La sangre fluye con brío por el cuerpo del joven que acaba de culminar la secundaria, recibió todo lo mejor que le han podido dar sus padres y sus maestros.
Ha llegado el momento de tomar decisiones, de asumir responsabilidades, la magra economía familiar no puede afrontar los gastos universitarios, pero los sueños están ahí, incólumes dentro suyo, es hora de volar de su pequeño pueblo y perseguirlos a costa de esfuerzos y sacrificios. Todo lo bueno cuesta.
Un excelente examen de ingreso le permite obtener su primer trabajo en una Entidad Bancaria de la gran Ciudad, buen sueldo, trabajo ameno, solo ocho horas diarias, sábados y domingos libres, la posibilidad de asensos que sin dudas le permitirán una vida enmarcada en un buen pasar económico y desembocaran en una jugosa jubilación temprana.
El panorama perfecto para cualquiera, pero él no se siente cualquiera, reconoce que a pesar de usar el mismo traje y la misma corbata que sus farsañeros de oficina, no se identifica con ellos y menos con los sobacalcetas de sus jefes, predispuestos a reptar escalones arriba sin importar a quien derrumben, pero su trabajo lo realiza con ganas y en forma eficaz porque disfruta del trato con los clientes y la satisfacción de la labor cumplida.
Toma una decisión y se zambulle en una nueva etapa, sin descuidar su trabajo, inicia sus estudios como Profesor de Educación Física. Las críticas no se hicieron esperar, estudiar para ganar menos que en el trabajo actual no es lógico, estar al rayo del sol o el frío cuando puedes estar calentito dentro de tu oficina tampoco.
Pero mirando como 30 ancianos que apenas pueden sostenerse hacen cola para cobrar su magra jubilación mientras sus compañeros en lugar de ayudar toman café en la cocina. Observar que están tan automatizados en su trabajo que si le cambian el color al papel de una planilla ya no saben como completarla y que las ayudas económicas son para los amigos o para quienes no las necesitan, lo hacen reflexionar sobre su vida y decidirse por ir en busca de su lugar en el mundo, donde no se sienta como una lombriz nadando entre peces.
Hoy, luego de treinta años de su renuncia al Banco, del que no reniega porque fue el medio para obtener sus objetivos, muchas veces se sienta a pensar y debe reconocer que sus padres y sus amigos tenían razón, los bolsillos están flacos, los lujos no son parte de su vida, a los sesenta sigue a merced de las inclemencias del tiempo.
Pero como explicarles que todos esos años fue feliz, que igual pudo sostener a su familia y darles la oportunidad de una profesión a sus hijas, que gracias al deporte conoció y viajó mucho más de lo que hubiese imaginado, que fue reconocido en otros países, que sus alumnos le siguen demostrando cariño, los de ahora y los de siempre, que haber utilizado al deporte como una herramienta para educar a sido su consigna más preciada, que no hay dinero que pague el orgullo de ser Profesor.
Guárdense su corbata y déjenlo con sus short y su raqueta en la mano.
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