«Fase del vivir»

«Fase del vivir»

Emilio Machado

17/07/2019

–No sé si llevar valija, mochila. ¿Una bolsita con ropa interior?

Es una duda más que razonable, ya que es la primera vez que realizo un viaje de este estilo.

–No necesita nada, más que usted mismo Saúl. Muévase un poco más rápido por favor, el tiempo es oro.

–Cierto. El tiempo.– Miro hacia arriba, a la derecha, ahí es donde comienza a funcionar el cerebro provocando recuerdos, anécdotas, errores, fallas.

Vuelvo a la realidad, bajo la cabeza, las lágrimas brotan.

–¿Es un viaje rapidito no?.– Pregunto sin pensar.

–Menos de lo que usted piensa.

Me encuentro dando vueltas sin sentido en esa habitación blanca. Por lo General, cuando de un viaje se trata, se deben hacer muchos aprontes. Bolsos, ropa, documentación. Para éste en particular, ya están todos los papeles firmados. Mis nervios juegan su papel, es una rara sensación, como si fuera a ver a mi novia, por primera vez. Unas raras mariposillas en el estómago.

–¿Un saquito por si me da frío?. A mi edad creo que sería necesario, ya que los calambres por frío me pueden hacer mal. Usted sabrá, creo que tiene algunos años más que yo.

–Algunos más si Saúl.

–Cargo una campera entonces.

–Saúl. Quizá le pueda venir algún chucho, así como si tuviera un poco de fiebre, pero le puedo asegurar que en su mayoría, no va a sentir frío. La mayoría no sienten ni frío ni calor.

–¿Qué sienten?

–Alivio.

–Alivio– Repito, bajo la vista, la misma se posa en mis manos, arrugadas. Las miro, no las reconozco.

La habitación se mueve. Sonidos, voces, corridas, susurros, plegarias. Silencio. Blanco.

–Bueno, entonces… bien. Esto queda acá, a mis niñas les va a gustar. Estoy listo, ahora sí. Creo que sí. Creo que estoy listo.

–Ya era hora Don Saúl.

–¿Me dijo que íbamos a hacer esa pequeña parada antes no?

–Correcto, está en el acuerdo previo a su venida.

–Estoy nervioso.

–Tranquilo. Cierre los ojos y respire profundo.

Todo se mueve, lento, paulatino. Mis recuerdos golpean mi mente. Una niñez perdida, mis padres fallecieron muy jóvenes, me tuve que hacer cargo de mis hermanas siendo yo apenas un niño.

La carpintería es un oficio que se aprende rápido, por suerte. Pero el que sólo haya tenido catorce cuando comencé por mi propia cuenta, fue, sin dudas, muy difícil.

La juventud fue de un adulto, trabajando y a eso de los veinte años ya padre. Casado, por tres veces. Cinco hijas, mujeres. Trabajar una vida para después sobrevivir con una mísera jubilación o pensión, como guste llamarla.

La vida me golpeó muchas veces. Mi corazón tiene muchas cicatrices y el dolor es parte distintiva de mi camino. Muchas piedras. Muchas.

Sonrío al recordar eso, ya que fueron, justamente, las piedras las que me hicieron hombre. Hoy soy lo que soy o fui lo que soy gracias a mi camino empedrado.

Mis hijas las críe fuertes y luchadoras, para que su trayecto fuera, no fácil, porque eso no lo decide uno, sino que tuvieran las armas necesarias, esas que me faltaron a mí, para poder desenvolverse mejor en la vida.

–La vida, irónica metáfora–. Sonríe. Es la primera vez que la siento sonreír.

–¿Le causa gracia la vida?–. Infantil pregunta.

–Me causa mucha gracia, no la vida en sí, sino lo que hacen o hacemos con ella. Es un regalo, una bendición, sin embargo el ser humano se emperra en creer que es dueño de su propia vida.

–¿No lo somos? ¿No somos dueños de nuestra propia vida?

–Creo que no me entendió Don Saúl. Usted es dueño de su vida, pero también es dueño del resto de las vidas. Sus actos siempre van a repercutir en su prójimo o en desconocidos, por ende, es la vida misma quien gobierna al ser, no a la inversa.

–No sé sí…

–Ahora ya no importa. Abra los ojos Don Saúl.

Los abro muy de a poco. Los párpados me pesan, me cuesta. Es una sensación muy rara.

Ante todo, siempre, la primera impresión es de sorpresa. La vida siempre da esa clases de sorpresas Si buscara un ejemplo claro de lo que estoy hablando, creo que sería algo parecido al final de una obra de teatro. En el saludo final de obra y en los aplausos es cuando uno se da cuenta de que el teatro estaba lleno.

No hubo aplausos ni teatro lleno.

No hubo frases rimbombantes, ni discursos elocuentes. Ahí estaba mi vida.

–Hay mucha gente. Muchos conocidos.

–Siempre pasa lo mismo. Cuando una persona se va, es mejor persona. En su caso sé que los que vinieron lo hacen por sentimientos verdaderos.

–¿Y los que lloran?

–También.

Me detengo por unos segundos. Miro todo desde arriba, es una sensación extraña.

–Es alivio.

–Es… alivio. Liviandad. ¿Y ahora?

–Ahora seguimos. Tome ése pasillo… ése túnel.

–Estoy tranquilo, es raro.

–Lo sé.

Caminamos, nos vamos acercando.

–Hasta acá voy yo, usted debe seguir hasta el final de esa luz blanca.

–¿Me va a doler?

–Nunca duele. No se preocupe, solamente es una fase más del vivir.

Camino hasta que me sumerjo en la luz. Lo sé, comienzo una nueva vida.

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