Imagen de Kevin Carter
En este magma, donde ya no hay tiempo ni espacio, solo aquí puedo intentar comprender el por qué.
Nací en mil novecientos sesenta, en Johannesburgo, Sudáfrica. ÁFRICA, un continente devastado por el hambre, las enfermedades y los conflictos armados. Sin ir más lejos, mi propio país, era un país dividido por el odio racial, conformado por una comunidad “blanca” que gozaba del poder y todo lo que a este se asocia, riqueza, derechos…. Y una comunidad “negra” mayoritaria, que clamaba a gritos y a palos, literalmente, que se les reconocieran esos derechos, “Derechos humanos, políticos, sociales…”, luchaban contra la injusticia que se vivía en aquel lugar, LUCHABAN CONTRA “El apartheid”.
Supongo que el horror que me rodeaba, y digo rodeaba porque yo era “blanco”, ocupante de la parte privilegiada de la ecuación, hizo de la captura de aquel horror en imágenes, mi profesión “Fotoperiodista”.
Las poblaciones que lindaban a Johannesburgo, ya eran “campos de batalla”, un tal Nelson Mandela; aunque desde la cárcel, había recaído ahí por su lucha incansable contra “El apartheid” y todo lo que este significaba; era “SU GUÍA”.
Comencé capturando instantes de violencia cercana pero a lo largo de mi vida viajé por todo el mundo, tomando imágenes de conflictos bélicos, genocidios locales… fui testigo en primera fila de la injusticia y la barbarie humana en todo su esplendor, no sin arriesgar mi propio pellejo en más de una ocasión. Hice amigos, muy buenos amigos, con los que compartí aquellos años…
Me casé, tuve una hija…
Seguí contando a través de mis imágenes, muchas veces con mis compañeros, otras veces solo, las injusticias de las que era testigo. En aquellos momentos me dije a mí mismo que lo que hacía, lo hacía para mostrar al resto del mundo el sufrimiento de tanta gente sin nombre y sin voz, pero no por ello menos humana.
Alcancé cierta reputación en mi profesión incluso fui miembro de “The Bang Bang Club”[1]
Me lo creí, creí que era una especie de superhéroe, inmunizado frente al dolor, fuerte, y que podía enfrentarme a “todo”.
Llegué a Sudán solo, con la orden de no mezclarme con la población local debido a posibles enfermedades contagiosas severas… “enfermedades contagiosas severas”… repetí una y otra vez esta frase…
– ¡Que estupidez! –
Me encontré con aquella imagen tan natural en el mundo animal…
– Quizás fue eso… después de todo lo visto… ¿Realmente no éramos todos alimañas? –
Sudán, azotada por una hambruna bestial que estaba acabando con gran cantidad de su población, y por supuesto los primeros en caer… las mujeres y los niños. Y yo solo, ahí, frente a la más cruenta de todas las realidades…
“EL MÁS FUERTE ACABA CON EL MÁS DÉBIL”
Pero en ese instante no fue esa mi reflexión, tan siquiera se cruzó por mi mente, yo era un fotoperiodista famoso, y pensé que aquella imagen podía ser una imagen única.
Preparé mi cámara y me dispuse a esperar el desenlace, “La mejor fotografía”, como la catalogarían tiempo después algunos medios de comunicación.
En ese instante lo que esperaba era poder inmortalizar el final de la contienda, al vencido, acabado, y al vencedor en todo su esplendor… desplegando sus alas…
… La muerte de Ken…, el premio, las críticas hacia mi pasividad al contemplar aquella situación… la vuelta a la civilización… Sí, cuando uno trabaja entre la violencia más extrema las reglas del juego son otras…
Tengo dudas donde quisiera tener certeza… pero puedo contarles que aquel 27 de julio, mientras conducía hacia la orilla del río que me vio crecer en mi Johannesburgo natal, no podía contener las lágrimas, lloraba y no sabía exactamente por qué, no podía contener mi llanto. Llanto que solo cesó cuando mi corazón dejó de latir[2].
FIN
Nota: Este relato parte de elementos reales pero es una ficción. No conocí al autor de la fotografía y desconozco los motivos por los cuáles se quitó la vida. Escribí este relato porque desde que supe que esta fotografía había ganado un Pulitzer me pregunté que se estaba premiando realmente. Porque para mí la mejor fotografía habría sido la del fotoperiodista alzando a la pequeña para protegerla de su merodeador, aunque el premio no lo hubiese ganado él.
Fuente de las fotografías insertadas en el relato: Internet”
[1] Era un grupo de cuatro amigos fotoperiodistas“blancos” (en aquella época no existía el concepto de reportero gráfico o reportero de guerra). Que asumiendo grandes riesgos mostraron al mundo las atrocidades cometidas durante “El apartheid”. Pero también en otras partes del mundo como en Centro América.
[2] Kevin Carter se suicidó unos días después de recibir el premio Pulitzer a orillas de un río en Johannesburgo inhalando monóxido de carbono en su coche, tenía treinta y tres años.
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