Yo le llamé Ursula

Yo le llamé Ursula

saudade

06/06/2019

Quinta habitación, cuatro paredes, mi tercer día, sus dos ojos y un antiguo recuerdo.

Conocí a Ursula en el hospital, la atendí por un corto plazo, pero la conexión nerviosa bajo sus pupilas despertó en mí una profundidad desconocida.

Tras una mala praxis, tuvo complicaciones que la dejaron postrada en una cama, a saber por cuánto tiempo. Sus cabellos platinos y despeinados por el olvido, reflejaban una larga vida de saudade y melancolía.

Levantar su pesado cuerpo para bañarla era ardua labor, a veces pensaba que se trataba de cuidar una criatura, y de hecho así era. A veces resultaba complejo entender lo que quería expresar, nos comunicábamos en un lenguaje extranjero para mí, sin embargo ella siempre con una dulce sonrisa balbuceaba un gracias. Esa mágica palabra que me daba incentivos cada mañana para levantarme, combatir la pereza, el cansancio y el dolor de pies.

Y de cierto el agradecimiento acompañado de gratitud era lo que desprendían sus profundos ojos. De vez en cuando me quedaba mirándola fijamente, era como caer en un limbo, en una laguna azul verdosa, llena de recuerdos embotellados en la memoria ajena de una extraña criatura.

Recuerdo patentemente una mañana en la cual despertó sin saber dónde ni cómo, y con sus largas uñas de reptil abrió una de sus cicatrices. Sus dedos y uñas estuvieron repletas de sangre durante días. Lamentablemente nadie se tomó el tiempo de asearla, entonces decidida me senté cerca de su lecho y con dedicación y sencillez corté sus uñas. De su ojo salió una tierna lágrima y me pidió sus anteojos. Yo repliqué que no era necesario, estaba postrada en una cama de un hospital, no tenía visita ni capacidad para hacer nada de provecho. Pero insistió tanto, que finalmente se las di, y en ese instante me tocó el rostro y me volvió a agradecer, inclusive quiso premiarme. Impotencia y cólera me inundaron en ese momento, Ursula no fue capaz de ver lo que ocurrió a su alrededor durante semanas.

Su ánima me recordaba a unos dibujos animados que solía ver de pequeña, me retornaba, de una manera u otra, a aquellos tiempos de mi niñez, en los cuales la inocencia y la despreocupación ocupaban mi tiempo. Y ahora, como mujer adulta recuerdo estos tiempos con cierta dulzura.

Ese lecho percudido y ocupado, esas manos sangrientas, esos ojos profundos y ese alma descosida. Quizá simplemente fue eso, un parche para una herida antigua.

Y los días transcurrían, cada vez me iba acostumbrando más a la vida de un enfermero, largas jornadas, poco descanso, muchos pacientes con necesidades muy específicas. Recuerdo llorar, estaba tan exhausta que a momentos todo se nublaba y me hacía preguntar una y otra vez si eso era realmente lo que quería en mi vida profesional y laboral.

Ursula fue uno de los incentivos por los cuales respondí afirmativamente una y otra vez.

Entonces comprendí que inexorablemente nos unimos, nos separamos, nos olvidamos y nos volvemos a reencontrar, quizá con otro rostro, otro nombre u otra vida. Las circunstancias varían, pero de cierto el trabajo es fuente de ese flujo de personas que van y vienen. Por fortuna o por desgracia, esa amnesia involuntaria no nos permite recordar quiénes ni cuándo. Es selectivo, espiritual, sensorial. Yo le llamé Ursula y tú, ¿Cómo lo llamaste?

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