poemas aleatorios

poemas aleatorios

I

El amar ya no se lleva.

Es demasiado lento,

demasiado arriesgado.

Excesivamente costoso y ordenado.

Incluye además de etéreo y eterno;

jurídico, predecible y procreador.

Montones de dogmas y doctrinas para un mismo beso.

Es en fin, demasiado ideológico,

incluso hasta comprometedor.

Mejor sólo conmigo mismo,

y así no perder de vista,

mi lugar antiguo,

solitario, serio, silencioso, árido, pálido,

posiblemente eterno también,

aparentemente conservador…,

y en cambio, a veces,

deliberadamente libertino.

II

Si supieras,

hoy es un día en que estado pensando en mí.

No te miento,

a veces pienso que no soy un poeta.

Aunque me gustan los cuervos y el mar,

y esa seda resbalosa,

que suelen mostrar los murciélagos,

al unirse a la noche,

con ese volar, tajante y sagaz.

No exagero,

a veces pienso que soy un poeta,

cuando en silencio,

con la ventana entreabierta,

voy juntando largo tiempo,

bajo la luz desvelada de mi lámpara led,

palabras que son muy viejas.


III

Después de toda la vida,

¿quién me quedará y qué versos no habré olvidado aún?

Después de toda la vida,

¿cuántos de mis poemas guardaré,

junto a revistas ajadas,

que sólo sirven para pulir espejos de anticuarios,

sucios de silencios?

No dejaré que lo digan hoy por mí,

en un folio nuevo, un lápiz de punta roma.

Sólo son biombos donde cuelgan mis versos, dispares y caóticos.

No vendré desde el horizonte a responder obviedades:

«¿Quién eres tú?, ¿el que abraza intensamente para no ser independiente?»,

Soy el que aplasta el bolígrafo entre sus dedos,

hasta que brota el verso, lo glorifica, lo ensalza,

para después dudar de él para siempre.

Ese soy yo hablando, desde el sentido más amplio de la emoción.

IV

A donde todo huye, huiré yo,

con dos odios bajo el brazo,

igual que los demás.

Cuando muera mi cuerpo,

empezará por mis manos.

Saltará de mi ombligo,

la serpiente azul,

la del celeste brillo,

eludirá el veneno de hiel,

dejará detrás mi seco vientre de eunuco,

y reptará hasta el árbol más cercano.

Mientras yo me despido,

con mi adiós infrecuente,

sin poder evitarlo,

me abandonarán seguro,

mis otros pedazos.

V

Tú y esa sed de desiertos,

que llevas siempre en los bolsillos,

y que dejan mis rodillas secas,

de los llantos de otros que han zozobrado,

si me cubres con ella.

Déjame mojado de tibias y saladas humedades.

Deja que el tiempo si acaso, las seque,

y si vuelve alguien que fue feliz,

a contarme lo que ya yo había olvidado,

(y que conviene recordar,)

vuelva a poner sobre mí,

sus historias mojadas.




VII

La mitad de esta vida he estado contando inauditos silencios,

pensando que morir no es lo primero,

buscando religiones que no culpen,

que no comprometan,

y que el arrepentimiento no sea su emblema.

La mitad de mi muerte la pasaré,

si es que existo,

solitario, con los blancos cabellos ajustados,

buscando algún amigo muerto,

y siguiendo la costumbre de estar vivo.

VIII

A sangre fría, han talado el árbol,

con todas sus hojas vivas,

sorbiendo de él.

Parecen cachorros verdes,

abrazados a su cáscara, de un color olvidado.

El final llegará también a todos.

No escapamos, ni nosotros, ni los nidos olvidados, ni las pacientes sombras, ni las orugas silvestres,

ni las aves envueltas en complicadas ramas,

a la muerte del árbol,

que quiere, si puede,

volver a empezar,

de semilla otra vez.


IX

Ya no estoy secuestrado en ti.

Hoy comienza el pasado mío,

que sí guardaré en un cofre ordinario.

