Una chica pizpireta de melena roja y de gran sonrisa, con la seguridad de una guerrera que acababa de ganar su primera batalla, se puso enfrente de los jueces con una pequeña libreta en sus manos. El auditorio estaba oscuro, añadiéndole dramatismo a la atmósfera cargada de tensión.
-¿Por qué quieres ser escritora? -Le preguntó una juez con mancado interés.
Los focos del escenario apuntándole directamente al cuerpo ponían nerviosa a la pelirroja. Los fuertes latidos de su corazón disminuían su audición así que le pidió que le repitiera la pregunta, avergonzada.
– Me gusta contar historias –contestó–. También me gusta pensar demasiado.
– ¿Pensar demasiado?
Vaciló un poco antes de contestar:
– Soy… bueno, soy un poco perfeccionista. También…
– ¿Alguna cosa más que añadir? -Le interrumpió otro juez.
– No. –La sonrisa de la muchacha descendió un poco.
“Joder…” -Pensó.
– Prosiga pues con la lectura de su ensayo. –Le dijo la juez.
Miles de ojos, ávidos por oír lo que Ares iba a leerles, esperaban pacientes en los dos centenares de butacas que el auditorio poseía.
“Tú puedes, sabes que puedes hacerlo”. – Se repitió mentalmente.
Inspiró, abrió su libreta y su voz inundó la sala:
-He aprendido que anticiparse a la vida es un error y que, en realidad, nunca podrás superarla -Hizo una pausa larga. La joven miró a los jueces y a los oyentes-. Nadie es más listo que la propia existencia ni que la fluidez que lleva esta consigo.
»Sé, y lo digo como una verdad absoluta, que todos tenemos nuestras carencias y que todos tenemos una forma diferente de afrontarlas. Algunos nos quedamos cegados dentro del agujero que nos producen, otros nos hacemos fuertes y lo saltamos (que no es para nada fácil). En nuestra realidad social siempre solemos alabar a los saltadores -Su voz subió una octava, con la intención de seguir cautivando la atención surgida-, ¿Pero y las personas cegadas que quieren ver y que también quieren tener la oportunidad de saltar? ¿Por qué nos olvidamos de ellas?
Alejó los ojos de la libreta y dejó que la emoción que le despertaban sus propias palabras se manifestara en su rostro, en su postura.
»¿Por qué me olvidé de mi misma? Recuerdo que siempre… -Suspiró y continuó-: que yo siempre fui una niña curiosa, y cuando alguien cegado quiere ver…
Adoptó una voz más segura, el cuerpo acompañó su emoción en cada instante.
»Mi corazón irrumpe en mi mente y da una respuesta a mi inquietud: Siempre lo esperé.
»Y le vi. Y todas aquellas noches donde mis problemas me quitaban el sueño, todos aquellos días en que mi mente era mi única compañera, todos aquellos instantes con los que llenaba mi soledad con mil y un libros, desaparecieron. Una nueva ilusión y una nueva verdad en potencia me hicieron ver por primera vez. Todo aquello que una vez me llenó ya no estaba, solo éramos él y yo (dentro de mi mente, por supuesto).
»Y quiero recalcar el enunciado de “una verdad en potencia” porque es la verdad en acto de mi padecimiento.
»El futuro es demasiado complicado. No es imposible saberlo (yo vi el mio, de verdad), pero es dinámico, cambia según nos movemos en el presente, según nuestras necesidades. Según nuestra conciencia. El universo nunca es nuestro enemigo, siempre nos lleva al lugar donde necesitamos estar y nos conduce a la situación donde necesitamos estar. Y yo quise adelantarme a él porque estaba cansada de ser alguien cegado y no una saltadora. No aceptaba que mi momento de saltar aún estaba lejos, que necesitaba estar cegada. Y vi demasiado, vi aquella verdad en potencia donde estaba él y me quedé prendada de ella.
Cerró su libreta y prosiguió, segura de sí misma:
»Mi mente giró entorno ella, mi insomnio fue dominado por ella y los mil y un libros se cerraron para poder dirigir toda mi atención a ella. Y mientras yo bailaba al ritmo del delirio, embriagada por la ilusión que creía que seria mi destino, me perdí todo lo que hubiera podido crear en esas quedadas tan intimas con mi mente, las historias que nacían en mí mientras intentaba encontrar el sueño y el incontable conocimiento que contenían todos aquellos libros que cerré.
