Un viaje familiar

Un viaje familiar

Laura Vizcay

11/06/2019

Era enero de 2015, la playa de Estaleirinho se abría a mar abierto. Mi bus había llegado a la terminal central a las 7 de la mañana luego de un viaje bastante placentero desde Argentina. Pero el llegar no lo fue tanto, en las primeras horas. Mi hija me estaba esperando con el ceño contraído. Me preocupé y tardé en saber el motivo. En verdad mi visita respondía a una invitación suya, y yo me había preparado para una larga estancia en ese país vecino. Entre los abrazos y la corrida con valijas hasta el coche, percibí que su preocupación no menguaba. Pero decidí esperar a que ella se decidiera a hablar. Ya en camino y disfrutando los morros con vista al mar y acompañando el sereno rodar del auto, la voz de la cantante Vanesa Martin, bajó el nivel de ansiedad que de pronto había sentido y me volví por un instante un poco romántica. Me gustaba escucharla y cantar en voz baja especialmente cuando decía, /a un palmo de ti me muevo hoy/y sé que va a costarme/a un palmo de una sinrazón/un paso más y otro gira/la noria de estos dos suicidas/a veces me comprendo y otras no/

Pero no duró mucho el instante, pues mi hija con voz apacible me dijo:

– Papá llegó ayer con su familia, se instalaron en mi casa. No sé qué hacer. Qué haremos nosotras. A dónde te llevo.

Mi sorpresa superó la altura del último morro que atravesábamos y se oscureció como el túnel que en ese instante transitábamos velozmente. Logré juntar algunas palabras.

– Hace 48 horas estuvo conmigo y yo le conté que me estaba viniendo a quedar en tu casa, que estaría un mes aquí, contigo. Que me esperarías en la parada del bus directo que yo tomaría en Santa Fe justo esa noche. Y no mencionó que viajaba… Es más le pregunté si quería enviarte algo y me dijo: no, gracias, no tengo nada para mandar.

Mientras me sentía una estúpida, teórica y prácticamente estúpida, se hizo un gran silencio. Mi hija conducía atenta a la ruta que ahora se desviaba para bajar a la otra vía, la de la inter-playas. Entonces, con la voz más calmada que supuse pudo componer, me respondió.

– No lo sé. Yo tampoco sabía nada. Llegaron de sorpresa y tomaron mi casa como de asalto. Veremos si en la posada donde yo trabajo podemos instalarnos. La casa del antiguo dueño que permanece cerrada, estará libre todo el verano. Habrá que limpiar bastante.

Yo no salía de mi asombro pero no quise incomodar a mi hija y le dije que en cualquier lugar, mientras yo estuviese con ella, estaría bien. Y ¿limpiar? Era moneda corriente. Lo importante era disfrutar y hacerle compañía, o ser una ayuda para su trabajo, bueno todas esas cosas que decimos las madres…

Llegamos a la posada frente al mar. El parque era hermoso, muy tropical, las cabañas homenajeaban los senderos. La casa del dueño se elevaba sobre las cabañas, hermosa construcción de madera con aberturas vidriadas y abiertas desde donde se podía oler el mar.

Ese fue un día de acomodamientos y cena exclusiva en un restaurante exclusivo. Pero la sorpresa fue encontrarme con mi ex, el mentiroso y toda su familia nueva, cenando a pocos metros de nuestra reserva. Mi hija se acercó a saludarlos y darles algunas indicaciones sobre el encendido de luces externas de su diminuta casa. Todo sucedía dentro de la normalidad de una gran anormalidad: El hurto de mi comodidad y de todo lo imaginado durante los meses previos. Días y días preparando ese viaje. Moneda tras moneda. Había comenzado a percibir un sordo enojo dentro de mi estómago, esófago y demás órganos. Tragué una cucharada de la sopa de frutos de mar y me dije, todo sea por la paz familiar.

Era tarde cuando volvimos a la posada caminando descalzas y cantando unas canciones viejas. El restaurante ya estaba vacío cuando salimos de allí. Sólo una pareja de alemanes que no dejaban de reírse y tomarse de las manos. Bellos y jóvenes, lo que me provocaba un poco de envidia por su alegría, específicamente.

Eran casi las tres de la madrugada cuando escuchamos unos gritos en el portón de ingreso. Era la esposa de mi ex. Había llegado hasta la posada corriendo, estaba alterada. Mi hija corrió y ella gritaba, tu padre, tu padre.

No siempre comer pescado de mar trae sólo placer, a veces nos trae problemas, o el tragarte una gran espina o despertarte con una manifestación edematosa en todo el cuerpo. Una crisis alérgica cubría el cuerpo del padre de mi hija. Un médico en una guardia de primeros auxilios trataba de inyectar unos corticoides. En medio del atolondramiento, me quedé cuidando los niños que dormían en casa de mi hija, como unos ángeles en la misma cama en la que debía estar durmiendo yo esa noche, si no la hubiesen usurpado. Cuando los miré y pensé eso, me dije: ellos no tienen la culpa de tener un padre tan mentiroso.

Pasaron tres días. La casa del antiguo dueño de la posada era magnífica. Yo había aprendido a disfrutarla plenamente. Las noches de luna llena, bajo las palmeras y esa brisa marina refrescando mi cuerpo, serían inolvidables seguramente. Mi hija debió trasladarse a su casita a acompañar al padre que debía estar bajo un tratamiento intensivo. Los niños y la esposa nueva se dedicaban durante esos días transcurridos, a juntar arena de la playa de Estaleirinho en sus sandalias y sombrillas mientras esperaban que volviera la normalidad a ese viaje inesperado e inimaginable que iniciaran con una urgencia inusitada ya más, bastante más de 72 horas antes.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS