Me estaba mirando desde arriba, una especie de oscuridad a mi alrededor, estaba en tercera persona. Nada de eso era normal, no sabía que estaba pasando a mi alrededor. Cerré los ojos en un intento desesperado de recuperar la cordura, deseaba que fuera un sueño, ese silencio atronador rebotando en mis oídos, el palpitar de mi corazón, el salivar. Lo peor de todo eso era que podía seguir viéndome con los ojos cerrados… A mi y al vacío que me rodeaba, en una oscuridad sólo apartada por una especie de foco interior. Estaba seguro de que era una pesadilla, toqué el párpado cerrado, abrí los ojos y repetí. Sentí la esclerotica.
Me desesperé, empecé a gritar y a gritar pero sólo sentía un líquido pesado en los pulmones, creo que estaba llorando, al menos, es lo que se sentía al llorar… Sólo que no podía derramar lágrimas. Al correr no sabía si había avanzado lo más mínimo, esa maldita oscuridad no me permitía orientarme. Presa del pánico, ese pánico de no entender empecé a morder mi carne, no había dolor, no había sangre, sólo trozos mutilados de mi mismo. Caían al suelo negro, brillaban, empecé a arrancar trozo tras trozo, marqué mi camino con partes de mi que se curaban al instante. Primero eran pedazos tímidos, pequeños. Luego fui explorando las posibilidades, un muslo, un brazo, una pierna…
No se si había pasado un segundo o un milenio, decidí hacer la prueba final, me corté los brazos hasta poder usar los huesos como arma, prueba y error. No dolía, así que podía hacerlo cuánto quisiera, no sentía hambre así que no perdía el tiempo en comer, no tenía sueño así que tampoco intenté dormir. Al final logré arrancarme la cabeza para ver si podía morir o reproducirme. No sabía siquiera si estaba cuerdo.
No me sorprendió ver mi cuerpo en el suelo y levantarme, con otro totalmente nuevo y un camino lleno de luz salida de partes mutiladas que no se dignaban a pudrirse o sangrar. Entonces la escuché por primera vez, esa voz… Esa maldita voz que no sabía si era real. «Esto es todo lo que deseabas, la inmortalidad.» Era una voz de mujer, fría y seca. ¿Una diosa? ¿Un demonio? ¿Todo eso existía realmente? Pronto esas preguntas quedaron en el olvido. Necesitaba una manera de controlar el tiempo, algo que contar, alguien con quien hablar. Simplemente todas las cuestiones de la vida se fundieron en vacío, el fondo de mi abismo, mi vida hecha realidad, un rincón en mi mente incapaz de llenarse, una ilusión hecha realidad. Locura o eternidad. Ambas eran una tortura.
Pasó una infinidad o quizá un segundo, nunca lo sabré, monté con mi propia carne un palacio resplandeciente, si hubiera podido en algún momento, hubiera sido al principio cuándo riese a carcajadas. La piel formaba la parte de fuera, le daba un color, el rojo de la carne bordeaba los marcos de la puerta y las ventanas, usé mis huesos como adorno, tenía todo el tiempo del universo y los mejores materiales, con mi propio cuerpo me ahorraba la luz, ni facturas ni red eléctrica.
Pasó otra temporada, al menos en el hilo de mi mente, me sorprendía la cordura que aún guardaba, la sensación de tiempo eran de milenios, pero mi mente apenas se había desarrollado, vivía entre partes de mi, un palacio, imitaciones vulgares de jardines, tétricos y macabros creados de mi, para mi. A la vez que empecé a plantearme que sucedía en ese lugar con el tiempo y la cordura, se volvió a escuchar aquella voz femenina. «Estas haciendo las preguntas correctas y solo has tardado unas diez generaciones. Estamos impresionados.» Diez generaciones, de 400 a 700 años. Dudé muy seriamente de mi cordura en ese momento, volvió aquel pensamiento… Era lógico, eso no podría ser real.
Estaba jugando, como solía hacer, nada extraño, carne, huesos, lo que fuera, no existe el dolor, tengo una infinidad de juguetes para mi, incluso podía arrancarme la cabeza y mantener relaciones sexuales conmigo mismo si me apetecía. Incluso a veces utilizaba ese truco para darme un abrazo o sentir algo de calor, aunque nunca sintiese frío. A veces poder mutilarse a gusto, viviendo en total soledad tiene un sentido aún más triste que el de la vida eterna. Ella volvió a hablar. «En el eterno retorno, sólo hay una variación, el alma que debe vivir esa vida. Pronto deberás ocupar mi lugar y yo el siguiente, pues este círculo vicioso es la condena de toda vida y toda muerte.»
No sabía el tiempo o la eternidad que había pasado, mi carne se fundió con el suelo, tenía sed al ver esa sangre. Me alimenté por primera vez… Por primera vez en el universo, de mi mismo. Corrí, sin parar de mirar a todos lados, el negro se transformó en luz, yo estaba oscurecido, pasó por mí, fuera, dentro, fugaz y eterno. «Este es el principio y el fin del abismo.» Pude gritar, llorar, sangrar y sufrir. Pero las cosas buenas duran poco en la vida, al fin lo entendí. Todo lo existente quedó dentro de mí, como una opresión en el pecho y vomité poco a poco lo que es la existencia contaminada con todo aquello que un día sufrí. A pesar del dolor me arranqué la mandíbula para poder vomitar más cantidad, me arranqué los ojos para no ver aquel horror, pero seguían viéndome desde la infinidad del vacío. Me exprimí el cráneo para dejar de sentir el ácido en el que se había tornado mi sangre, pero pensaba y padecía en la infinidad del vacío. Con mi propio vómito, mi sangre y todo aquello que no existía hasta salir de mi, dí lugar a maneras de desintegrar mi cuerpo en el ansia por morir. Fue la última vez que escuché aquella voz femenina y frívola. «En esta vida, tu vas a ser Dios. Puedes crear y destruir los mundos, puedes formar historias o dejar que se desarrollen, ahora lo sabes todo. Ahora que tomas mi lugar como Dios, puedo morir.» Fueron las peores palabras que pudieron decirme en la vida, puesto que aún me quedaba otra eternidad. A ti te queda otra eternidad. En la eternidad sólo existe el dolor, el placer o la ausencia de alguno de estos. Pero nunca nos llenamos y nunca es suficiente, ni siendo todopoderosos, bienvenidos al vacío sin fin.
O quizás no, si fuera Dios, no os revelaría la parte divertida, no soy tan benevolente y si no me crees, puedes mirar el mundo que he creado.
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