La música resonaba por todo el local, estuvieras en cualquier lado la oías con fuerza.
Él estaba junto a la barra del bar como si no estuviera, un montón de cuerpos se contoneaban delante de él pero ella no estaba.
Porque ella era el único motivo por el que estaba en esa discoteca, le habían dicho que la veían muchas noches allí. Así que con una copa en la mano y recostado en la barra miraba con cuidado cada rostro femenino que se ponía en su campo de visión.
Pero no la veía.
Y cuando se distrajo pensando que no tendría suerte, que no la vería, se abrió la puerta de los baños y una chica salió medio cayéndose de allí.
Le gritó alguna maldición a quienes estaban dentro y avanzó hacia la gente.
Iba vestida con unas zapatillas rojas, unos pantalones cortos que dejaban ver sus piernas y una sudadera negra que le quedaba grande. Ella se giró hacia él y entonces la reconoció, pero no había duda, no conocía a otra pelirroja con ese tono de pelo tan característico.
La había encontrado, ahí estaba, Eva.
Se removió inquieto, se miró la ropa que él mismo llevaba ¿No decía Eva que se veía raro así? ¿Por qué no lo recordó antes?
Pero no tuvo mucho tiempo de pensar, cuando alzó la vista se encontró a la chica mirándolo. Le sonrió nervioso y la saludo. La chica le devolvió la sonrisa de forma socarrona y se acercó hasta él, una vez lo suficiente cerca ella le gritó:
—¡Eres tú!.
—¡Cuanto tiempo sin verte Eva!
Él se acercó a darle un abrazo, como en los viejos tiempos, ella solo se dejó abrazar. Cuando se separaron Eva le dijo:
—Pensaba que no volvería a verte por aquí Alexander.
El nombrado sonrió, de repente nervioso, la abrazó y ella se dejó incómoda. Entonces se separaron y él le dijo:
—Yo…me alegro mucho de verte otra vez.
—¿Y a ti qué te ocurre?
—¿A mí? Nada.
La chica río de forma escandalosa mientras Alexander la miraba sin perder detalle.
—Si estás, tú, Alexito , en un sitio así es por una causa mayor.
Al hablar de ese tema Alexander le apartó la mirada:
—Bueno sí, estoy algo decaído.
Eva le sonrió divertida:
—Vamos, no puede ser tan gordo, cuéntamelo.
—De verdad, no me apetece mucho hablar de eso.
—Somos amigos ¿no me tienes confianza? Cuéntamelo.
Alexander suspiró, rindiéndose:
—He cortado con Magdalena.
—Uy, pues ni idea de quién es, pero bien por ti.
Alexander observó a la chica preocupado, había algo en su forma de hablar…y tanta gesticulación exagerada…
—¿Estás bien?
La chica se señaló a si misma:
—¿Yo? como una rosa.
—¿Has bebido?
Eva se intentó apoyar en la barra, fallando varias veces antes de conseguirlo.
—¿Qué? ¡no! ¡no! ¡claro que no!
Por esa forma de alargar las vocales, definitivamente, había bebido. Alexander añadió con una sonrisa preocupada:
—Hey, no pasa nada si lo has hecho, yo también me he tomado un par de copas—miró el vaso que llevaba y se lo extendió—es ron con cola ¿Quieres?
La chica se apretó el puente de la nariz, como si tuviera alguna molestia.
—No debería, luego me sienta fatal…¡Anda trae!
Eva le quitó la copa y la acabó de un trago, dejó el vaso vacío sobre la barra y le preguntó:
—Bueno ¿Y por qué dejaste a Magnolia?
—Magdalena.
—Pues esa.
Alexander se rascó el brazo, algo incómodo, pero sin apartar su mirada de la chica.
—Es que me cuesta el contacto físico con personas…o estar rodeado de gente…
Eva lo miró perpleja:
—Estamos en una discoteca.
—Ya.
—Chico acabas de abrazarme.
—¡Pero contigo es distinto! ¿Ves? Contigo si tengo esa confianza…
—Si, bueno…
—Justo tú y yo hemos pasado por muchas cosas.
