Por más que yo lo buscaba, no lo podía encontrar.

Desde niño solía escalar el cerro más alto de mi ciudad.

Pensaba que en las alturas, de seguro iba a estar

Los fines de semana me escapaba de mi hogar.

Vaciaba yo la nevera, a escondidas de mi mamá y emprendía feliz el viaje con ansias de libertad.

Retornaba siempre desilusionado, y rebosante de soledad.

—¿Tú sabes dónde se encuentra? —Preguntaba a mi mamá.

—Busca hijo, solo busca —era siempre su respuesta sin mis lágrimas secar.

Y seguía buscando, cada vez más alto.

Subí montañas y ascendí volcanes.

Escalé rocas y atrapé mariposas.

Y así se me fue mi infancia. Buscando aquello que en realidad no quería encontrar, pues sabía que el día que lo hallara, mis alas dejarían de crecer.

Cuando en la cima del Everest me encontré, pensé que más alto no podía yo ya escalar.

Abracé por un momento mi soledad y sentí entonces que una mariposa se posó en mi hombro.

Ahí caí en la cuenta de que aún se podía llegar más alto con ayuda de unas alas.

Tomé sus alas prestadas e intenté remontar.

Me di cuenta entonces que aún con ellas, había que aprender a volar.

Triste, regresé a casa, y a mi mamá volví a increpar;

—¿Tú sabes dónde se encuentra?

—Busca hijo, solo busca. Nunca dejes de buscar.

Fui tras la mariposa, pues sus alas debía regresar.

Entonces me encontré con un águila y tan alto como ella, quise volar.

Tomé sus alas prestadas y seguro estaba que esta vez, sí me podría yo elevar,

Pero volaba yo ahora tan alto, que a nadie podía observar.

Retorné nuevamente a casa, sin ganas ya de volar.

Comprendí entonces, que por más alto que volara, nunca lo iba a encontrar.

—Busca hijo, solo busca, nunca dejes de buscar.

Retumbaba en mis oídos esa frase, en la voz de mi mamá.

Pensé entonces que en el mar, quizás lo podría hallar.

Recorrí los cinco océanos y navegué por los siete mares.

Me encontré con un delfín y lo pude acariciar.

Le pedí que al fondo del océano me llevara, a ver si ahí lo podía encontrar.

Pero estaba tan oscuro que nada podía yo mirar.

Busqué entre mil corales y los arrecifes quería yo arrancar.

Retorné una vez más a casa y todos los mares parecía llorar.

Me arrodillé esta vez ante mi madre, suplicando su piedad.

—Busca hijo, solo busca, nunca dejes de buscar. Y si aún buscando no encuentras, no te dejes atrapar.

Desconsolado salí de casa, sin pensar en retornar.

Me encontré con un sendero y me propuse llegar al final.

Caminé durante siglos sin preocuparme ya más.

Y cuando fatigado yo estaba, la sombra de un árbol me permitía descansar.

Pero entonces entre sueños una voz en mi consciencia parecía retumbar:

—Busca hijo, solo busca. Nunca dejes de buscar. Es posible que en tus sueños, la respuesta encontrarás.

Entonces me desperté con más ansias por viajar.

Miré al cielo implorando, una señal en el mar.

Sentí mil rosas cayendo y mis mejillas besar.

Entonces abrí los ojos y reconocí la mano de mi mamá, que al acariciar mi cara, destilaba su amor maternal.

—Vamos , mi pequeño vamos, que un nuevo día va a empezar.

>>Déjame abrir la ventana, que a el sol le urge ya entrar, acostarse a tu lado y de tu alma su energía recargar.

>>Busca hijo, solo busca, nunca dejes de buscar, que en el mundo hay muchos seres que podrás iluminar.

Fue entonces que caí en la cuenta, cual era mi real misión.

No era yo para mis padres una carga, jamás sería yo su cruz, era yo simplemente, lo que llaman un Ser de Luz …

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