1
Los ojos están mirando,
Los taínos están mirando,
La ambición arde,
La inocencia impera,
Los conquistadores se emgordecen
de ambición, otra vez así, con el brillo
En los ojos.
El taíno grita.
Sus tierras son mujeres codiciadas
por el prójimo.
Los taínos son golpeados
en las caderas,
Los caballos se levantan,
Parecen un sólo hombre,
Los taínos se asustan.
2
¿Cuántas veces la vi,
Y mis más adentros de hombre se encendieron?
Y de sus colores,
Y su pelo largo,
Y de esa falta de pudor,
Mostrando todo,
Mostrándolo todo;
Dicen que si te enamoras de una taína,
No vuelves.
No vuelvo
¡No quiero volver!
3
Cuando salimos corriendo,
Quemaban mi Aldea,
La de donde yo crecí.
Huracán no era un viento recio,
era un hombre.
Este, como asustado cuando me vió,
Paró todo su ejército de funges sombra,
Iguales a él,
Y de los animales que andaban con él,
Se bajó de donde estaba subido,
Y lo supe,
Era un hombre,
Como yo.
Sólo que él parecía como el sol.
4
Cuando quiso acercárseme,
Me fui corriendo,
| Cuando quise tocarle el brazo,
huyó,
Y en la huída,
La dulce quemada tropezó.
Él la vio en la pradera,
Y quiso levantarla,
Pero al toque gritó
y no por el
dolor
Pero para cuando en tón de «salvarla» vinieron,
Ya el sol le había estremecido la piel.
Y así se fueron a vivir,
Quién sabe dónde;
Bajo algún árbol por ahí,
Seguramente bajo algún árbol por ahí.
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