suena de nuevo esa infernal sirena que anuncia volver al trabajo. Monótono, sencillo, carente de emoción alguna. Para mis colegas, apenas si un saludo algo triste. He vivido poco como para sentarme a hablar algo medianamente interesante y, a la media tarde, cuando debo salir fuera del lugar, observar el humo que produce la industria me vuelve a provocar esa crisis nerviosa casi eterna, esa misma que puedo manejar tan bien.
La causa de nuestro raciocinio fallido sube por el aire y contamina la atmósfera de manera sostenida y silenciosa, que firma nuestra muerte lentamente, como un reloj de arena. y entonces todo atisbo de animo vuelve a las postrerías de mis intentos y vuelvo a sentirme miserable, vuelvo a sentir que este no es el futuro que se me enseñó a ensoñar, vuelvo a sentir que estoy matando mi hogar, mientras una generación que muere espera con los ojos puestos en el firmamento el día final, donde un rabioso sol y un rabioso cielo cobren revancha de nuestro afán eterno de creer ser dioses.
he aprendido a fingir ¿no es aquello lo que más hacemos durante toda nuestra vida? cada día estoy bien, mejor que nunca, como jamás he estado, aunque, lo cierto, es que mis entrañas gritan por dentro. No puedo escapar de este remordimiento y de saber que los billetes que hay en mi bolsillo, estarán pronto manchados de sangre: de la sangre de aquellos enfermos, de aquellos que quizá mueran y yo aquí, como un espectador taciturno ante la espectacularidad de mi propia incapacidad, que me impide marcharme de aquí y hacer cualquier cosa, lo que sea, para así dejar de ser un simple corredor, que corre por su vida, ese que hace todo para llegar, pero que atado a esta cadena invisible, jamás podrá ser libre.
De vuelta en casa mis manos tiemblan, aún el nervio de un trabajo inmisericorde penetra en mi espíritu. Observo a mis colegas en esas redes sociales. como todo mundo ha estado en Roma, como todos son absurdamente felices y viven esa vida que es digna de ser vivida, pero las fachadas soportan mucho, si necesitamos mucha atención podemos actuar como imbéciles y ¿quien no ha querido ser alguien? ¿quien no ha querido sentir ese fuego y esa motivación que les da a algunos esa palmada en el hombro cuando vives para los demás en vez de para ti mismo? en un mundo hiperconectado, aún no aprendemos eso que es lo más importante. Sueño el día en que cierre esa maldita industria, quizá ya no tenga un peso en el bolsillo, pero nuestro planeta podrá tomar una bocanada de aire y eso es lo único que importa.
el jefe al terminar el día nos dice:
– tengan buena noche
pero al llegar a casa abro el periódico y Norcorea me explota en la cara, enciendo la televisión y el llanto de los niños Sirios llena mis tímpanos, llevo una hogaza de pan a mi boca y no puedo evitar recordar a esos Venezolanos que hoy mueren de hambre ¿como poder librarte de la presión de las horas con tanta muerte, tanta miseria y tanto dolor en el mundo? desearía ser como los demás, que viven sus vidas pretendiendo que no sucede nada, que todo esta bien, que jamás hemos estado mejor.
observo el papeleo de mañana y lloro nervioso. Es ahí cuando pienso que debí tener una novia, quizá debí tener un hijo en su tiempo, pero nunca sucedió. Quizá ella me calmaría, quizá vivir para mi hija me daría un respiro de saber que no estoy viviendo, de que tengo miedo del futuro que no viviremos para ver y de que al despertar vuelvo a llorar al sentirme solo una vez más.
coloco el despertador a las 06:20 AM como cada día, para volver a fingir como cada día, para volver a tratar de lidiar con mis demonios. Esa noche dormí con los ojos cerrados fuertemente, con mis pensamientos condenados que desesperados me recordaban: ¿como podemos sonreír cuando no hay futuro? ¿como reír con tanto dolor en el mundo? como seguir, cuando todo lo que tenemos son los ¿como? y los ¿porqué?
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