»Pero tenía que cambiar; no era el lugar correcto para mí, así que el universo llamó a mi puerta y me hizo ver como la verdad en potencia desaparecía. Él fue necesario para mí, pero cambié mis necesidades al hacer trampas para poder ver, así que él simplemente dejó de serlo. Aquel futuro se esfumó. Y allí fue donde me di cuenta que siempre había estado ciega; esta vez no era la oscuridad (solo), sino aquella ilusión efímera por la cual suspiraba.
Con un deje de dolor en su voz, continuó:
»No podéis imaginar cuán doloroso es saber que era posible estar con tu persona querida y que esa posibilidad deje de ser, ver como él suspira por otra y reclamar al universo el lugar que creías que te correspondía. Qué duro es verle, sentir lo que siento, y olvidar lo que un día supe.
»Reflexionando durante esas largas noches de mejillas húmedas me di cuenta de que me había privado a mi misma de enamorarme, de pasar por todas aquellas etapas que tan bien describen el amor romántico. Supe que yo llegaría a quererle y que él llegaría a quererme a mí, eso era todo lo que mi corazón sediento necesitaba. Y me obsesioné, perdí la cabeza. Y me perdí a mí misma.
»Ahora rehago mi vida, salgo del espiral de ceguera e intento que el tiempo y el esfuerzo me lleven a poder ver y a poder saltar al fin, sin hacer trampas. He aprendido que hay que luchar, que no hay que escapar del dolor (sino afrontarlo), que no hay que buscar que nada ni nadie llene tu carencia, y que todo pasará y todo llegará al lugar y al momento correcto. Y sobretodo que no hay que aferrarse a nada ni nadie puesto que todo debe seguir su propio curso.
Sonrió.
»Le visualizo y pese a todo sigo sonriendo, ¿cómo podría negarle ese placer a mi corazón? En este preciso instante sé que mientras siga viviendo desearé que él vuelva a ser una necesidad. Pero viviré.
Ares le buscó con la mirada entre los oyentes. Ni siquiera pensó en los jueces, solo quería ver la cara del verdadero receptor de ese ensayo. Y él la miraba con ojos de admiración y con su típica sonrisa despreocupada.
“Ni siquiera lo imagina… Pero ahora estoy en paz” –Pensó.
Los oyentes aplaudieron a raudales. La pelirroja pizpireta estaba muy orgullosa de su lectura y de como la había vivido, así que antes de dejar hablar a los jueces volvió a contestar la primera pregunta que le habían hecho:
-Quiero ser escritora porqué a través de historias aparentemente ficticias puedo explicar a mi familia y amigos mi realidad. Mi corazón se siente en calma al saber que son conocedores de algún aspecto de mí, aunque sea de forma indirecta.
El auditorio se había sumido en un silencio respetuoso.
-¿Quieres decir que escribes historias sin que ellos sepan que las estás basando en ti? -La juez la miró a través de sus pequeñas gafas con el interés que le faltaba hacía apenas unos minutos.
-Sí, no es nada especial en realidad. Muchos lo hacen.
-¿Estás hablando de ti en este ensayo?
Ares sonrió, complacida.
-Eso es secreto profesional –contestó, intentando hacer una gracia para quitar esa aura seria que se había instalado entre ella y los jueces.
Cuando la muchacha bajó del escenario más contenta que un ocho sus amigos fueron a darle un fuerte abrazo. Él también la abrazó y la felicitó por lo bien que lo había hecho.
-Parecía que lo estabas viviendo de verdad –Le dijo, asombrado–. Ha sido alucinante.
La muchacha le dio las gracias y por un momento se perdió en los ojos grises de él, buscando la forma de decirle que cada una de las palabras que había recitado eran ciertas, que ella había visto el futuro, que él era ese chico.
Pero aquel pequeño instante terminó cuando la novia de él se acercó a ellos. Ares puso rápidamente los pies sobre el planeta Tierra.
-No digas bobadas, ¿cómo podría ver yo el futuro?
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