Fuego, manténlo prendido.

Fuego, manténlo prendido.

Walden Supertramp

25/06/2019

El olor a hachís impregnaba todo el ambiente. La llamada al rezo sonaba por las bocinas colocadas en todas las mezquitas. Sentado en una terraza de una calle cualquiera de Chefchaouen, pensaba en qué historia de viaje explicarte, mientras el té con menta y mucho azúcar iba satisfaciendo mi paladar. Observo el vapor del té recién servido. Me siento como él, fluyendo libre, al compás del viento.

Podría contarte los diez años de gira que me pasé viajando por el mundo con una banda de rock. De Málaga a Canarias, pasando por México y Bogotá. En ocasiones, subido en un avión sin saber en qué país iba a aterrizar. Una auténtica locura. Maravillosa.

Quizás sea más interesante el viaje que hice durante dos meses por India, de norte a sur a golpe de tren, con una pequeña mochila y un saco de dormir. India, o lo amas o lo odias, no hay término medio. Recuerdo estar saboreando un delicioso thali mientras veía como el cuerpo de una mujer se convertía en llamas a orillas del río Ganges, donde la vida y la muerte caminan cogidas de la mano, como dos amantes lesbianas.

Puede que te apetezca más que te cuente cuando en Río Dulce, Guatemala, di clases de informática a niños sin hogar. Entre clase y clase, pasaba el tiempo remando en un cayuco, palpando una vida apacible.

De todo eso hace ya algunos años. Más reciente, podría contarte el viaje que hice por Bolivia con la ONG Sonrisas Nómadas. Me recorrí el país en un camión de bomberos convertido en hogar, el Dream Warrior, Guerrero de Sueños, ofreciendo espectáculos de clown en escuelas y lugares alejados. ¿Alejados de qué? me preguntaba. Después de Bolivia vino Perú, país que me recorrí a base de autostop. De Perú podría explicar varias anécdotas. Abandoné las rutas turísticas, como hago siempre, y me adentré en la Selva, recorriendo el VRAE, lugar donde se cultiva la coca y hay una alta presencia de narcotráfico; viajé en lo alto de un camión sin frenos que transportaba madera de contrabando, pasé seis días a bordo de un barco carguero, durmiendo en una hamaca en la cubierta por el Amazonas. Yo que, gracias a Dios, soy ateo practicante, toqué el ukelele en unas misas cantadas, participé en el festival de payasos organizado por el conocidísimo Patch Adams, y actué en solitario para las tribus Bora Bora y Yaguas que hay presentes en la zona.

De Perú salté a Ecuador y lo visité ofreciendo magia en los semáforos para sacarme algunas monedas. Me fue bastante bien.

Lo que sí fue emocionante fue cuando viajé desde las islas Canarias hasta Santa Lucía, el Caribe, en un velero de diez metros de eslora a cambio de hacer guardias de tres horas en turnos de cuatro. La velocidad, la que maneje el viento.

Poco después de eso, recibí un WhatsApp de Payasos en Rebeldía, preguntándome si quería ir a Palestina.

– ¿A Palestina? ¡Claro!

Después de actuar en escuelas, campos de refugiados y campamentos beduinos en diferentes poblaciones, me vi sentado, junto a militares de Hamas, esperando a que me sellaran el pasaporte para poder entrar en la tristemente conocida Franja de Gaza. Me parecía estar viviendo una película.

Otro tipo de viaje que hice, este más introspectivo, fue cuando estuve doce días en un templo, meditando once horas diarias, sin hablar, sin mirar a nadie, sin música, ni lectura, ni escritura. Nada de ejercicio físico y levantándome a las cuatro de la mañana. Meditar, comer, pasear y dormir. Nada más… Ni nada menos.

Como historia de viaje podría contarte la más reciente, la que estoy viviendo ahora mismo. De Barcelona a Marruecos en bicicleta. Para quien le gusten las cifras, decir que llevo dos mil trescientos cincuenta kilómetros pedaleados, cinco pinchazos y una rodilla lesionada. El ferry de Tarifa a Tánger me costó cuarenta euros y poco menos de una hora. Para otros, el viaje a la inversa, el precio que tienen que pagar, en el mejor de los casos, es de horas de un pánico que no soy capaz ni de imaginar y, al llegar, algunos sueños hechos trizas. En el peor de los casos ya sabes… por las aguas del estrecho flotan claveles negros…

Podría contarte alguna historia de éstas o alguna otra que se me olvida. Me pasé muchos años de mi vida imaginando, soñando, fantaseando; eso hacía que mi día a día fuese más llevadero, hasta que un día dejé de soñar despierto y me dediqué a vivir, a hacer, a poner el alma en ello, aunque a veces duela, aunque a veces tema estar andando en la dirección equivocada. Tomar decisiones y afrontar las consecuencias, como esas tiendas de campaña que se montan solas en dos segundos pero que luego estás toda una vida tratando de guardar. Aquí no hay manual de instrucciones. Se vive improvisando. Ensayo, error, ensayo, error… Hasta dar con la fórmula correcta, o no. Porque puede que te vayas al hoyo antes. Si amigo, te vas a morir. Todos hemos estado muertos antes. ¿No lo recuerdas? Por eso, mientras saboreo los últimos tragos del té con menta y mucho azúcar, decido no contarte ninguna historia, pero sí quiero animarte a que cojas todos esos libros que tienes, los que cuentan historias increíbles y viajes maravillosos y les prendas fuego. Animarte a que hagas una bonita y enorme hoguera con Jordi Esteva, Javier Reverte, Alberto Vázquez Figueroa… y te dediques a vivir tu propia historia, sea cual sea, la que tanto deseas y nunca te has atrevido a realizar. Hacer que la vida valga la alegría. De nada vale vivir en un futuro ansiado o en un pasado añorado. Todo viaje se trata en realidad de un mismo viaje hacia nosotros mismos, una especie de meditación activa, en movimiento que no deja de sorprendernos. Salir al mundo abierto en canal, a pecho descubierto. Estamos vivos. Estamos vivas. ¡Celebrémoslo! Aquí y ahora, en este preciso momento. Cuando muera quiero que sea así, viviendo.

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