Cada mañana al despertar podía ver a mi lado a quien sin mucho esfuerzo era dueño de mi corazón. La decisión estaba latente, a mis 33 años para completar mi existir solo era necesario tener un hijo. Pero sentía miedo y dudas, miedo del cambio que iba a tener mi cuerpo y mi vida y dudas de si el hombre a quien había escogido por esposo, cumpliría la promesa de estar conmigo «hasta que la muerte nos separe».
Una mañana de calor intenso, con un debate en mi interior que no terminaba, visité la ginecóloga para informarle que suspendería los anticonceptivos y que junto a mi esposo emprenderíamos el viaje de ser papás.
El examen estuvo normal, completo (citología, palpación de tiroides, mama y vientre) acompañado de la incomodidad de exponer toda la creación a luz de las lámparas que dejan ver hasta la más pequeña imperfección que cualquier mujer maquilla antes de salir al sol. Una pequeña protuberancia palpó la ginecóloga, sin alarmas y con la calma de sus años cubiertos por la experiencia me recomendó una ecografía mamaria. El examen solo sería para cumplir un protocolo que asegurara la búsqueda de un frágil y pequeño ser. Al salir del consultorio, mi intuición traía temores y más dudas.
El día que recibí los resultados de aquel examen protocolario, esa intuición saltó a la vista con un «¡sé lo dije!», esto no sería tan fácil. Birards IV. ¡cáncer! Más dudas sin piedad me atacaron. El llanto de las pacientes que todos los días veía desfilar por el pasillo y que como espectadora desde un escritorio podía observar, taladraba mi cabeza. Recordar cómo los sueños de muchas mujeres mi jefe frustraba, me acechaban. Tantas y tantas de diferentes edades un consuelo había dado y ahora yo estaría en la lista llamada “una más” que el jefe solía pronunciar.
-Tranquila, no nos alarmemos, lo normal es continuar con una biopsia y… ¡listo! ¿Qué más puedes hacer? pensé. Luego me dije a mí misma; -has sido una mujer fuerte, el llanto acostumbras ahogar en tu almohada para que nadie se percate de tu debilidad, ésta no puede ser la excepción.
Los días pasaron y esperaba el resultado de la biopsia a la cual fui sometida debido a la clasificación del tumor que tenía en el pecho. En una tarde tranquila, llena de sueños y expectativas sujetas al amor de mi vida, sonó el teléfono y una voz amable y tranquila me citó para el día siguiente con un acompañante. Cambio de planes! dijo la enfermera. Hay un pequeño tumor en tu seno derecho, ya están listas las órdenes para realizarte todos los «exámenes de protocolo» y tu cita con el oncólogo es el 02 de abril. Y el cambio de planes, a qué se refiere?, preguntó mi amado esposo; sé que están en busca de bebé, pero por ahora eso tendrá que esperar.
¡Era insólito, había una cantidad de sentimientos encontrados! me sumergía en mi propio debate. Dios!, no estaba segura de tener un hijo y me pones frente a un «no» rotundo sin vuelta atrás. Ahora caminaba en el tapete de angustias, tristezas, dudas y temores. Cada mañana antes de salir del baño, mi cuerpo ya no era tan imperfecto, de un momento a otro tenía una extraña perfección. No hay cicatrices, los pechos no son grandes y eso favorece para que los músculos siempre estén donde deben estar.
-Pero… y entonces! como quedaré después de la cirugía? Dios mio! Nunca me percaté que en mí había esencia de «vanidad».
Los días transcurrían sin mayor asombro, la cirugía fue un éxito, pero mi matrimonio ¡Jesús! no estaba siendo un éxito. Muchas cosas estaban cambiando, sentía que algo estaba mal, había ausencia de sol y de calor, de repente todo se tornó gris y la nieve cubría mis ojos. Quería que mi estancia por la tierra terminara. Inicié el tratamiento post-quirúrgico y el especialista seguía diciendo que el bebé no era posible por el momento.
No tardó mucho para mudarse a mi apartamento un hombre frío, insensible, que se esforzaba por hacer presencia solemne en cada anochecer, pero su espíritu volaba al mas allá. Ese hombre tenía la mirada cansada y ausente. Tenía una vida activa en su trabajo y con sus amigos. La cama en la que dormía era dura y sin calor. Ese hombre ya no ama, sonríe para disimular que en su corazón solo hay desprecio y horror por continuar un camino del cual ya siente temor. Ese hombre que llegó a vivir a mi apartamento era mi esposo, ¡qué va! Hacía mucho que vivía con él. Un amante por ocasión.
Podía notar en su habitación que en la cama se dibujaba en medio de las sábanas claras y frías dos mapas diferentes. En donde hubo uno ya habían dos. Lloraba en silencio y lloraba para que él me viera. Reclamé calor, pero me respondieron con un no. El 22 de abril de 2011 un viaje lleno de pasión había emprendido y para dar continuidad un hijo quise tener. …Pero con el alma hecha pedazos tenía que reconocer que todo camino tiene un final y en un viaje muchas cosas pueden pasar.
Mi salud se recuperaba al 100%, mi vida amorosa disminuía en un 100%. Al llegar la noche siempre entraba en sudor, ese sudor que causa lo desconocido, ese sudor que agobia, desgasta y fatiga.
De rodillas supliqué pero de santo me equivoqué. Claro! mi esposo no era un santo y por eso mi deseo no cumplió. Un nuevo viaje enfrenté diciendo adiós al que en mujer me convirtió. Un nuevo viaje que no imaginé, pero que con toda seguridad sería mejor!.
Recuerda… Nadie sabe hasta dónde tiene el cabo de su vela… la vida es corta y no sabemos donde termina y como será el final… cambio de planes siempre habrá, pero de la mano de Dios siempre estarás… fue lo que pensé al firmar el divorcio. Un nuevo avión cogí y en otro viaje ando yo.
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