Cuando fui un esquirol

Cuando fui un esquirol

Habíamos quedado en una cafetería junto a la parada del 47. El sitio nos venía bien a todos, porque el autobús pasaba por nuestro barrio y la cafetería estaba cerca de la estación, en una calle con poco bullicio. No recuerdo cuántos éramos exactamente, diez o doce, todos con menos de veinte años a excepción de Joaquín, que era el que nos había conseguido el trabajo y quien nos dio el visto bueno a cada uno de nosotros, aunque a alguno sólo nos conociera de vista o de haber compartido algún porro en el parque.

Era un lunes de mayo de 1977. Teníamos que presentarnos en la estación de Atocha un poco antes de las doce de la noche, justo a punto de terminar el último turno de los peones de mercancías. Esperamos en la zona que separa los andenes de las oficinas de la estación, mientras Joaquín hablaba con el capataz, que al parecer era amigo de su cuñado. Estábamos allí para hacer el trabajo de los peones nocturnos, que se habían puesto en huelga reclamando una subida de sueldo y mejores condiciones laborales. Básicamente, nuestro trabajo consistiría en descargar los paquetes de los trenes de mercancías que llegaban a Madrid y distribuirlos, según su destino, en los trenes que saldrían a primera hora de la mañana hacia todos los puntos de España. Un sistema de comunicaciones radial, conforme al centralismo imperante en aquella época: todo tenía que pasar por Madrid, aunque origen y destino estuviesen más cerca que la capital.

Durante varias noches acudimos a la estación de Atocha hacia las doce, aunque ya no quedábamos antes para llegar todos juntos. No recuerdo qué mentira le contaría a mi madre para no acudir a casa, supongo que le diría que me quedaba a dormir con algún compañero de la facultad, para preparar los exámenes. Desde la estación me iba directamente a la Complutense, y allí buscaba algún sitio discreto donde echar una cabezadita para poder aguantar hasta la hora de la siesta, que es cuando caía como un tronco.

Serían cerca de las dos de la tarde. Caminando hacia Moncloa a coger el metro para volver a casa, me paré frente a la facultad de Ciencias de la Información. En su fachada había una pintada en la que, en grandes letras rojas y negras, podía leerse:

NO QUEREMOS ESQUIROLES

QUEREMOS OBREROS REVOLUCIONARIOS

Hacía sólo dos meses, en marzo, había asistido en San Sebastián de los Reyes al primer mitin de la CNT en España después de la dictadura, y aquella era una de las consignas que más habíamos repetido, gritando con la fuerza y la convicción que sólo se experimentan cuando te sientes parte de una multitud.

Al llegar a casa, avergonzado miré en el diccionario el significado de la palabra, aunque de sobra lo conocía:

Esquirol: Persona que se presta a ocupar el puesto de un huelguista.

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