Ya no tengo que salir de tu vientre,

cada día, haciendo aguas,

pálido, delgado y ensangrentado,

solo, con mi llanto de gato en celo,

mis patas mojadas,

escondido debajo de un coche negro.

Ya no tengo que inventarme una ciudad,

con un santo de piedra en lo más alto,

con los brazos abiertos,

mirando con sus córneas de concreto,

hacia dónde caerá cuando sepan que está muerto.

Ni dormiré casi en el suelo,

sobre un encaje sucio,

contemplando por la ventana, un sol decadente,

que yo creía,

que doraba mis horizontes…

Hoy ya no.

X

Ese silencio taimado, que sigue después de las mentiras,

es la distancia de seguridad que tengo,

para seguir en este juego de póker improvisado y sorprendente.

Su sombra se extiende sobre la realidad justa que preciso,

para poder continuar en este existir,

donde lo cierto,

saca los brazos fuera de un agua turbia o sucia,

mientras su boca se llena y se asfixia,

con una mueca plañidera.

XI

Cuando las orillas de arena y roca,

me den la vuelta,

y se cierren para que nadie pueda entrar,

entonces es que estaré en mi mundo propio.

Tendrá un bosque de poco peso,

que yo pueda cuidar.

Lo llenaré de idas y vueltas,

de marchas y regresos,

de volver a empezar,

y de no entiendos.

E iré a favor, o al revés del tiempo,

saltando agujas dispares,

en un mundo contrario a este,

donde las ramas se retiran debajo de los nidos míos,

para que así comience el atrevido vuelo.

Y aquel dolor, que he convencido,

para que salte de esa parte ya agotada de mí mismo,

en un trayecto diferente,

lo colocaré si puedo,

al otro lado del pecho.

XII

Déjame salir con cuidado por la puerta,

déjame sentir su poder rectangular.

Quiero humedecer su madera seca,

cultivarla nuevamente,

y así se llene mi portal,

de ramas y sombras nuevas.

XIII

«Último deseo»

Caen las piedras de mi cara antigua,

ya no soy montaña de ardillas blancas,

de corrientes preñadas por laderas rocosas,

de piedras cortantes, que mastican avecillas.

Caos me aurea, me entorna,

cada vez a menor distancia.

Mi ilusión quiere seguir siendo nueva,

pero ya vibra el cuenco, me alerta.

¡Acerca el oído al papel!

¡¡¡¿Lo escuchas?!!!

¡¡¡¿Ahora me crees?!!!

He de pensar,

en mi último deseo.

XIV

Los senderos, son caminos de hierbas muertas,

un trillo de cadáveres secos,

aplastados por los pies apurados,

que van saltando de nieve en nieve,

de lodo en lodo,

de tierra en tierra,

de brizna en brizna,

hasta llegar al viejo fuego,

casi constante,

siempre abrasador.

XV

Voy a dejar pasar la lluvia dentro de mí,

y ver si en verdad se vuelve río,

y que me salten de paso,

salmones en el pecho,

viajen por mis arterias a saltos fríos,

suban hasta mis bordes,

y me salpiquen de espuma y algas, hasta no ver.

Conozco el milagro de niebla y hielo,

que acusan de ser lo mismo.

Pero envolverme en raíces mojadas y lodos hambrientos,

que se nutran de mi piel,

ya no es cuestión de decidirlo en voz baja,

ni preguntarme si será como quedarse dormido, bajo el peso de unas piedras,

esto es otra cosa.

XVI

En los momentos más solemnes de mi vida,

me disperso.

Pienso en brujas y caballos alados,

que me llevan a mundos peores,

pero más entretenidos.

A veces quisiera ser tan valiente y libre,

como un mendigo.

Pero continúo sin arriesgar,

este silencio de orillas vacías,

en el que sigo existiendo.

XVII

En la continua calma matutina,

mi sendero miente.

Sólo explica, los tercos pasos de ayer,

con conjeturas que hoy, inventan así, el pasado que yo quiero.

