Esquivó el primer golpe, el que va con más energía, el va con más fuerza, el que hay que esquivar o caer. Lo desvió hacia la derecha, pues su enemigo era zurdo, y con su propia izquierda le estiró el brazo desviado hacía el vacío que había detrás suyo, desequilibrándole, y le propinó un fuerte puñetazo recto en la cara con toda la fuerza que tenían sus caderas. Aprovechó la posición en la que estaba su enemigo, como si estuviese imitando a superman, y la presa que tenía sobre su brazo izquierdo para asestarle una patada con la palma del pie justo en la rodilla de la única pierna que tenía sobre el suelo provocándole así una fuertísima luxación. Allí se acabó el combate y si el zurdo hubiere sido un poco menos diestro en el arte pugilístico, probablemente se hubiera roto la pierna. Un combatiente zurdo no es algo que haya que tomar a la ligera, pero por suerte nuestro protagonista era ambidiestro y muy capaz de acabar con enemigos como el que acaba de vencer y muy superiores a él. Era un fuera de serie y todos le admiraban.
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Estaba ya terminando la clase y, como de costumbre, miraba ensimismado el permamente cielo gris que era su vida. Era una persona peculiar, triste por naturaleza, bajita, rechoncha y no parecía interesarle nada que fuera de este mundo. Los demás no paraban de meterse con él y a él sencillamente no le importaba. Era una vida que le había tocado vivir, él no la había elegido y probablemente fuese oscura y gris hasta el fin de sus días. El optimismo no era su fuerte como tampoco lo eran los deportes, las ciencias, las letras, las matemáticas o cualquier asignatura que él, como estudiante, tuviese la obligación de aprender. No era tonto, sencillamente no le interesaba.
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Caminaba despacio y seguro de sí mismo a lo largo de una pradera donde el cielo era azul, los pájaros cantaban alegremente y su armadura relucía. Estaba cansado del combate a mano desnuda de ayer y aun así su cara irradiaba felicidad. Él era bueno en lo que hacía y siempre sería el mejor, que para eso había entranado tanto y seguía entrenando cada día.
Sin previo aviso se escuchó un zumbido, un zumbido que había escuchado tantísimas otras veces y que sabía perfectamente que es lo que era. Un filo acercándose hacía su cuello.
Se agachó rezando para que fuese suficiente y pudo sentir como el viento atravesado por el filo se movía a lo largo de su media melena, despeinándola un poco. Se dio media vuelta con el corazón en la mano izquierda y su ya desenvinado florete en la derecha y vio a un loco con un hacha casi más grande que él… Maldito colgado… ¡Llevaba un hacha! Llega a ser una espada como la suya y su cabeza ya rodaría por el suelo con esa expresión de felicidad que ahora se había tornado en tensión pura y confusión mínima. Había muchos como él que escuchaban de su fama y querían ser el que terminara con la leyenda. Pero eso no iba así amigo, una leyenda no es leyenda sin saber hacer un par de cosas.
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-¡Oh destino cruel! ¿Por qué me atrapas en tus omnipotentes garras, lacerando mi espiritu, doblegando mi voluntad y apabullando mis sentidos? ¿Acaso soy fruto de una venganza desconocida para mí? Ponle fin a esta situación y acaba conmigo que aquí me postro ante tí humillado ¿O es que no soy más persona que el resto de las personas? Sudo resignación ante la parca pero esta se niega a concederme el último suspiro, el sueño eterno y la bendición de la quietud universal.
-Tío… Toca educación física, no exageres…
-No me gusta la educación física.
-Porque eres un gordo.
Dicho esta última frase, aquel joven de aspecto atlético que le había oído sin mucho interés se alejó al trote para unirse a los demás que empezaban a formar cola para el circuito que su profesor les había preparado.
El circuito consistía en zigzaguear conos, saltar un potro, correr hasta el fondo y volver y por último saltar una barrera de espaldas para llegar a caer en cuatro colchonetas de gimnasio, unas encima de otras, que es lo más parecido a caerte al suelo que sentirás en toda tu vida a no ser que te caigas al suelo.
El primero era un chico de aspecto delgaducho y enfermizo, con gafas y un corte de pelo a lo champiñón que daba ganas de comérselo literalmente. Pese a su aspecto no lo hacía mal, le gustaba el deporte pero su constitución se empeñaría en hacerle parecer débil el resto de su vida.
Pasaron unos cuantos más y como penúltimo estaba el chico atletico de antes que ¿Como no? Lo hizo casi perfecto. En última istancia estaba nuestro protagonista que tanto ama el deporte y la ironía.
