Un alimento poco convencional

Un alimento poco convencional

Risbel Berbis

18/03/2019

Estaba cubierta de oscuridad.

Su piel se envolvía con la seda sutil del viento; sus ojos embriagados de amaneceres que no llegaban. Cargaba un saco lleno de dolor, miedo y pasado. Había poseído todo cuánto quiso, y a la vez perdido cuánto ansió. Había sido la estrella más resplandeciente.

Decidió reposar junto a un camino lleno de espinas, el saco pesaba mucho y provocaba que su hálito desfalleciera al transcurrir los minutos. Anhelaba sanar el alma, pero no sabía cómo hacerlo. Ahí en medio del camino, suspiraba sin fuerzas. Labios desgastados de besar la desventura, ojos enrojecidos de llanto, y con el corazón reventado en sangres; dormía.

A la mañana siguiente, los pájaros entonaban una melodía que se elevaba a las alturas, hasta tocar los astros y regresaba acompañada de la luz ultravioleta y del querido viento. Bufido de toros que entorpecían su descanso, ella lo nombró de esa manera.

Sin ánimos de despertar escuchó un murmullo de gente:

-Ya es hora, tiene que venir -decía una joven.

-Tenemos demasiada hambre -hablaba un niño.

Ni siquiera pudo incorporarse, el dolor había consumido sus huesos, sus pies no tenían fuerza. Agonizaba lentamente.

A lo lejos, miró a un hombre aproximarse a la aldea donde estaban esas personas conversando. Todos al verlo sonrieron como si se tratara de algún familiar que no veían hace algún tiempo.

Era un hombre lleno de antaño, con mirada jovial, de atuendos sencillos y limpios, usaba sombrero, botas y una chamarra. Mientras el hombre sonreía los niños se arrojaron a sus toscos y esforzados brazos.

– ¿Qué comeremos hoy? -Pregunta un niño hambriento

– Comeremos pan del cielo -Dijo el hombre.

Al instante las personas comenzaron a acomodarse en el pasto con el fin de escuchar lo que diría este común hombre.

Él tomó su guitarra y comenzó a cantar en un lenguaje desconocido.

Ella, que yacía en el suelo no entendió nada, pero escuchar esa melodía provocaba que sus huesos se compungieran de un sentimiento extraño, conocido como «la esperanza».

-Todos huyen del desierto, pero lo cierto es que estando ahí nos damos cuenta quienes somos, y qué necesitamos. Todos anhelamos lo material creyendo que es la mayor riqueza, anhelamos vivir dejando atrás lo apreciable. Lo apreciable es lo que no compramos con lo material, la creación, la salvación, el perdón, el creador. El desierto me hizo encontrarme con mi creador, me hizo cavilar cuán frágil soy y cuánto necesito de él. Busquen lo invisible puesto que lo visible es temporal, lo invisible es eterno. -Dijo el hombre.

Mientras el hombre hablaba, emitió su pecho una luz que entró en las conciencias de todas las personas que los escuchaban. Cuando movía sus manos se desplegaban en los aires llamas de fuego estableciéndose en las cabezas de todos.

-Es delicioso este alimento- Profirió aquel niño hambriento.

-Este alimento llega al alma, la que ahora ya casi nadie nutre -dijo el hombre.

La mujer aún estaba junto al camino, admirando tan incomprensible hecho.

En tan pocos minutos el hombre miró a lo lejos a la desdichada dama, no dudó en acercarse mientras las personas sentadas en el pasto sonreían.

La respiración de la dama desaceleraba.

En cada paso del hombre le acompañaba un estrépito que desgajaba el alma de aquella mujer, ella no entendía que tipo de esencia transmitía la entidad de ese hombre. Ella sin dejar de verlo, temblaba.

Se agachó para poder hablarle de cerca y le dijo:

-Que hermosa creación eres, sólo es lodo y barro lo que te cubre. Era preciso pulir tan escultural diamante en el desierto, tus vestidos están sucios, pero solo necesitan ser reemplazados. Caminaste demasiado, deja que tu piel se mude. Puedo ver que hay una luz que brilla y sale de tu alma, esta luz me condujo hacia ti. No es el final, solo una travesía.

-¿Qué autoridad tienes para abrir mi alma y mostrarla al mundo?

-No me has dado autoridad, sólo he querido describir lo que veo a través de tus inigualables ojos, que ocultan un mar de confusión, un abismo de catástrofe.

-Déjame, la verdad ya nada importa. No le importo a nadie. Tomé un trago de hiel y me lleva a la sepultura.

-Cuando mi vista capturó tu imagen, no he conseguido dejar de mirarte. Si no me importaras no me hubiese acercado. He estado impaciente, tu alma me llama.

-¿Quién eres?

La verdad no tengo renombre, solo quiero ser un vestigio de esperanza para quienes me conocen.

-¿Qué necesito hacer?- dijo en llanto.

-Aunque no he dejado de admirar tus pupilas, roba mi atención ese saco que cargas. Deberías de dejarlo, es tu único enemigo. Ese saco no está afuera de ti, sino dentro. Te ha ensuciado el alma. El estado del alma se refleja en la condición de tu cuerpo, afecta tu entorno. Recuperarás todo cuánto anheles si comes de esto y dejas aquello. Aprenderás a vivir de nuevo.

Al momento de soltar el saco, la mujer sintió que una braza encendida entró en su boca, pasó por su alma y reposó en sus entrañas. Sus pies comenzaron a llenarse de vigor, enderezó su cuerpo, sacudió su polvo. Ya no tenía ganas de llorar, después de mucho tiempo comenzó a sonreír. Pensamientos de bien colmaron su mente, surgía nueva dirección. Tenía ganas de vivir, soñar y planear.

Sus raíces brotaban y se afirmaban en el suelo. Sus alas crecían. Se saturó en luz.

-¿Por qué estoy tan feliz?, ¿Qué me has dado?…

Palabras de Vida, Pan del cielo, el Maná de Dios dijo el hombre.

-Y ahora ¿Qué haré? -pregunta la mujer entusiasmada.

-Escucha muy bien, los problemas aún están, lo que cambió es la manera en cómo ahora los vas a enfrentar. Ya tienes en tu cuerpo un nutriente que te equipará para los siguientes desafíos.

– Cuando decaes por la amargura de tu alma, y llenas tu copa de odio no puedes hacerle guerra a nada. Eres alguien expuesto a recibir todos los males de esta vida, cuando pones un alto y descongestionas tu interior ahora esa luz alumbra las tinieblas de tu entorno. Si hay luz, habrá más luz.

-Ya sabes que hacer, decide creer. Sino decides creer entonces regresa a tu anterior condición.

El hombre cortó una flor, la puso en la mano de aquella mujer. Acarició sutilmente las líneas de su rostro, removía el cabello que lo cubría, le dio un beso en la mejía.

Y no volvió más.

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