—Ya…
Se quedaron callados unos segundos en los que apartaron la mirada. Fue Eva la que terminó con ese silencio:
—¿Y hace cuánto tiempo fue?
Alexander volvió a sonreirle.
—Unos cinco o seis meses.
—¡Eso es mucho! ¡Olvídala ya!
Alexander fue a decir algo pero la chica intervino:
—¿No te apetece ir fuera? Hay una puerta trasera por aquí.
—No, estoy bien.
—¡Pero hablaremos mejor fuera!
El chico la miró extrañado con tanta insistencia.
—¿Pero por qué quieres ir fuera?
La chica se encogió de hombros, risueña.
—Ya sabes, respirar aire fresco y eso.
—Bueno vale…
La chica lo agarró del brazo y tiró un poco de él, luego le dijo gesticulando de forma exagerada:
—¡Vamos! Ven, ven.
Y Alexander simplemente se dejó llevar por ella sin más resistencia.
Eva abrió la puerta y lo empujó hacia un callejón mientras decía:
—Oh vamos ¡Qué no te den miedo los callejones oscuros!
Sin notarlo Alexander había acabado con una pared detrás y con Eva delante.
—Bueno ¿De que estábamos hablando? ¡Ah sí! De Mariana.
El chico la corrigió con una media sonrisa.
—Magdalena. Pero hablábamos de que estaba algo decaído y eso.
Eva estaba mirando hacia atrás, como si comprobara que no los hubiera seguido alguien. Al notar que Alexander hablaba lo miró algo sobresaltada, el chico le preguntó:
—¿Me estás atendiendo?
Eva se tambaleó antes de pararse recta:
—Claro, hablamos de lo mal que estás por Matilda.
—Te he dicho que se llama Magdalena ¿estás bien?
—¡Perfecta! Estaba pensando que llevas un reloj muy bonito Alexander, brilla mucho.
El chico miró su reloj.
—Ah sí, gracias…
—¿Me lo das?
—¿Qué?
Alexander la miró con una media sonrisa, sin saber que pensar.
—¿Por qué quieres un reloj?
—No sé Alex ¡Pues para lo que se usa un reloj!
El chico apuntó al reloj que llevaba Eva en su muñeca.
—Pero si tienes uno ahí que sirve para lo mismo.
—Pero este no brilla.
Alexander acarició su Rolex, era cierto que comparado al reloj barato de Eva era más bonito, pero…
—Pero es que me lo regaló ella, es lo único que nos une de algún modo…
—¿A Martina?
—Magdalena.
—¡Pues mejor! Dámelo y así pasas página.
—Pero…
Eva lo tomó de la mano y lo miró con una sonrisa tierna.
—Sabes que es lo mejor Alexander… dame ese reloj.
El chico soltó su mano y suspiró mirando el Rolex.
—Te lo doy con una condición.
Eva frunció el ceño:
—¿Qué quieres?
Alexander no se atrevía ni a mirarla, así que dijo en voz baja:
—Te lo doy a cambio de un beso.
La chica lo miró, sorprendida ante tal petición.
—¿Sólo eso? ¿Solo quieres un beso?
Alexander asintió, avergonzado. Ella se limitó a contestar:
—Trato hecho.
Él la miró sin creer que hubiera aceptado, ella se acercó a él. Eva acarició sus brazos con lentitud mientras se acercaba a su rostro, cuando estuvo a apenas unos centímetros de la boca de Alexander sonrió y se desvió para darle un beso en la mejilla.
Con rapidez Eva desabrochó el reloj y guardandoselo, se separó de él.
—Es un placer hacer tratos contigo.
Alexander la miró algo enfadado, un poco rojo:
—¡Eso no es un beso Eva!
La chica le guiñó un ojo mientras empezaba a correr fuera de allí.
—Lo es, la próxima vez, ¡específica dónde lo quieres!.
Y así Eva se marchó al grito de:
—¡Hasta luego Alexander!
El nombrado se quedó de piedra en el callejón y aún algo aturdido murmuró:
—¿Esto ha sido un atraco? ¿no era un romance?
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