Ella y ella

Ella

La vida entera daba vueltas en mi cabeza sin orden y sin control. Cada mañana a tu lado. Cada comida preparada y cada camisa planchada. Cada noche cuerpo con cuerpo. Se me escurría el fondo de mi vida de entre las manos hasta desvanecerse en la nada. Estaba todo allí delante, dentro de mí, pero parecía que se iba desdibujando, que se iba difuminando y me arrastraba hacia la ausencia. En cada aliento que había absorbido, en cada objeto que había mirado. En toda mí, en toda yo, estabas presente. En tu ausencia estas presente.

Te miré con tanto odio que todos los músculos de mi cuerpo se enervaron e hicieron de mí una mole rígida mientras me acercaba hacia ti con las manos enhiestas y los dedos como alambres. Te rodee el cuello y empecé a apretar con todas mis fuerzas gritando ¡Te mataría! ¡Te mataría! Te quedaste inmóvil. No vi en tu mirada ni un solo argumento que me impidiera seguir apretando tu garganta. No hablaste. Ni un gesto de defensa. Creo que si hubiera acabado estrangulándote no te hubieras resistido y ahora estaríamos muertos los dos. Tu bajo tierra. Yo encima, sin tierra que me sostenga.

En aquel momento, en aquella hora, eras más guiñapo que yo. ¡Cobarde! Grité con todas mis fuerzas. Si te hubieras resistido hoy te podría odiar con la razón de mi parte. Pero te callaste, te amilanaste. En aquel espacio donde todo podía ser posible dejaste que si hubiera algún demonio, fuera yo.

La razón. Maldita palabra. Razón es vivir con tranquilidad porque todo el devenir diario es correcto, porque todo se ha hecho con medida, con juicio. Razón es diseñar una vida con arreglo a las normas convenidas, donde todo corresponde a criterios establecidos y donde resulta cómodo mirar a los demás porque no has roto ningún código. Razón es ver a tus hijos creciendo con la certeza de que cada día es seguro para ellos porque están protegidos, porque todas sus necesidades están cubiertas y han aprendido las reglas escritas y las no escritas para vivir en paz. Pero tú, el hombre con el que había construido una vida entera basada en la razón, me engañaste, nos traicionaste y me decías sin mirarme que te ibas con otra. Por eso y por mucho más, quería matarte.

Cuando mi cuerpo empezó a no poder soportar toda la tensión te solté y me dejé caer al suelo con absoluta desesperación. En aquel momento me abandonaron las fuerzas y hoy, aun asumiendo mi soledad, no las he vuelto a encontrar. Ando perdida, vagando como si fuera un recuerdo de mi misma, como si se hubiera borrando en mi presente la capacidad de ser, de asistir a mi propia vida.

Y ella

Te juro que no te busqué. La vida se me había vuelto anodina después de perder las ilusiones para sentirme amada y me había quedado inmersa en el desencanto de la soledad. Pero lo asumía con dignidad sin esperar nada de nadie. Ni siquiera de mi misma. Sin embargo no era eso lo que se escondía detrás de nuestro devenir. A pesar de nosotros y sobre todo de ella, sin poder evitarlo ni remediarlo, nos encontró esa fuerza atávica que une a un hombre y una mujer por encima de sí mismos. Al principio luchamos para alejarlo. Nos parecía mal. En algún momento casi nos pareció ajeno. Pero seguía viniendo por detrás, a traición y nos cogía de improviso. Más de una vez le dejamos desvalido a pesar de que nos cubría en todo su esplendor. Hasta que, ¿recuerdas? el destino arteramente nos encerró en el mismo lugar a la misma hora. Allí, sobrecogidos, notando como el aire que quedaba en la habitación, no era suficiente para respirar los dos, no pudimos decir ni una palabra. Y aun así, no hizo ninguna falta. Después solo fue cuestión de que el lazo invisible del deseo, se fuera estrechando cada vez un poco más, hasta que le dimos permiso para que se adhiriera a nuestra piel y desde entonces no pudimos hacer nada más que querernos cada día.

Ella

¿Y ella? Apareció sin más, filtrándose en toda una vida construida y cerrada. Una vida que ya era en sí misma una entidad perenne ¿Cómo pudo hacerlo? Hoy sé que otra mujer puede desgajar de parte a parte tu existencia robándote aquello que por derecho vital te corresponde. La imagino sonriente a tu lado, que es el mío, dejando que trascurra mi lugar, robando mi tiempo, mi espacio, mi identidad.

No hay perdón. Quisiera desprenderme de la rabia insertada en cada instante, de cada día. Pero es como desprenderme de mí misma. No tengo nada más.

Y ella

Quisiera pedir perdón. Pero no había lugar donde se pudiera eludir la inercia que nos llevaba del uno al otro y del otro al uno. Por encima de ti, de mí, de ella. La culpabilidad nos perseguía a ratos cuando a cada uno por separado nos acosaba la conciencia del dolor de ella. Luego, cuando volvías y estallábamos el uno en el otro, ni el mismo dios de la justicia nos hubiera quitado la razón. No se puede ir contra los preceptos que están por encima de nosotros. Yo te aseguro mujer de cualquiera, donde quiera que estés, que donde impera ese código no existe otra ley.

El

Amor mío por tanto tiempo. Todo está aquí dentro de mí. Nuestros sueños cumplidos, nuestros días de paz, cada alegría, cada tristeza. Todo lo guardo con amor. Todo está registrado en las consignas más básicas de mi existencia. Nuestros hijos. Cada beso de cada noche, cada mirada cómplice, cada orgullo por cada triunfo. Todo perfectamente ordenado en los capítulos diarios donde la vida trascurre con naturalidad y parece que cada cosa que pasa, es justo lo que tiene que pasar. Hasta que no pasó así.

Ni lo busqué, ni lo deseé, ni lo necesitaba. Me golpeó antes de poder reaccionar. No pude defenderme porque antes de alzar mi voz se quedó encerrada en el centro mismo de otra voz que no era la tuya. Aun así, me mentí, te mentí, la mentí. Un día, otro día, otro más. La falacia rodeó cada gesto de mis manos hacia ti, cada sonrisa cuando me mirabas, cada roce de la sábana que nos recogía cada noche. Hasta que tuve que enfrentarte a la verdad. Con dolor y humillación, las palabras se me acongojaban hasta parecer gemidos. Me voy con otra mujer.

Hubieras debido seguir apretando mi cuello. Te lo entregué. Tenías derecho. Pero paraste y en ese mismo instante supimos los dos que ya nada podíamos hacer para recuperar nada. Y ella estaba esperándome.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS