Cerré los ojos con fuerza, esperando que con ello todo desapareciera. Y lo hizo, aunque tan solo por unos segundos. Cuando los volví a abrir, seguía andando en la misma dirección, por la misma calle, preguntándome por qué seguía adelante. Sabía perfectamente que no debía estar allí y que acudiendo a la cita solo revolucionaría las cosas aún más, pero no podía evitarlo.
Había pasado horas frente al espejo, cosa que nunca hacía, pensando en qué ponerme, cómo recogerme el pelo, si debía parecer que me había estado arreglando para la ocasión o sin embargo ir más casual. Al final terminé decantándome por un sencillo vestido negro que me llegaba hasta las rodillas, con algo de vuelo pero sin mangas y unas Converse del mismo color. Ahora pensaba que eso había sido una estupidez, ¿Converse con un vestido? ¿En serio? Solo quería dar la vuelta e irme de ahí, aceptar la invitación había sido un error y, además, menudas pintas llevaba; pero mis piernas no me respondían, seguían hacia delante. Todo mi aspecto empeoraba además si te fijabas en la cabeza, en el pelo, no había sido capaz de recogérmelo de ninguna forma que me quedase bien o que, como mínimo, me gustase un poco, así que caía por mi espalda de una forma tan simple que pensé que eso era lo único que concordaba con las zapatillas que llevaba; hasta mis escasos rizos se había deshecho y parecían una masa de… algo.
Metí la mano en el bolsillo de la chaqueta que llevaba conmigo y saqué el trozo de papel en el que había apuntado su dirección. A mi alrededor habían seguido pasando las personas aquella noche primaveral, y los coches no dejaban de avanzar por la carretera a mi izquierda. A pesar de todo aquel barullo no era capaz de escuchar nada, mis pensamientos acallaban todos los sonidos. Estaba rodeada de gente y ninguna de ellas se había fijado en cómo me temblaban las manos, o tal vez era todo el cuerpo, no estaba segura.
Allí estaba al fin, entré en el hotel y cogí el ascensor hasta la segunda planta. Una vez allí busqué la 204 y me paré frente a la puerta, aún estaba a tiempo de dar media vuelta. No sé cuánto tiempo estuve ahí, tal vez unos segundos o tal vez varios minutos, pero al final llamé con tres tímidos golpes.
Abrió la puerta un joven de unos veintisiete años con una camisa blanca mal abrochada en los botones de la parte de arriba, unos vaqueros y sin zapatillas. Se había dejado el pelo más largo desde la última vez que nos vimos. Sonreí al ver que se le formaban unos pequeños rizos en algunas partes; si lo hubiese llevado así hacía años, probablemente habría acabado jugueteando con su pelo en varias ocasiones, sin embargo aquellos momentos felices ya habían pasado. Me había quedado muda, sin habla, observándole en silencio mientras él me miraba de arriba abajo con una sonrisa y yo repasaba mentalmente a la velocidad de la luz todos los defectos que podría encontrar.
- – Hola-dijo sonriendo aún más.
- – Ho… hola-murmuré con un hilo de voz. Por Dios, Kate, ¡no seas estúpida! Sabes hablar.
- – ¿Hay algún problema? ¿Algo va mal? Esta vez llevo pantalones-dejé escapar una pequeña risa al escuchar aquello y recordar la vez en la que me abrió la puerta medio dormido y no llevaba más que unos calzoncillos-. O eso creo. Me miras igual que lo hiciste entonces.
- – Estás diferente.
- – Tú en cambio estás igual-me dio dos besos y se hizo a un lado para que entrara en la habitación-. Estás preciosa.
Me puse colorada en cuanto escuché esas palabras. Preciosa. Había dicho que estaba preciosa. Dejé la chaqueta donde me indicó y aproveché esos segundos para intentar serenarme pero solo conseguí ponerme más nerviosa; ¿se habría dado cuenta de cómo temblaba? Era una habitación bastante amplia, con una mesa y un par de sillas, un sofá, una tele, un baño y la cama; también había un pequeño microondas en un rincón, lo cual era lógico pues las habitaciones de aquel hotel eran como diminutos apartamentos. Fui a sentarme en el sofá, ya que él estaba ahí cerca, pero se interpuso en mi camino.
Levanté la cabeza confundida hacia él y pude observar como su expresión había cambiado por completo. Di un paso hacia atrás pues no estaba segura de qué iba a pasar, y seguí haciéndolo unos cuantos pasos más hasta que llegué a la pared. No había sido capaz de mirarle a los ojos hasta entonces pero cuando lo hice, vi que él tampoco podía; se estaba mordiendo el labio inferior. Movió su mano hasta ponerla sobre mi brazo izquierdo y fue subiendo delicadamente hasta llegar al hombro.
Aquel contacto de sus dedos sobre mi piel desnuda me provocó un agradable escalofrío e hizo que mi corazón se acelerara, aunque una vocecita en mi interior me decía que lo parara y me alejara de allí. Llevaba cuatro años sin verle, y sin haber tenido apenas contacto con él salvo las felicitaciones de rigor, y habían sido muy escuetas, frías y tensas; cuando aquella mañana un número desconocido llamó al mío y me pidió vernos por la noche después de que él acabara la reunión de trabajo que le había traído a la ciudad, y reconocí la voz, apenas pude murmurar un “SÍ”.
Se había acercado más a mí y nuestros cuerpos se tocaban, pudiendo escuchar su agitada respiración, y eso me tranquilizó; no era yo la única nerviosa. De repente, noté algo húmedo sobre mi nariz y al levantar la cabeza vi que algunas lágrimas le caían por las mejillas. Me encontré con que mi mano se encontraba también ahí, secando algunas de ellas y acariciándole suavemente. Mientras que uno de sus brazos estaba aún en mi hombro, el otro agarraba mi vestido por la cintura con fuerza, como si temiera que fuera a desvanecerme en el aire.
Me atrajo hacia sí y, dulcemente, posó sus labios sobre los míos. El mundo pareció detenerse un instante y el escalofrío que había sentido antes cuando me había tocado, fue ahora mucho más intenso, más fuerte, más real y a la vez más cálido. Al separarnos me di cuenta de que tenía la cara mojada, pero esta vez no eran sus lágrimas sino las mías, que intenté secarme con el dorso de la mano inútilmente, pues no dejaban de aparecer más. Él me sonrió y me acarició el pelo tímidamente.
- – Cuatro años es muchísimo tiempo-conseguí decir con voz temblorosa.
Y él me abrazó. Y yo cerré los ojos, feliz.
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