Es el momento de que resuelva, el extraño enigma,

que enfrenta a mi compasión y a mi vileza.

Abro amplia mi boca,

se asoma el grito.

Saca otra vez,

la rabia que tengo a dentro.

Sobrevuela mis mucosas,

y se pega a mi garganta, nuevamente,

hasta no sé cuándo.

XVIII

En un Cosmos paralelo a éste,

mío y del otro, que soy yo,

o yo soy él, a fin de cuentas,

no estoy escribiendo ahora, allí, de pie,

en un folio negro,

con la tinta blanca,

de un lápiz de nevado grafito.

En esa Creación, que ha plagiado de ésta,

nebulosas, fuegos y traiciones,

tú eres el que me encuentras a la deriva,

y Él es, el que me pide mil perdones de rodillas.

Sale de la ermita, cabizbajo,

porque yo no le he otorgado, lo que me pedía.

En ese, el otro Universo,

casi copiado del nuestro,

al semejante a mí,

hoy lo crucifican.

XIX

«Luna adoptada»

Miro la luna que ha quedado,

en un rincón de mi techo, fuera de la razón.

Es una niña perdida,

y es también tierra antigua,

que sin querer,

por sus miedos,

mancha las noches de todos,

con gotas de plata mojada.

Que no puede obviar,

su sospechada historia.

¡Que más da!

¡Dejadla en paz!

Sólo quiere la lealtad de la noche,

sólo pide que cruja el camino,

para saber si alguien se acerca,

y quiera por fin,

venir a buscarla.

XX

Esperen, no se marchen aún,

déjenme contar cuántos están invitados a mi soledad,

de hielos baldíos y estepas de sal.

Aguarden aún, no se pueden marchar sin tocar mi espejo vacío.

Déjenme creer que el comienzo es distinto,

y que ahora, esta vez,

sí será cierto.

XXI

Afortunadamente, despegué,

las últimas ofrendas que llevaba encima,

exageré ingenuo de fe, mi juramento.

En el tirar, se levantó mi piel entera,

y corrió una enorme lágrima por mi espalda.

Se acabaron las supersticiones que idearon otros,

ya no me quedan divinidades en los cajones,

que sustituyan a dioses gastados, opacos, repetidos.

Mi boca ha quedado libre de rezos,

mi cabeza, ya no mirará más arriba,

y ya no esperaré la resurrección cuando esté muerto.

XXII

Mis poemas rupestres, imponen sus rimas,

y yo estoy agotado de tener que esconderme de ellas,

de esa obsesión de terminar los versos con sílabas parecidas.

Me asedian,

las voy cubriendo con esos sinónimos ilegítimos,

las encierro en ánforas,

las arrojo al mar.

Parecen ataúdes de viejos genios,

que irán siempre a la deriva.


XXIII

Todo se balancea hacia ti,

se inclina y se queda,

en esta ciudad llena de islas de piedras blancas,
de ventanas abiertas que dan a ninguna parte.
Mi ilusión es una costa oscura,
con olas secas, moribundas, sin aguas azules ya dichas,
agotada hasta la saciedad,
cansada de escuchar versos estériles;
por donde todo me fluye, y te encuentra,
constante y perenne,
se vierte, corta el suelo,
va y se hunde,
para no volver jamás a mí.

XXIV

Sin duda,
mis dudas son dos espejos grises,
uno frente al otro,

mirándose fijamente.

Sus caras ocultas, siempre contra la pared,

cuelgan de un clavo enquistado en el cemento,
girando alrededor de nada, sin mostrar menguantes ni crecientes.
Sus rostros de falsa plata,
de orillas puras, quietas, estáticas,
impregnadas ya de cualquier estación, se responden,
con un eco de mí,
en un mundo ya, sin manos tibias,
ni miradas que contacten con las mía,

que sólo esconde en mis cuencas,

las sombras,
de esta puesta de cartón, donde se desenhebran,

mis diseños inacabados.


XV

«Es el fin»

¡Silencio!

El último poema va a ser dicho.

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