Ciudad de México, otoño 49

Ciudad de México, otoño 49

Regina Mitre

16/04/2019

Sigo en la cama con los ojos cerrados y tarareo aquí adentro Dos gardenias.

Sé que esta mañana el centro de la ciudad amaneció de buenas. Abro la ventana de par en par y les grito a todos con una sonrisa explotada como palomita de maíz recién hecha —¡Buenos días! —los hombres voltean hacia arriba; galantes, se quitan el sombrero y siguen su camino. En octubre los árboles se pintan de naranja. Quiero vivir en una postal sepia. Bajo las escaleras corriendo y ando por la calle casi bailando. El alma quiere colárseme y salir como los rayos de sol por las fisuras de una puerta. Muevo los hombros por la banqueta mientras en las tiendas de luminarias suena el son, Cha Cha Chá, rumba, mambo y todos los boleros en una sola canción.

El corazón se me detiene un segundo en el puesto de revistas. Ahí mero. ¿Qué pasa?

“Octubre de 1949”, dice la primera plana de un diario, no sé si estoy perdiendo la cabeza porque los otros periódicos dicen también “Octubre de 1949”, es más: “1 de octubre de 1949”. Estoy segura que los ojos se me abrieron un poco; y luego otro poquito más; seguramente las cejas huyeron de mi frente, tal vez hasta me tapé la boca con la mano para acallar cualquier intento de grito. Pienso que no puedo exaltarme por que nadie entenderá mi sorpresa. Conque así se siente un susto callado, ¿eh?, Creo que me espanté en serio porque el hombre de bigote delineado que se encarga de bolear zapatos en la calle esta mañana volteó a verme curioso y detuvo el aseo a los mocasines de un cualquiera mientras de su boca salió lo siguiente: tranquila, tranquila, muchacha linda, este es tu sueño, y los sueños son otra forma de vivir. Anda que te esperan en tres calles, justo en el Café Tacuba; anda ya: corre.

Y corrí.

Corrí debajo de un vestido floreado, corrí mientras las ondas de mi cabello negro galopaban mi espalda. Corrí.

Tacuba 28. Aroma a cacao oaxaqueño, entonces tres voces al unísono cantan Sabor a mí al final del pasillo. Esa canción me revuelve como el molinillo, me gustaba desde que los domingos mi abuela María interrumpía su canto mientras cortando el jitomate y los chiles serranos me llamaba a desayunar.

Camino como si supiera a quién busco. En la tercera mesa del fondo al frente, hay una pareja coqueteándose, él, delgado, moreno, peinado hacia atrás con goma, con un bigote seguro, patillas confiadas y una camisa blanca bordada, él: casi guapo, toma delicadamente la barbilla de ella: pequeña, con un vestido rojo de lunares, una visión entre Greta Garbo y Dolores Del Río, y le da un beso justo en la punta de la nariz antes de marcharse. Encuentro una silla para sentarme, sola. —¿Algo de tomar, chula?, —Sí, sí, un café negro sin azúcar y una concha de chocolate. El reloj marcaba las tres y cuarto, y así de repente: las cuatro. —¡Oye, bella María, vámonos de farra! Hay que aprovechar que tienes una semana más de soltería. —pronuncia mi boca a la muchacha del otro lado del salón, esa que resulta es mi abuela de vientipocos años.

Las señoritas de clase no toman tequila antes de las siete. ¿Qué importa, María? Después de media botella, la risa es metralleta y convencida le replico: —Claro que el Flaco no es más apuesto que Pedro Infante, casi, pero no. María me cuenta de todo como su nueva cómplice, dice que soy como una extranjera, que esos modos de vanguardia parecen de otra galaxia, dice que en Tampico todo era muy tranquilo, que dispuesta a comenzar una nueva vida llegó a la capital, que Felipe de la O, el banquero burgués, le mandaba flores; pero que cuando Ricardo, el torero y dibujante, se enteró de las pretensiones de otro más, tomo sus maletas y le llevó a tres pelados bajo su ventana a cantarle Cuando vuelva a tu lado. Ricardo la sorprendía diario con un detalle nuevo: margaritas, orquídeas y Lilis, pidiéndole una respuesta y ella siempre contestaba: quizás, quizás, quizás. Hasta que un día: le gritó al mundo que sí: ¡SÍ, SÍ, SÍ! —¿Estaré tomando la decisión incorrecta? —Cuestiona con la preocupación borracha. Yo le sirvo otro caballito de Tequila. No sé cómo decirle que no, pero a lo mejor sí, que no importa qué decida ella será siempre la que agarre a la vida por los cuernos.

Oye, María: tendrás cuatro hijas, casi cinco y la primera vez que vayas a Florencia te sentirás en un sueño pero secretamente tu lugar favorito seguirá siendo el pueblito de Málaga. Todos los días de tu vida sentirás una ráfaga de viento helado en el corazón pero en tu esfuerzo de calor harás las mañanas de los que pasen por tu camino más calientes que un café de olla recién hecho. Oye tú, niña, no sé cómo decirte que los próximos cuarenta años te levantarás antes que todos en casa para preparar el desayuno y cantar sola con las ansias del hubiera canalla: ¿Y si hubiera dicho no?, ¿y si hubiera corrido sin rumbo en vez de a sus manos?, ¿y si hubiera sido trapecista en un circo?, ¿y si nunca? La verdad es que a María no le digo nada, entonces brindo con ella por un futuro espléndido. —Por ti, bella María, porque me parezco a ti más de lo que crees. Y sé que las dos sentimos el sol naciéndonos en el pecho en el último trago.

Es otro día.

En la cama aún con los ojos cerrados comienzo a tararear Sabor a mí, porque los domingos siempre pasa por mi departamento un saxofón desafinado. Entonces abro los ojos y sin despertar a… no importa quién, camino sigilosa hacia la cocina para hacer café. La nostalgia cabe en una sola taza, regreso al cuarto con chocolatines, chilaquiles y jugo de naranja para los dos. Creo que hoy será un buen día.

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