Pasaba las tardes estivales viendo telenovelas con mi abuela. Me metía tanto en el papel de la protagonista que acababa enamorándome del actor que, no sin contrariedades, terminaba junto a ella.
Con 9 años quería ir a Venezuela y conocerlo. Sabía que me lo cruzaría en un paso cebra. Nos miraríamos y esbozaría una sonrisa, feliz de haberme hallado.
– ¿Es grande Venezuela?-pregunto a mi hermano una noche con la luz apagada.
-Sí ¿por?
-He de ver a alguien- digo bajito.
-¿A quién?
-A tu cuñado.
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