Aquel día, se cumplían dos años desde el accidente. 14 de mayo, una fecha que ya nunca olvidaría, la fecha en la que todo cambió, la fecha de la pérdida. Hugo se levantó cansado de la cama, no quería recordarlo, no quería pensar en él, quería que su día fuera normal, como lo era antes.

Hace dos años, se despertaba junto a David, a las seis y media de la mañana, se quedaba mirándolo atónito durante diez minutos, mientras le acariciaba el rostro, después se levantaba de la cama para ir a desayunar, iba al trabajo y tras ocho largas horas volvía a verlo. Por último cenaban mirando alguna película y vuelta a dormir. Esta vez todo era distinto, se despertó solo, a las seis y media de la mañana, se quedó llorando diez minutos acariciando el lado de la cama donde antes dormía David, después se levantó de la cama para ir a desayunar, pero como no tenía hambre salió de casa directamente, fue al trabajo y tras ocho largas horas, el hombre que antes lo esperaba en casa no estaba ahí, no se encontraba trabajando con su ordenador y su café con leche al lado, no lo esperaba sonriendo para abrazarlo, no, el sofá estaba vacío, como el corazón de Hugo, que se encogió y lo único que este pudo hacer fue susurrar:

– David… David… Davi…

Se le quebró la voz y una lágrima empezó a recorrer lentamente su mejilla, hacía dos años que no podía ni pensar en ese nombre sin sentir escalofríos recorriendo todo su cuerpo.

Pensó que si en todo ese tiempo no lo había superado, no lo superaría en la vida, David no era fácil de olvidar exactamente, porque era demasiado bueno, demasiado agradable, con él y con todo el mundo.

Pensó que no lo aprovechó lo suficiente, Hugo pensaba que tenían todo el tiempo del mundo, él pensaba que tendría a David para siempre, pero no fue así, la muerte se lo llevó antes de tiempo, se lo arrebató de las manos, se lo llevó para nunca más devolverlo, y nadie podía hacer nada para impedirlo.

Hugo decidió levantarse e irse de allí, ese maldito sofá solo le traía recuerdos, y en aquél momento, no quería pensar.

Se dirigió a la cocina con la intención de llenar su estómago para ahogar las penas. Ahí encontró las galletas, esas galletas que a David le gustaban tanto y que Hugo las escondía en el armario más alto para que no las alcanzara, lo recordó, en la cocina de puntillas intentando cogerlas, antes le hacía gracia… Recuerda como se reía de él mientras le ayudaba a bajar las galletas.

Salió corriendo de la cocina, no lo aguantaba más, la nostalgia lo estaba asfixiando, sentía como le costaba respirar, cada vez más, solo quería que todo fuera como antes… Recordó como se prometió a si mismo que siempre lo cuidaría, recordó como se dijo a sí mismo que no dejaría que nadie le hiciera daño, pero ¿que iba a hacer él contra el destino? Si este decidió poner a un conductor borracho en su camino…

La rabia se apoderó de su cuerpo, pensó que él lo podía haber detenido, pensó que si hubiera convencido a David de no ir a cenar fuera, ahora mismo estaría vivo. Se preguntó porque no le pasó a él, Hugo hubiera preferido mil veces morir aquella noche en el accidente, que despertar desorientado viendo a David inconsciente a su lado. Se tocó la frente, y sintió la cicatriz, esa brecha que le iba a perseguir durante toda la vida, la brecha que se creó en el accidente, esa brecha que se encontró cuando se despertó en el hospital. Recuerda que la primera cosa que dijo al despertar fue:

-¿David?

Los médicos no lo oyeron, o a lo mejor hicieron oídos sordos, quien sabe…

Le dijeron que era un milagro que estuviera vivo tras un accidente tan brusco y una operación tan complicada. Hugo ignorando esta información volvió a preguntar:

-¿David?

Solo quería asegurarse de que estaba bien, de que estaba vivo, de que lo volvería a ver… Los médicos no contestaron. Los agonizantes quejidos de Hugo empezaron a sonar cada vez más fuerte, mientras su corazón palpitaba cada vez más rápido:

-¡¿David?! ¿Donde esta? ¿David? ¡Qué me digáis dónde está! Por favor, necesito saber dónde está… ¡Por favor! ¡David! ¡DAVID!