En la primera caída se le nublo la mente, en la segunda le faltó la fuerza y en la tercera se quedó tendido en el suelo a la espera de que todos se fueran a sus malditas casas con su maldito gusto por una vida tan estéril y sinsentido. Y de mientras pensaba:
-Tiene que haberlo… Tiene que haber otro mundo mejor que este…
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La hierba que tan verde y hermosa había sido quince minutos atrás había desaparecido para dejar paso a manchurrones, goterones y charcos de sangre. Aquellos don hombres luchaban arduamente pero se vislumbraba un claro ganador.
-En serio, entre tu y yo ¿Por qué un hacha?
-¡Desgraciadooo!
Y volvía a la carga con un corte horizontal que nuestro joven de la espada esquivaba con total facilidad para después ofrecer a cambio una estocada en las costillas flotantes. Las estocadas las hacía con poca profundidad para que fuese más humillante y a cada una de ellas limpiaba, con un pañuelo que se posaba en la mano donde antes había estado su corazón, su florete como quitándole importancia. No hay duda de que era muy arrogante, pero podía permitirselo puesto que nadie le iba a ganar.
Una vez agotado del desagradable espectáculo en el que se había convertido su enemigo, dio el golpe final sin inmutarse en lo más mínimo. Sencillamente atravesó su ojo con su arma que, esta a su vez, atravesó el cráneo por la parte posterior dejando así, un cadáver de rodillas.
Llevaba ya mucho tiempo de viaje y aún no conseguía ver cuál sería el final, o su final, pero eso a él no le importaba ya que disfrutaba como un enano de ver paisajes, conocer gente, matar enemigos… Lo que viene a ser la vida de un guerrero.
Y en viajar estaba cuando, ya anocheciendo, escuchó una especia de rumor que provenía de una zona relativamente alejada en una arboleda cercana. Caminó hacía allí y de repente se encontró con una luz que parecía ser… ¡Un portal! Y teniéndo la intención de ver a donde llevaba aquel portal se acercó. Se acercó mucho…
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Brillaba con intensidad la pantalla de su ordenador y nuestro bajito y rechoncho amigo estaba concentrado en ella, veía algo raro… Algo que se salía de lo normal. Y de repente esuchó una voz:
-¡A cenar! ¡Como lo tenga que repetir, en la proxima clase de educación física te caeras de nuevo pero por la falta de psicomotricidad que te van a provocar mis collejas!
Él no hacía caso, estaba ensimismado con esa luz especial que salía desde su pantalla… Estuvo tentado de buscar en google a ver que era, pero desistió al momento y no estaba nada seguro de que hubiese una respuesta para ello.
Llevaba ya un rato con la vista fija en la luz y al fin se decidió a tocarla. Acercó su mano y…
Le calló una colleja que le estampó la cara contra el teclado y acto seguido noto como una mano fuerte le oprimía la nuca, lo levanta y lo separaba del ordenador y, por ende, de aquella luz misteriosa. Cuando alzó la vista vio a su padre grande como era y enfadado como estaba.
-Tu madre siempre te dice cosas que tu no haces por estar con la maquinita todo el día, tus notas son malísimas y hasta has suspendido educación física… ¿Sabes lo que esto significa?
Sí, sabía lo que eso significaba…
-¡No! ¡No, porfavor! ¡No lo hagas!
Y se lanzó contra su padre para intentar evitar que este cogiera el monitor y lo lanzara por la ventana, seguido de la torre y el teclado. Comenzó a llorar, intentó pegarle y se llevó otra colleja aún mas fuerte que le clavó la cara contra el suelo.
-No más maquinita, a ver si así cambias tu actitud… ¡Inútil!
Vio como se cerró la puerta y se quedaba a oscuras y en silencio, tirado en el suelo, con lágrimas en los ojos y sangre en la nariz, aunque esta no le importaba lo más mínimo. Parecía como si estuviese muerto, pero el final no llegaba… Hasta que, por fín, se cernió la oscuridad sobre él.
-¡Vamos levanta! Deja de ser tan vago, dúchate y a clase. ¡Ah! y para desayunar tienes la cena que no te comiste ayer.
No había muerto, solo se quedó dormido. Y le vino el suceso de la noche anterior de nuevo. Ya no tenía su ordenador, ya no tenía a su único amigo, ya no tenía aquel objeto que le había hecho insensibilizarse contra su mundo gris porque vivía en otro mundo, un mundo virtual donde él era el mejor, donde le envidiaban y elogiaban. Habían destrozado lo único que le dio afecto y ahora solo quedaba resignación…
Sabía que no duraría para siempre aunque lo esperaba con todo su alma. Ahora debía aprender a vivir en su propio mundo, un mundo al que nunca le había caído bien (aunque esto era recíproco) y resignarse, resignarse a ser el marginado, el bajo, el gordo, el cero a la izquierda y nunca más sería la leyenda.
Lo peor de todo es que ya nunca sabría que se encontraba detrás de aquel portal…
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