«Cuidado domiciliario»

«Cuidado domiciliario»

Cuando comencé este trabajo creí sinceramente que iba a repugnarme lo que debía hacer, creo que son pocas las personas que cumplen con el por vocación. No es lo mismo cambiar un pañal a un bebé que hacerlo a un adulto por muchos motivos, entre ellos, el pudor que uno siente por lavar genitales de alguien que no conocemos, bañarlos, alimentarlos como si fuesen niños y tenerles la paciencia que se les debe a ellos pues la mayoría hacen una regresión.

Fue duro en principio, yo tenía 21 años y estudiaba abogacía, una mente brillante sin respaldo económico, pan de todos los días, historia repetida en nuestros países. ¿qué hacerle? debía trabajar para costear mis estudios.

Mi primer trabajo fue con una nona que casi duplicaba mi tamaño y había sufrido un A.C.V. (accidente cardio vascular), por lo que había que manejarla en todo. Sentí mucho miedo de no poder, de dejarla caer de mis brazos cuando la pasara a su silla de ruedas y hasta de no saber higiénizarla bien. Cuanto temor hasta que me adapte y con el tiempo fui amando lo que hacía, comprendiendo y sintiendo el dolor del enfermo que se quedaba sólo y sin familia casi siempre. Eran tan pocos los que tenían la bendición de no ser abandonados y sólo vistos el día de pago.

A veces una que otra llamada preguntando como están y si falta algún vívere en la casa. ¡Cuanta impotencia y ganas de abrazar tan fuerte que las lágrimas de la soledad desaparezcan!. Me convertía en amiga de aquellos pobres, en protectora de sus sueños y al final, en la última que veía sus ojos aliviados en el paso a una mejor vida. Algunos me dejaron huellas profundas, amor de abuelos que nunca tuve porque la vida se los llevo temprano cuando era una niña. Otros me doblegaron la paciencia y algunos me conmocionaron con sus historias del pasado.

Así pasaron los años hasta que debí renunciar a mi trabajo, pensé que sólo lo dejaría y nada más. Luego de un tiempo de descanso pasó ella, mi gran amor, mi madre. Tantos años de aprender este trabajo para concluir con ella.

Fue, no se como fue, me deja sin palabras el recuerdo. Se convirtió en una niña en mis brazos, tan frágil y dulce, tan pequeña en un cuerpo grande, disfrutaba de mis besos y apapachos. Pasé a ser mamá habiendo sido siempre hija. Desde su primer día hasta aquel que me miró y sonrió como diciendo: ¡Todo estará bien!, esa noche cuando exhaló su último aliento con el se fue mis ganas de continuar con este afán de ser Cuidador. Pero también permaneció impecable la alegría de los años vividos y la dicha de haber recibido aquella vocación.

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