Hugo hizo un amago de levantarse, a el que los médicos intervinieron empujándolo suavemente hacia la camilla otra vez.

-Está usted muy débil para caminar aún, señor González. En una semana podrá volver a caminar sin problemas, pero ahora necesita reposar.

-¿Donde está?- Dijo sollozando- Necesito verlo… Por favor…

No se imaginaba que nunca más volvería a verlo, no se imaginaba que nunca más podría acariciar su cara, no se imaginaba que lo iba a perder… No tan pronto…

Cerró los ojos y apretó la mandíbula, estaba pálido y casi no podía andar de los temblores que le daban. Decidió que sería una buena idea darse un baño para relajarse, y así, olvidarse de la vida por un momento. Llenó la bañera y se metió poco a poco, su cuerpo temblaba cada vez más y su corazón palpitaba cada vez más rápido, necesitaba tranquilizarse.

Perdió la noción del tiempo, no sabía cuántas horas había estado ahí metido, pero como supuso que había estado mucho tiempo, se puso en pie para salir de la bañera.

Observó sus manos, parecia que habian envejecido mínimamente cuarenta años, se imaginó cómo sería su vida a los sesenta, con David a su lado, se los imaginó en una hamaca colocada en un jardín, agarrados de la mano con un anillo en el dedo anular de cada uno. No se pudieron casar… No les dió tiempo, tan solo tenían veintidós años y según ellos, toda una vida por delante… Si David lo hubiera sabido… Si hubiera sabido que iba a morir tan pronto, le habría recordado a Hugo todas las veces que dijo que quería casarse y él le respondía:

-Ya lo haremos, amor, pero más adelante, ahora no nos lo podemos permitir con tantos gastos…

Y ahora, Hugo se arrepentiría de esa decisión durante el resto de su vida.

Miró por la ventana, el sol ya se había escondido, lo que quería decir que había malgastado toda la tarde sollozando en la bañera. Pensó que no tenía nada mejor que hacer de todas formas.

Se secó, se vistió y tras recoger el baño se dirigió hacia la cocina, para hacer algo de cenar, porque aún que no tuviera hambre, llevaba todo el día sin comer bocado y estaba empezando a sentirse débil y mareado.

Al final decidió cenar un simple sándwich de jamón y queso, si lo viera David… Hugo pensó que se ofendería muchísimo al ver que iba a cenar un sándwich. David era cocinero en el restaurante más caro de la ciudad y sus cenas eran exquisitas, a Hugo le encantaban, cada bocado le parecía un manjar, nada a comparar con un insípido sándwich.

A veces, Hugo deseaba olvidarlo todo, a veces deseaba no haberlo conocido nunca, porque de esta forma, ahora mismo no estaría así, triste, vacío, solo… Pero luego recuerda cómo era su vida sin él y piensa que no merecería la pena, David fue la luz al final del túnel para Hugo, y este siempre le estuvo muy agradecido por eso, pero ahora que él no estaba, Hugo volvió a adentrarse en el oscuro túnel, y esta vez no había luz al final de éste.

Al fin, llegó el mejor momento del día, el momento de ir a dormir. Finalmente cerraría los ojos, dejaría de pensar, dejaría de recordar y esperaría a que el despertador sonara el día siguiente para empezar su aburrida y solitaria rutina de nuevo.

Se ilusionó al pensar que podía dormir de nuevo, porque eso significaba que lo vería, vería a David, aún que sólo fuera en un sueño. Siempre que se iba a dormir desde que David se fue, soñaba con él, soñaba que lo veía, que lo tocaba, que lo abrazaba, que lo besaba… Desde hace tiempo, éste era el momento favorito del día para Hugo, porque dejaba de recordarlo, para poder verlo.

Hugo se cambió rápido de ropa y se metió entre las sábanas, al rato se durmió, abrazado a la almohada, imaginando que al que abrazaba era David, con lágrimas en los ojos sabiendo que nunca iba a sentir su piel otra vez. David, o más bien su espíritu, en cambio, se tumbó en el otro lado de la cama, acariciando la cara del que había sido el amor de su vida, porque aunque sabía que Hugo no podía ni verlo, ni tocarlo, sabía que podía sentirlo.

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