Juan Puentes era un argentino, boxeador aficionado, que hizo el servicio militar en el año 1982 y por lo tanto debió ir a la guerra de Malvinas. Una vez allí fue destinado a una patrulla que por circunstancias desafortunadas quedó aislada del resto del batallón y tuvo que soportar en soledad, sin pertrechos y sin comida el asedio del ejército ingles.

El grupo de británicos que los tiroteaban no era numeroso y sus razones para hacerlo respondían más al aburrimiento que a la necesidad. Los Argentinos de aquella patrulla ya no tenían balas para sus armas y por lo tanto no podían responder al fuego enemigo. A esa altura del conflicto, los conscriptos ya presentían que el final estaba cerca y que el resultado no sería favorable.

Tras varios días de penurias dentro de una improvisada trinchera, a Juan Puentes se le ocurrió una idea para salir airoso de tal situación, salvar su vida y la de sus compañeros. Desde su lugar en la zanja congelada desafió a los gritos al jefe de los enemigos a una pelea mano a mano y de hombre a hombre respetando las reglas del boxeo. Reglas que según la historias, ellos mismos establecieron.

Sin importar el resultado de la misma, los Argentinos se entregarían prisioneros, pero esa pelea, si se realizaba, permitiría una solución honorable para ambos bandos y terminaría con esa situación de desesperanza en la que se encontraban.

El circunstancial jefe de los Ingleses aceptó el desafío y se presentó como: Sir John Bridges.

Los soldados hicieron una ronda y comenzó la pelea. Pero durante la misma, el Ingles se dio cuenta de que el argentino era muy escurridizo y que no podía asestarle ningún golpe pleno, mientras que por su parte estaba recibiendo una gran colección de directos que no le dejaban ver la pelea porque todos le acertaban en los ojos.

El ingles desconocía que el soldado Juan Puentes había nacido y criado en la provincia de Mendoza, donde existe la mejor escuela de boxeo estilístico de Argentina. y que de esta habían surgido los grandes campeones de esa especialidad. Artistas de la defensa personal, tales como : «El intocable, Nicolino Locche y Pascual Perez». El ingles lanzaba golpes cuya violencia hubieran causado la muerte del argentino, si estos hubieran llegado a destino. Pero solo encontraban el aire helado y nebuloso de Malvinas. Y eventualmente algún bloqueo que lo sacaba de balance y lo hacía pasar de largo. Ello motivó que poco a poco los compañeros de Juan Puentes que formaban parte de la ronda comenzaran a gritar «ole» ante cada esquive de su compatriota. Y ante cada directo que aplicaba sobre el rostro de Bridges. No faltó quien imitando a un antiguo locutor comenzó a relatar la pelea en voz alta e imaginando que el escenario era otro que el de esa gélida isla.

Desde su voz, aparecían las imágenes de una noche de sábado de boxeó en el mítico estadio de Luna Park. Desde su voz, a los púgiles los rodeaba ahora un prolijo cuadrilátero en cuyo alrededor gritaban los fanáticos de uno y otro contrincante. Desde su voz surgía también la propaganda de aquel fernet que esponsoreaba a los emblemáticos campeones argentinos.

El momento se volvió nostalgia allá en Malvinas y no faltó el ingles cuya voz se sumó a la del argentino para relatar en ese otro idioma la misma pelea trasladada ahora al estadio de Mánchester , con la presencia de la Reina, el primer ministro y el grupo Queens cantando el himno nacional que les era propio.

Por un momento, el espíritu deportivo hizo olvidar a los mezquinos intereses de la guerra. Y ya no eran soldados enemigos los que estaban allí sino amantes del deporte de los puños. Alguien, uno de los ingleses se puso en el papel de espontáneo arbitro y comenzó a separarlos cada tres minutos y llamándolos a pelear después de darles uno de descanso. Otros, ingleses por un lado y argentinos por otro, se convirtieron en ayudantes y entrenadores que los asistían en sus respectivos rincones secándoles la transpiración y dándoles consejos respecto de como continuar peleando.

En el caso del argentino, esos consejos se limitaban a la chantada de decirle: «¡Seguí así flaco, como te enseñé!» Cuando nadie de los presentes le había enseñado nada en realidad.

Iban por el décimo asalto y el lord ingles no había logrado acertar ni una, pero en su rostro ya exhibía: dos ojos en compota, es decir morados o con aureolas oscuras tipo mapache, un corte en el arco superficial derecho, producto de repetidos golpes de izquierda y el tabique visiblemente quebrado tras haber recibido una terrible derecha que casi lo voltea.

Para el ingles, la situación se volvió extremadamente irritante, hasta el punto en que después de una finta en la que fue nuevamente humillado por la habilidad del argentino, extrajo, un cuchillo que traía escondido bajo su ropa e hizo un tajo en el rostro de Juan. En ese momento, la pelea se detuvo. Fueron los propios compañeros del tramposo quienes intervinieron. Uno de ellos le golpeó el brazo armado con la culata de su fusil y le hizo caer el cuchillo. Otros dos ingleses lo sujetaron y convencieron a la fuerza de que se calmara. Una vez más,la gran potencia había incorporado tecnología de avanzada para sacar ventaja en un conflicto con país invadido.

La patrulla inglesa no quiso tomarlos prisioneros. Por un lado reconocieron que el triunfo deportivo pertenecía al argentino y por otro se negaban a dar explicaciones a sus superiores sobre aquel momento de extraña confraternidad con soldados enemigos.

Ambos combatientes volvieron a salvo a sus respectivos países. El Ingles llevando en su rostro las marcas de varios bifes a la criolla, plato de la cocina nacional y un corte y una quebrada, clásico paso del tango, nuestro música típica.

El argentino por su parte, volvió a su país por la puerta de atrás, como la mayoría de los jóvenes que el gobierno de facto envió en aquel entonces para pelear esa guerra injusta, y trajo en su rostro la cicatriz de un autentico corte ingles.

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