Puede que aún no estén preparados para leer esto.
Dejé mi trabajo, y ya sin familia me dediqué a viajar. Como viaja un nómada por el desierto, acompañado por unos pocos enseres y un camello. Víctima de sus pensamientos y fusilado por el sol y por sus propias culpas que le acompañan en forma de sombras y que le amenazan con recordar quién es antes de que la noche le aplaste.
Pues ése puedo ser yo , sin camello, nada de enseres, tampoco los necesito para mis viajes.
Siempre solo, no me queda otra. Mi equipaje son los pensamientos de mi viaje anterior. No son recuerdos, o sí, no lo sé, ya no los distingo. Es uno de los inconvenientes de viajar como yo lo hago.
Confundir recuerdos con pensamientos, eso te obliga incluso a volver dos veces al mismo sitio.
Londres, mayo de 1812 fue mi primer viaje. Una vez de vuelta en casa empecé a pensar lo que había ocurrido, si todo aquello fue real o no, las personas que conocí, y que hasta ese momento para mí eran desconocidos y ahora son parte de la historia y de mi historia particular de Londres. Así que empezaré por ahí.
Llegué a Londres el mismo día en que asesinaron de un disparo al primer ministro. Aquello hizo que muy pocos se fijaran en mí. Pude caminar y pasear entre la gente sin llamar mucho la atención por mi extraña vestimenta. Conocí a Anne, así la llamé. Una misteriosa mujer a la que seguí discretamente después de pedirme limosna. Delgada, de rostro maltratado y greñas sucias aparentaba algo más de cuarenta, cuando en realidad podía tener unos veinticinco. Salía de una especie de lavadero junto con otras mujeres. Me hice el mudo, le fabriqué un par de señas con las manos que le sacó de sus casillas, le enseñé unas monedas y antes de que pudiera explicarle que no le servirían para nada, las agarró directamente de mi mano y corrió asustada entre las otras mujeres.
Me sentí observado y casi empujado por el resto de féminas a perseguirla. A trote me dediqué a recorrer callejuelas y callejones mugrientos desde la distancia sin perder de vista sus harapos.
La vi bajar unas escaleras y desaparecer tras una puerta que se la tragó con un golpe seco. Cual ratero, la espié tras la pequeña ventana sin cortinas que daba al patio de la escalera. El olor era una mezcla de basuras y aguas residuales, pescado podrido dentro del estómago de un gato muerto, pero mi curiosidad era más potente que la nube nauseabunda a la que mi olfato no se acostumbraba.
Una mujer joven, y con cuatro niños de entre siete y unos cuatro años. Pensé en ella como una madre soltera actual. Allí estuve un buen rato, guardando su vida en mi mente, hasta que la tarde hacía de la ciudad algo peligroso y empezaba a sentir como la niebla londinense me digería sin escrúpulo alguno, mezclándose con el hedor. Salí del agujero para descubrir otra Londres.
La ciudad sumida en una penumbra permanente con una iluminación escasa de la época y aún consternada por el asesinato del primer ministro. Debía volver. Londres para mí terminó en ese momento.
Cuando llegué a casa y desperté de aquél sueño no podía dejar de pensar en la mujer. Sus ojos verdes que parecían lo único vivo y con color en ese rostro ajado y azotado por la mísera vida que le había tocado representar en la mía.
ANNE en concierto, publicidad que me presentaba un autobús desde el otro lado de la calle. Y yo pensando en el extraño sueño o lo que fuere, así la llamé, Anne.
Volví a Londres un tiempo más tarde pero no la encontré, no pude recordar el callejón, ni el lavadero, ni las callejuelas. Y esos recuerdos cada vez se mezclan más con mis pensamientos, hasta tal punto, que como dije al principio ya no sé lo que son. Sólo me han quedado el color Escocia de sus ojos y algo que imagino es el viaje original, pero a día de hoy, no puedo asegurar que no me haya inventado lo que cuento hasta que vuelva a encontrarla.
Desde ese segundo viaje me dediqué a viajar, ver, callar, y sobre todo disfrutar. Y sí, he estado en Londres en 1812, y cuando supe elegir mis destinos no he dejado de viajar.
Berlín 1989, Estados Unidos 1969, Florencia 1600, Vladivostok en 1900, China en el 1000 DC. He conocido a hombres y mujeres que hoy son la historia en persona. Estuve hablando incluso con Helen Dukas mientras compraba media docena de huevos frescos, por supuesto no tenía ni idea de quién era. Pero de mis viajes me quedo con personas como Anne, personas ajenas a la historia, pero que estuvieron en ella como miembros sufridores, con vidas tan ajenas a todo que la propia humanidad les ha aplastado en el olvido, pero que han estado ahí. Personas con miradas tan intensas y llenas de vida, llenas de tristeza, miseria, curiosidad, humildad, nobleza, en fin, un millar de miradas que guardo en esta especie de sueño.
Soy capaz de caminar por el tiempo. Y sin embargo hasta hoy no me he atrevido a contarlo, no por no saber lo que he hecho, ni por no conocer cómo procedí, sino por saber que se me diagnosticaría, cómo mínimo, de esquizofrenia severa irreversible.
Hasta yo pensaba eso eso de mí, cuando descubrí que estaba entre los más buscados por la Interpol. Entonces me dí cuenta que seguramente ya no viajaba solo. Alguien me había descubierto.
Si encuentran esta carta y viven para terminar de leerla deben saber que he dejado de viajar, se puede viajar en el tiempo, no es difícil. Si algún día lo consiguen, ya saben dónde encontrarme.
PD: Un genio me dijo una vez, “puedes ser lo que sueñas ser, solo necesitas estar en el entorno adecuado, viaja”
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