Hace unos días vi una oferta de trabajo que encontré muy interesante, rezaba más o menos así: “Se necesita persona responsable, con dotes de mando, buen estratega, capacidad organizativa, movilidad geográfica para frecuentes viajes de empresa. Cubriría puesto de trabajo ejecutivo con responsabilidad directa y total sobre mil doscientos, con tan solo media docena de mandos intermedios, autonomía en la toma de decisiones, posibilidad de ejercicio al aire libre. No se precisa titulación académica específica, formación a cargo de la empresa; preferible buena forma física y amante de la naturaleza y los espacios abiertos. Se ofrece contrato indefinido con retribución de sueldo fijo más dietas. Referencia PT”.

Como comprenderéis, rápidamente me personé en la dirección que citaban para hacer la preselección, después de tanto tiempo en el paro era una oportunidad fantástica, me veía perfectamente capacitado para el cargo, reunía todos los requisitos, incluso los opcionales, era algo que no podía dejar escapar. De todas formas no tenía muchas esperanzas ya que, dadas las características del anuncio suponía que la demanda sería altísima.

Las expectativas se cumplieron con amplitud; cuando llegué tenía ya por delante un par de docenas de candidatos y candidatas dispuestos y dispuestas a darlo todo por el puesto (o puesta). En la pared habían instalado un dispensador de números de turno rojo, como en la pescadería, con un cartelito informativo encima, en letras llamativas, lucida hadwriting o similar, que decía Para puesto Referencia PT, coja turno. Me tocó el sesenta y tres, una auténtica inyección de moral que me recorrió de los pies a la cabeza, estaba entre los cien primeros; con la adrenalina rezumando por todos los poros de la piel tomé asiento en una de esas sillas, grises, corridas, que te ponen en la seguridad social para conseguir que desistas en el empeño debido a las úlceras de decúbito que te producen. No contaban con que mi estado de ánimo me permitiría varias horas de silla, o de lo que fuera.

Seis horas, cuarenta minutos y treinta y cinco sudokus después se iluminó mi número en la pantallita digital que estaba encima de la puerta de acceso al paraíso laboral.

La entrevista transcurrió bien, como era de esperar dada mi experiencia en estas lides así como el entusiasmo, que me desbordaba por la perspectiva de conseguir el puesto ofrecido. Desde el principio lancé mis redes de encanto personal, con una dicción perfecta, una retórica abrumadora sin caer en la pedantería, una simpatía arrolladora a la par que discreta, un lenguaje corporal que no dejaba lugar a dudas sobre el acierto que supondría para la empresa que yo resultara elegido. Viendo como mi entrevistador se iba contagiando de mi entusiasmo y como, gradualmente, se transformaba su expresión y su mirada, no tuve ni un instante de duda que lo conseguiría, como así fue, quedando citado para el día siguiente a primera hora en una dirección de las afueras de la ciudad para una breve formación.

  • – Por cierto, – le dije al despedirme – sólo por curiosidad, ¿qué significa la PT de la referencia?
  • – Son las siglas, las iniciales del puesto, Pastor de Trashumancia.

Y aquí me tenéis, cruzando la cañada real con dirección a los Montes Universales, al frente de mi rebaño de mil doscientas ovejas carteras y con mis mandos intermedios, media docena de mastines conocedores del oficio y leales hasta el infinito y más allá, porque no saben hacer otra cosa.

FIN

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