La esperé detrás del callejón, como siempre yo tendría que esperar, o tendría que llevarme la peor parte. Eran cerca de las cinco, el aire comenzaba a correr helado, el cielo se oscurecía y los postes iban prendiendo su luz color cobre, desde ahí cualquier persona se hubiera sentido nostálgica, improvisé una canción que trataba acerca de regresar a casa luego de jugar todo el día, fue hermosa, escribí la letra y la melodía en mi mente y la fui cantando mientras iba y venía por el callejón, a veces mi canción se tornaba angustiosa al pensar en el tiempo que iba esperándola y desesperante cuando pensaba que quizás ella no vendría. Así paso mucho tiempo, más de una hora y al final cuando ensayé la canción lo suficiente como para aburrirme, me quede parado en la esquina donde le dije que la esperaría, no pasaron ni dos minutos y ella apareció, con su metro sesenta como máximo, un jean apretado y una casaquita deportiva, toda de negro, caminaba hacia mi sonriente y con una gracia que se podría decir que bailaba al ritmo de una música silenciosa. Nos abrazamos.
—Enserio has esperado todo este tiempo.
—Sí, ya me iba a ir.
Caminamos por el mismo callejón que había recorrido de ida y vuelta unas diez veces, luego cerca de la cancha y luego por un camino de subida, en todo ese trayecto le pregunté todo lo que pude averiguar sobre ella, me importaba mucho, iba a viajar por un trabajo y no quería que nada malo le pasase, luego el camino en pendiente se volvió plano y estuvimos sobre la cúspide de aquella calle, se podía ver el resto de la ciudad que llegaba hasta las faldas de los cerros y un gran espacio vacío bajo el cielo nocturno, diminutos puntos de luz, tanto estrellas como postes arriba y abajo y la inmensa oscuridad alrededor de todo.
—Me recuerda a mi ciudad —dijo.
Continuamos caminando y como en los viejos tiempos comenzamos a jugar con las manos, a empujarnos y molestarnos, cada tanto se me plantaba delante, como si quisiese que la cargue o la moleste mirándola a los ojos y quizás intentar algo, no lo hice, pero ya sabía lo que estaba pasando, quizás ella aun fuese mía, quizás aún podría ser mía. Los juegos de manos continuaron o a veces caminábamos agarrados de las manos, me dio un pellizco y para devolverle el dolor le di una nalgada de lo más fuerte en la nalga derecha, fácilmente pudo ser escuchado por toda la calle, pero casi no había transeúntes, se quedó paralizada, ni yo creía lo que había hecho y ni antes de nalguearla estaba seguro de que podía hacer eso, pero no dijo nada, se quedó quejándose en voz baja. Le dije.
—No te preocupes yo te sobo.
Frote y agarre su nalga muy despacio, luego dos palmaditas más a la nalga izquierda y continuamos caminando, ella tenía que ir a la tienda, pero en realidad el camino que tomábamos dependía de la suerte, caminamos abrazados intentando llegar al mercado, cuando la abrazaba por detrás, mi pinga erecta se pegaba a su culo y movía la cadera de vez en cuando para rozarla. Ella se fingía asustada, me decía.
—Alex estas mal, ¿Qué es eso que me está tocando?
Yo respondía irónicamente, continuamos abrazándonos y fastidiándonos hasta llegar al mercado, todo estaba cerrado, me preguntó por una panificadora y la lleve a la que estaba a la vuelta, ahí compro dos cachitos, me sorprendió que uno fuera para mí, a lo largo de esa manzana nos pateamos, nos empujamos, me daba vergüenza que la gente nos mirara haciendo eso, pero era divertido, en pleno juego se me quedo mirando, con esos ojos de gato, tan inquisitivos, que planeaban sondear mi alma. Dimos vuelta a la esquina, la abrasé por detrás y los juegos se hicieron más morbosos, hablamos del porno, luego de la zoofilia, le dije que no me gustaban los animales, solo las conejas, ese era el apodo que le puse cuando éramos novios, al mismo tiempo que se lo decía mis manos subían y tocaban sus tetas, me dijo.
—Si quieres tocarme las tetas, mete la mano por debajo del brasier.
—¡Claro! No había pensado en eso.
Y lo hice en efecto, eran de la proporción exacta entre pequeñas y medianas, tan fáciles de agarrar para mis manos y apretar, con una sola mano agarré una y con el anular y meñique jale de la base de la otra hasta a traerla a la misma mano, de igual forma la agarre, la apreté y jugué con el pezón, todo eso mientras caminábamos y la abrazaba por la espalda, luego saque la mano y le pregunté si podía hacer lo mismo con su vagina y me dijo.
—No, estoy en mis días.
Aunque sabía que ese no era impedimento preferí no hacerlo, más que todo por ir lento y no perder la cadencia del paseo nocturno y con lo mucho que me encanta el olor a vagina en sus días, solo le di dos palmaditas sobre el jean y continuamos caminando. Estábamos por llegar a casa y ya se estaba despidiendo, yo pensaba que se quedaría esa noche más pero en la última despedida que nos dimos lo entendí, esa misma noche se iría. Nos abrazamos muy fuerte, hizo un gesto de beso volado a pocos centímetros de mi boca, yo entendí que no quería besarme, así que procedí a besarla de nuevo en la mejilla, pero nuestros labios se encontraron y nos besamos ahí, fue como recorrer el cielo de ida y vuelta, regresar al pasado en un camino hecho por los recuerdos que dejaron todas esas veces que nos besamos en días que nunca pensamos que todo acabaría así, su lengua entró en mi boca, jale de su labio inferior, fue tan hermoso, una sensación tan desconocida, ya no recordaba esa sensación o había olvidado que podía sentirla, tan placentera que se acabó tan rápido en cuanto el beso terminó y me dejo extrañándola, una sensación que sabía que no volvería.
Antes le era muy difícil despedirse, volvía y nos teníamos que despedir por dos o tres veces más, esa vez no, caminó directo y sin retroceder, solo volteó a verme por unos instantes mientras seguía caminando, la vi alejarse y por encontrarme aun inmerso en toda la resaca de emociones ni siquiera la vi voltear la esquina, no pude capturar el momento en que me dió la espalda para irse.
Me quede en la esquina de enfrente, primero solo para ver su espalda alejarse, luego para pensar en todo lo que había pasado, nada de lo que había ocurrido tenía lógica, nada de eso era cierto, sin embargo había pasado, solo yo y ella éramos testigos, fueron demasiados minutos, imposible saber cuánto tiempo estuve en esa esquina, finalmente solo caminé y traté de procesarlo todo.

Final y nota del escritor: Como ya saben todas las historias de amor tienen un final muy triste y doloroso, no es porque los odie pero les diré que ella tenía novio, yo lo sabía y aun así me atreví a amarla de nuevo y como es natural en la tragedia al día siguiente ella se fue de la ciudad y continuo con su relación como si nada hubiera pasado. Fin hijos de puta.
Verdadero final: Me fui a casa con el recuerdo de ese paseo y con una canción nueva, la que había escrito en el callejón, se llama: Hora de ir a casa.

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