Me llamo Joseff Neumann. Soy judío. Tengo frío, tengo miedo. Vivo-vivimos-en un Albergue para hombres sin hogar. Somos invisibles al resto de la sociedad , que nos vapulea todos los días. Somos los detritus de la Sociedad. Los marginales. Los sin techo.

El Albergue está situado en la calle M., cerca del Barrio de M. . Un barrio obrero. Esa proximidad a un barrio de trabajadores nos beneficia, porque la gente es relativamente compasiva y no nos apalean ni nos echan gasolina encima prendiéndonos fuego después, como ha empezado a ocurrir en otras zonas de la ciudad. Y , a veces, nuestros amigos del barrio obrero nos ofrecen pequeñas chapuzas, trabajos puntuales que nos sacan temporalmente del hambre.

Yo vivo con sólo un chusco de pan y medio litro de leche. Eso valía para el verano, pero ahora, con la caída del termómetro, esa dieta es absolutamente insuficiente. Aquí, en éste barracón destartalado estamos Josef Greisner, el escritor frustrado que murmura mantras de decepción y desaliento, Karl Leidenroth, el pintor. A Karl le conocemos como «el pinceles», pues tiene estudios académicos. ¿Cómo terminó aquí? Es una larga historia. Y nos la ha contado una sola vez, demasiado dura para repetirla. Es obeso, parece un papá Noel, con la barba llena de escarcha mientras pinta una acuarela. Llegó, en sus momentos de gloria, a ser un pintor académico de cierto prestigio. También aparece ocasionalmente por el Albergue Häusler, el farmacéutico en bancarrota , con rostro murino. Sorprende verle aquí, porque su familia es pudiente. Cómo o porqué recala aquí es un misterio. Secreto de sumario, porque cada uno de nosotros arrastramos el peso de nuestras desdichas con indiferencia. Cada uno tiene su condena. Cada uno lleva su particular vivencia, pero todos tenemos algo en común: la Vida nos ha maltratado. Somos legión. La crisis, la maldita crisis. La historia del boticario es especialmente perversa, porque lo de familia adinerada ya no es un salvoconducto para evitar estar buscando en los desperdicios mondas de patata que llevarse a la boca. Häusler recala aquí cada 4-5 días, anteojos manchados de vaho, con cristalitos de hielo colgando de sus orejas. Contó ya tres versiones distintas de su particular descenso a los infiernos. Algún día harán una serie tipo Breaking bad con sus desdichas. Greisner dice que algún día le llegará el éxito como escritor.

No le importa la pobreza, porque escritores famosos como Orwell se hicieron brillantes precisamente porque buscaron la empatía con la Humanidad Doliente. Y que estuvieron sin blanca en París o Londres. Y que a pesar de eso, no se arrendaron y lucharon. Y escribieron piezas de arte. Novelas sólidas y llenas de ternura. Greiner dice que se escribe mejor desde la pobreza que desde la opulencia. Esta frase siempre desata duras discusiones entre todos nosotros. En las que resalta de modo especial, la aguda voz del Nuevo. Hoy Leidenroth se ha atragantado de la risa, en una discusión sobre los arándanos. Häusler dice que ayudan a combatir el frío, y Leidenroth, pintor académico, dice lo contrario. Que lo mejor para el frío es un buen puerco asado.

Que la hierba, para los conejos. Esto ha generado una mordaz conversación en la que incluso hemos llegado a las manos. Tenemos tan poca energía, tan poca fuerza, que ni daño nos hemos hecho.
El Nuevo, con su áspera voz, se ha definido claramente como vegetariano, le da asco masticar las vísceras de animal y nos ha mandado callar a todos.
Sus ojos azul metálico nos han hipnotizado.

Hubo una época que Leidenroth tenía un nombre y los marchantes de arte preguntaban por él. Pero mírale tú ahora, uno mas. Uno de los nuestros. Hoy hemos llegado a los veintitrés grados bajo cero. Que en si, no tiene mayor importancia, se pueden soportar si no existiese ésta maldita humedad del río que tenemos próximo y que nos entumece metiéndose hasta en el tuétano de los huesos. O el viento helado que viene del este. Con el factor viento, la sensación térmica nos golpea como un martillo y a Greisner las manos, su instrumento de trabajo, se le han empezado a poner de color azul. Häusler ha metido bronca diciendo que el frío se combate con cobre, que los limpiadores de cobre(“Kupferputzer”), no pasan frío en las manos . Nadie le cree, por muy boticario que sea.

Y hace frío, un frío que mata pingüinos en ésta miserable ciudad en la que vivimos. La Muerte puede ser una liberación.

Vuestras mercedes habrán notado que hablo en plural, especialmente cuando me dirijo a los hijos de barragana que nos han conducido inapelablemente a éste lamentable estado. Ellos son los culpables. Nosotros somos el pueblo elegido por Dios. Dios mío, ¿no podías haber elegido a otro pueblo?.

Ellos, los demás, son el demonio y los culpables de nuestras desdichas. «El Infierno son los demás», que decía Jean Paul Sartre.

Los demás son HeirichLugauer ( un electroquímico ), Johan Raab ( un albañil ), Hermann Heer ( un comerciante de Rothemburg), FerdinandWidmann (un músico ) ,Balthasar Brandmeier (un albañil de Bruckmühl), Josef Wurm, Ignaz Westernkircner, GerhardEngel, Ernst Schmidt. Y el Nuevo.

Karl dice que el nuevo está enfermo, que tiene una mirada de loco. Que odia a las mujeres porque una puta le ha contagiado la lúes. ( “in derLeopoldstadtbei einer Hure mit Syphilis angesteck”). Yo no se que pensar. No hay opciones morales aquí , salvo la de sobrevivir. Un resbalón cualquiera da en la vida. ¿No creen? Y que el nuevo se merece, dentro de nuestras escasas posibilidades, que le demos nuestro cariño y, aunque suene ridículo, nuestro amor.Häuslerestá de acuerdo. Greiner,no.

Me llamo Neumann. Y soy judío. Y tengo miedo.

(“ dass Hitler zu den Juden im Männerheim ein gutes Verhältnis gehabt habe. Hitler habe in dieser Zeit sogar fast ausschließlich mit Juden verkehrt und sein bester Freund im Männerheim sei der jüdische Josef Neumann gewesen”).


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