo el recuerdo en mi mente, fue amor de viaje o viaje de amor, nadie sabe.
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